La política es una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede definirse como una manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad. Aristóteles define la política como la más importante de las ciencias prácticas porque apunta al fin más alto, el bien del Estado. El interés colectivo, en efecto, está por encima del interés particular. De acuerdo a estas definiciones podría considerarse entonces una mínima existencia de verdaderos políticos en nuestra sociedad, debido a que nuestro sistema está perpetrado hasta las vísceras por una podredumbre de corrupción que lo carcome en todas las entidades bajo jurisdicción del estado.
La posibilidad de alcanzar el éxito “político” en un país tan polarizado y politizado como Colombia, no depende estrictamente de buenos proyectos y grandes convicciones, se requiere de estrategias amañadas a la corruptela, el clientelismo, y las famosas dadivas, favores, que se pagan con nombramientos, asignaciones de cargos etc. Podría considerarse la corrupción como eje central de la mal llamada “democracia “colombiana, en un país que dice ser un estado social de derecho, nada más desacertado y lejano de la realidad que vive el colombiano de a pie.
En estos tiempos, salen a relucir todo tipo de pericias, métodos antidemocráticos, que encarna el tradicional desfile propagandístico al que aquí conocemos como “campañas políticas”, ese mismo que aprovecha el más mínimo evento, la más mínima oportunidad para vender una cara, más no una idea. En donde las tradicionales casa políticas, sacan todo su emporio para garantizar la continuidad en el trono, como familias de la realeza que transfieren su corona de generación en generación, es una lucha sin tregua, sin reglas, sin límites, el objetivo siempre será el mismo, conservar la soberanía sobre el botín de los recursos de todos los colombianos
Pero hay cierta tolerancia social de parte de los colombianos a la ‘cultura del atajo’, entendida como la obtención de resultados mediante la utilización de métodos ilegítimos sin considerar las consecuencias. Con frecuencia, los comportamientos no éticos siguen siendo vistos como actos de audacia y astucia. Además, una proporción importante de la población justifica la corrupción en función de los fines perseguidos, esa misma población se convierte en cómplice de su propia destrucción sistemática desencadenada por el mal manejo de erario público que le dan sus dirigentes, esos que se han hecho elegir con promesas falsas, repartiendo mendrugos de pan, comprando conciencias, acudiendo a cualquier tipo de artimañas para lograr su propósito individual.
Estamos lejos de ejercer una verdadera democracia, más aún cuando la mayoría de nuestra sociedad sigue atrapada en ese mar de ignorancia, que la hace presa fácil de corruptos y sinvergüenzas.
