Para poder preguntar y comentar el tema que hoy voy a tratar debo advertir a mis lectores y oyentes que, aunque haya sido exagerado conmigo mismo, me siento orgulloso de que a los 65 años hubiese dejado de manejar carro y no haya renovado mi pase de conductor. De la misma manera cuando cumplí 50 años abandoné definitivamente mi cátedra universitaria y dije públicamente que prefería vender papas en la Galería de Tuluá que seguir enseñando. Veía venir un mundo en donde el respeto por el docente se perdía a pasos agigantados y la velocidad del conocimiento no podía alcanzarla para poder ejercer correctamente mi oficio.
Como conductor de mi narcochéchere recorrí la geografía nacional buscando, admirando y fotografiando orquídeas y me metí por décadas por los territorios que ahora cruzan excelsas carreteras y antes apenas surcaban huellas camineras. Como docente universitario no solo me sentí respetado sino que ayudé a construir mi propio mito como catedrático porque no dictaba clases en las aulas pequeñas para los estudiantes que se hubieren matriculado al curso, sino en grandes auditorios donde podía entrar quien quisiera oírme. Por supuesto, como tampoco calificaba a los estudiantes sino que les pedía a cada uno de los matriculados que se autoevaluaran, mi aureola de maestro todavía la cargo con honor y de cuando en vez debo explicarle a los hijos y los nietos de quienes fueron mis alumnos la razón para que sus progenitores no me olviden y me sigan poniendo de ejemplo.
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Al anciano no se le está creyendo porque la pantalla del celular o el inefable Mr. Google saben mucho más que el profesor
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Hechas esas advertencias quiero protestar de manera enérgica y ojalá contundente por la determinación prohibitiva que amenazan tomar en la querida Universidad Tecnológica de Pereira, la UTP de mis cuitas, para impedir a los profesores mayores de 75 años que continúen dictando cátedra. Creo que uno debe enseñar hasta que puede pero me da asco que si una universidad prohíbe que se trasmita la experiencia acumulada de sus profesores ancianos o de quienes no se dan cuenta que ya no tienen habilidades para enseñar, es porque los algoritmos se la consumieron o los jóvenes estudiantes perdieron la capacidad de entender el lenguaje de los mayores. Al anciano no se le está creyendo porque la pantalla del celular o el inefable Mr. Google saben mucho más que el profesor. Pero el que se le dé el trato de un mueble viejo, nos anuncia que al paso que llevamos, no vamos a llegar a ningún Pereira.