En 2008, luego de la crisis financiera en los Estados Unidos, muchos líderes de opinión afirmaron que la responsabilidad por lo sucedido debía ser atribuida a las instituciones educativas. La gran mayoría de las personas involucradas en los desfalcos del sector financiero había estudiado en los mejores colegios y universidades de EE. UU. y del mundo. Todos tenían maestrías y doctorados. A pesar de ello, su sed de poder y su ambición, los llevaron a tomar decisiones que causaron una crisis a nivel mundial y afectaron negativamente a miles de personas. ¿Qué tanto contribuyeron las instituciones educativas por las que pasaron los responsables a esa formación o deformación humana?
Algo similar pasa ahora con el delito cometido por Rafael Uribe. En las redes sociales, se ha dicho con vehemencia que las instituciones educativas en las que él estudió son responsables directas de los hechos. Ahora bien, sabemos que esas afirmaciones son excesivas porque la responsabilidad penal es individual. Pero lo sucedido nos deja muchas reflexiones.
La primera es esta: las instituciones educativas por las que un estudiante pasa claro que son y somos responsables de su formación. No de sus delitos. Pero sí de su formación integral. Cada institución educativa imprime un sello en el carácter de sus egresados, tanto en lo positivo como en lo negativo. Teniendo entonces en cuenta lo que pasó, ¿qué podemos aprender como instituciones? ¿En qué hemos y en qué estamos fallando?
La segunda reflexión nos lleva a preguntarnos lo siguiente: ¿Cuál es la responsabilidad real, de fondo —más allá de los rankings, los índices, las pruebas Saber y las Pruebas Pisa— que tenemos las instituciones educativas llamadas de “élite” en Colombia?
Colegios y universidades nos debemos encargar de la formación humana de nuestros estudiantes. Es una responsabilidad mayor que no podemos ocultar. Las investigaciones al respecto nos dicen que hay tres cosas que funcionan (sorpresa: las clases de ética y los listados de valores no sirven de mucho, según dicen las investigaciones): el ejemplo de los maestros, poner a los estudiantes en contacto con su mundo interior (autoconocimiento y mirada interna) y generar un ambiente de diálogo-comprensión, de valores democráticos y de límites y consecuencias.
Cada quien es responsable de educarse a sí mismo. Nadie educa a nadie, como decía Freire. Lo que hacemos las instituciones educativas, maestros y padres de familia, es señalar caminos y acompañar a niños y jóvenes. Permitir relaciones y experiencias para que ellos se desarrollen. La transformación personal es responsabilidad de cada quien. Pero, en ello, el ejemplo de los profesores y la cultura que se vive en cada institución (y en cada hogar) juegan un papel decisivo.
Los currículos formativos de colegios y universidades
deben tratar de transformar las culturas institucionales, y abordar temas
como machismo, elitismo, drogas, racismo, dogmatismo, el “todo se negocia”…
Los currículos formativos de colegios y universidades (sobre todo de aquellos que tienen más privilegios) deben tratar de transformar las culturas institucionales, trabajar en la transformación humana de nosotros como profesores (“la ética no se dice, se muestra” al decir de Wittgenstein) y abordar temas como el machismo, el elitismo, el abuso del alcohol y las drogas, el racismo, el dogmatismo, la falta de límites y normas, la soberbia, el egoísmo, el materialismo, la superficialidad, la cultura del “todo se negocia”, el manejo de las emociones y la falta de sensibilidad social y ambiental, entre otras cosas. Esto no se mide en las Pruebas Estandarizadas. No es popular. No es atractivo. No sirve para hacer mercadeo. Pero, en mi sentir, es lo que necesitamos con mayor fuerza. La realidad así lo demuestra.
Los maestros de colegio y universidad no simplemente damos clases: somos “modelos”. En ese sentido, nuestro ejemplo y nuestra formación son esenciales. Colegios y universidades, en nuestros espacios de desarrollo profesional, debemos pensar en posibilidades para que los profesores generemos formación humana. Pareciera a veces que los espacios de desarrollo profesional se centran principalmente en competencias técnicas y específicas (tecnología, evaluación, pedagogía, escritura). Todo esto es importante, sin duda. Pero a veces desconocemos algo esencial. Y ahí es donde, nosotros profesores, debemos reflexionar sobre esos temas que menciono: porque, a veces, somos machistas, somos elitistas, nos tomamos el tema del alcohol con ligereza, no fijamos consecuencias y perpetuamos una cultura del todo se puede-todo se negocia.
La pregunta sobre el rol de un colegio (y más cuando este tiene recursos y posibilidades) me la enseñó Carlos Alberto Casas, profesor mío en la universidad, a quien aprecio muchísimo, ahora Rector del Colegio San Mateo Apóstol. Él siempre nos infundió la idea de la función política y social de las instituciones educativas con posibilidades. Cuando nos preguntamos por los fines de la educación, también pensamos en el modelo de sociedad que queremos, y no simplemente en enseñar mejor matemáticas o literatura. Eso es instrumental. No una finalidad en sí misma. No son las matemáticas por las matemáticas. No es la academia por la academia. Es cómo las matemáticas o la literatura nos ayudan a ser mejores personas, más bondadosos, más solidarios con los demás.
Las instituciones educativas con posibilidades debemos devolverle mucho a la sociedad. Entender que las personas con privilegios tenemos más responsabilidades, que no podemos desentendernos de nuestro entorno, y que no se trata solo de educarse para sí mismo, sino para los demás.
Está bien que a las instituciones privadas y a las personas con privilegios se nos exija. Y que asumamos nuestros errores y lo que nos corresponde, tanto en lo positivo como en lo negativo. Las instituciones educativas privadas del país, de alguna u otra forma, hemos transmitido ciertos antivalores desde hace muchas décadas que han ayudado a moldear una cultura y una sociedad que estamos hoy padeciendo (basta mencionar el tema de la corrupción, entre muchos otros).
Lo que pasó con Rafael Uribe nos puede ayudar a abrir los ojos, reflexionar, mirarnos para adentro, aprender de nuestros errores y servir de punto de quiebre