En la ciudad de Santiago de Cali y en esta fatal administración, se dio la veleidad de encerrar las zonas verdes que conforman los separadores que corren paralelos a las principales arterias viales. Un elemento metálico de color negro se desprende del piso con una altura de 50 centímetros y circunda el contorno de las areas verdes, que en su interior habitan frondosos y perennes arboles y toda clase de vegetacion.
Las rejas son la alegoría de la cárcel, sinónimo de separación y marginalidad. Con lo ejecutado y en ejecución la alcaldía de Cali mantiene la tradición de la reja como expresión de individualismo y desconfianza. El no poder pisar la zona verde, porque media entre ella y el peatón, una reja, se llama privatizar lo público, entendiendo en este caso el término privatizar, no la venta y reducción del tamaño del estado desde la óptica neoliberal, si no entendido como impedir, privar de y colocar una barrera que aísla inexorablemente las áreas verdes.
Lo ideal es que las zonas verdes sean abiertas y no exista impedimento alguno para su tangible disfrute, poder acercarse a un árbol que nos proporcione sombra, el poder caminar sobre ellas sin preocuparse que mi calzado marchite el prado que en un corto tiempo volverá a crecer. Si pisar el prado es una actividad consuetudinaria, por su propia cuenta el peatón hará lo que las rejas impiden: dejará su huella y como hormiga arriera construirá espontáneamente su propio camino sin que nadie lo impida.
Aunque existen unos pases transversales claves, que conectan y dan continuidad al tránsito peatonal, también es cierto que la posibilidad de caminar longitudinalmente se aborta. La reja va casi pegada al cordón y si el peatón intenta transitar en ese sentido, se ve obligado a tirarse a la vía, ante la ausencia del andén perimetral. Con alguna excepción, lo anterior se observa en casi todos los casos donde aparecen las zonas verdes confinadas.
Es inutil encerrar lo público con el argumento de que "se dañan las zonas verdes" y en aras de algo meramente contemplativo. Con el tiempo, la dinámica de movilidad peatonal y por generación espontánea, esta colocara el adefesio en su sitio: la rejita negra ovalada en la parte superior, tendrá un mal fin. Su duración, se asemejara a la precocidad de los desechables bolardos plásticos con que el alcalde Maurice Armitage, inundó las vías de la ciudad de Cali.
Hoy, esos mismos bolardos, lucen prematuramente viejos y ennegrecidos por el Esmog que vomitan los automóviles movidos por combustibles fósiles. Los bolardos igualmente empantanados por el barro que los salpica en épocas de lluvia y fracturados por los constantes golpes que les propician las bicicletas, motos y vehículos subyacen noqueados en el pavimento. Los breves y dichosos bolardos fueron instalados por millares, pero ni siquiera llegaron a su vida útil. Su muerte fue prematura y hoy lucen como horrible empalizada en las vías públicas de Santiago de Cali.
Un fin similar a los bolardos plásticos tendrá las rejas que confinan la naturaleza viva. El peatón buscará sublevarse ante su arrinconamiento y empezará a derribar por tramos la infame rejita. La reja negra, poco a poco en la solitaria noche irá desapareciendo y terminará vendida por kilos en "La Olla", por los miles y miles de habitantes de la calle, que deambulan sin rumbo fijo en la búsqueda de hacerle el quite al hambre y satisfacer su terrible adicción al Chirrincho, el Basuco o el pegante.
Para mi concepto confinar las zonas verdes no es válido, en el terreno de lo público; tendría justificación cuando se trata de un bien privado, pero no cuando se trata del espacio público. El erróneo objetivo solo busca destinarlas a la contemplación, mas no para disfrutarlas en físico. No poder pasar por ellas, no entregarse a ellas, porque la reja cárcel que instalaron lo impide es una cruel aberración.
Eso es lo que está pasando en Cali. Pero lo más extraño es el silencio de la escuela de Arquitectura y los Arquitectos Caleños, en especial los Arquitectos Urbanistas.