“Por fumar y por el sacol, porque me daba pena que me vieran, y por la casa a la gente no le gusta, ponen problema por eso, entonces empecé a irme a fumar y empecé a irme pa' la calle, pa' la calle, pa' la calle y más calle y ahí me quede -dice Camilo, sobre cómo se convirtió en habitante de calle- y en la calle no hay sino problemas a toda hora”.
Las calles de Medellín se han convertido hoy por hoy en el hogar de más de veinte mil personas, en su mayoría hombres, sin una edad determinada, ni un estrato específico, algunos profesionales, otros sin estudios, muchos de ellos con familia y casi todos drogadictos. En palabras más claras podría decirse que en la ciudad hay más de tres mil quinientos habitantes de calle y más de veinte mil en la calle, el 98% de ellos son consumidores de droga (bazuco, ‘sacol’, marihuana, cocaína, alcohol, heroína, pepas o Ribotril), con un diagnóstico de poli-consumo crónico, el 78% hombres y el 22% mujeres, y que en muchos casos sufren esquizofrenia, trastorno afectivo bipolar y trastorno antisocial.
Por habitante de calle se entiende a la persona que ha roto su vínculo familiar, social, comunitario, laboral y tiene su vida en la calle, por su parte, el habitante en calle, no tiene hábitos tan anti sociales ni vive en la calle, aunque pasa allí mucho tiempo, a veces más de veinticuatro horas, pero también tiene un hogar y conserva sus vínculos. Dentro de este grupo, que se caracteriza por ser una población joven, se encuentran muchas veces personas que se mueven en fenómenos de violencia, prostitución y ventas ambulantes, quienes se ganan la vida en la calle.
Camilo nació en el barrio Santander del municipio de Bello, al norte del Valle de Aburrá, tiene 29 años, estudió hasta noveno grado y prestó dos años de servicio militar. Solía trabajar en construcción y era un buen estudiante. Cuando cursaba sexto grado probó la Marihuana, “de ahí, para abajo” dice el, empezó aquella suma de circunstancias que lo llevaron a la calle.
“Lo primero que probé fue el cigarrillo, estaba chiquitico, tenía 11 años, un señor que vivía en mi casa fumaba cigarrillo y mantenía un paquete, yo un día se lo robe y sacaba de a un cigarrillo y los tiraba al techo, le pegaba uno o dos plones y me embombaba, luego vino la marihuana con los compañeros en la escuela, entonces ya diario era un baretico de 500 y un gotazo para los ojos, todos los días eso me valía 700, y de ahí conocí las tales ruedas, empecé a hueler, ya después conocí el pegante y lo deje todo, todo, y escasamente fumo. La pega es lo que más me gusta”. Aunque en principio, confiesa, le daba miedo, “me lo pasaba de esquina en esquina, y me daban miedo los locos y los gamines, que me chuzaran” pero supo cogerle el ritmo y ahora suma ocho años viviendo en la calle.
No hay un origen único para esta problemática, pero Luis Bernardo Vélez, concejal de Medellín la resume de la siguiente manera: “yo lo pongo en este terreno, un habitante de calle es el último escalón de todo el deterioro social, familiar, comunitario, de todas las violencias juntas”. Además se atreve a afirmar que Medellín es una ciudad que produce constantemente habitantes de calle, “las tasas de violencia intrafamiliar, el desplazamiento intraurbano, la violencia en los barrios y la droga”, dice el concejal son algunos de los principales causantes.
La problemática va en aumento, aunque las características del habitante de calle han cambiado. Ha cambiado la edad y el perfil, ahora los protagonistas son los jóvenes. “En riesgo está cualquier joven de cualquier estrato tras un mal manejo de alguna problemática”, asegura Héctor Fabián Betancur, secretario de inclusión de la alcaldía de Medellín. La situación empeora cuando a esto se suma el evidente incremento en el consumo de drogas en el país, pero sobre todo en Medellín, donde el 21% de la población consume Marihuana. Donde conseguir vicio no es tarea difícil para nadie y donde las drogas parecieran estar en constante oferta. Se ha vuelto algo común ver extranjeros en la calle o en los Centro día que dispone la alcaldía para atención a los habitantes de calle, casi siempre por el consumo de heroína, que intenta situarse primera en el escalafón del consumo.
La problemática no es nueva, ni tampoco es nuevo el asistencialismo que le presta la alcaldía a los habitantes de calle, pero no es suficiente porque no resuelve el problema. La alcaldía dispone de 4 sitios para brindar atención tanto al habitante de calle como en calle. Allí, además de brindarles atención básica lo que se quiere es engancharlos en programas de resocialización. “Hay mucha gente que no está de acuerdo con eso, dice que eso es alcahuetería” comenta el secretario de inclusión social. Estos programas atienden un promedio de dos mil quinientas personas al mes, mientras el usuario saca provecho de lo que la alcaldía le ofrece, los educadores que están allí intentan convencerlos de salir adelante, cambiar de hábitos y empezar un proceso de resocialización.
Existen también programas de prevención en colegios y con las familias pero “todo esto es una cosa que si está rota por un lado el agua se sale por ahí”, dice Betancur. El concejal piensa algo parecido, “no están atacando los problemas de raíz, sino desplazándolos”.
El asistencialismo y la prevención no son suficientes porque el problema no solo es el habitante de calle o en calle. Detrás de los habitantes de calle se esconde una problemática que está acabando con el país y que tiene a los jóvenes arrinconados robándoles el futuro. La problemática se extiende más allá. “El problema es el microtráfico -asegura María Alejandra Arenas, de la fundación semilla que crece- la drogadicción es una enfermedad y el microtráfico se aprovecha de eso y los utiliza”. Refiriéndose a los dos atentados con bombas en la comuna 10 (centro de la ciudad), donde murieron varios habitantes de calle y nadie ha dado razón de los atentados que además fueron perpetrados por habitantes de calle, se cree que fueron mandados por los traficantes como supuesta retaliación al cierre de algunas “ollas” de vicio por parte del gobierno nacional.
El microtráfico es un negocio muy rentable y ambicioso, según CORPADES, solo en Medellín existen más de mil plazas de vicio, y las ganancias pueden superar los 700 millones de dólares anuales. Además de vender, se encargan de fomentar el consumo en los niños para asegurarse futuros clientes, o alienarlos en sus filas, hacen lo mismo con turistas extranjeros que son incapaces de dejar la ciudad por el amor al vicio y terminan vendiendo y distribuyendo. Controlan las calles de la ciudad, son los que deciden.
“El centro ha cambiado mucho, ahora es mejor, antes cualquiera llegaba y puñaliaba al otro y normal, ahora es muy diferente, lo cuidan mucho los convivir, desde que usted no se maneje mal en la calle, ni robe la gente, ni nada de eso... bien. Pero si usted se pone a molestar o mirar a ver que se roba lo cogen y le dan duro, hay gente que la han hecho ir por fastidiosos” asegura Camilo y lo reafirma María Alejandra, “yo lo he vivido, pasa la policía para hacer una intervención, les quitan los plásticos, les quitan todo, pero vaya usted a los 10 minutos y ya los vendedores de vicio les han dado de todo para armar los cambuches. Cuando uno va a donde ellos como fundación a darles remedios, comida, ropa, todos (los vendedores) te tratan por tu nombre, te conocen, pero si voy como representante de derechos humanos allá me matan, no los habitantes de calle sino los que los manejan. Uno ve el autoritarismo con el que los vendedores los mandan, cuando nosotros vamos los organizan para que hagan la fila, nos ayudan a repartir, a mantener el orden. El miedo con que los gobiernan y el mando que ejercen sobre ellos y así mismo los ponen a robar y a matar, y todo por vicio, porque ellos ya están enfermos y por el vicio hacen lo que sea. Los manipulan. Un habitante con 5 o 6 años en la calle por un bazuco regala hasta la mamá. Y confían en los vendedores porque pasan mucho tiempo con ellos”.
Por eso, la alcaldía ha enfocado todos sus esfuerzos en campañas para que la gente no de limosna, porque al hacer seguimiento a esas monedas que la gente entrega como ayudas, de buen corazón, lo que terminan haciendo es patrocinando la violencia y grupos armados.
Medellín lo facilita todo, el clima es agradable para estar en la calle, el vicio se consigue fácil, barato y la plata y la comida también. “La gente aquí pertenece a una cultura donde el dar cura pecados -dice el secretario de inclusión social- a nosotros nos han enseñado eso de que es mejor dar que recibir, y que cuando yo doy y estiro la mano, eso quiere decir que voy a recibir, entonces muchos de los que le dan al habitante de calle lo hacen buscando un interés. No es una ayuda desinteresada, es una ayuda en calmar sus penas, lavar sus pecados”. Además los expendedores de drogas cuentan con complicidad de las autoridades, protección oficial, por eso salen siempre impunes y victoriosos. Hay plazas con más de 40 años de existencia, de antes de Griselda Blando y Pablo Escobar, que cualquier habitante de Medellín conoce y que se mantienen en pie y operando.
“Acá es bien, se vive fácil en la calle”, asegura Camilo, quien tiene casi un horario para su día a día, sabe quién le da comida y plata, y donde puede dormir tranquilo. El único requisito para hablar de su vida era un desayuno y mil pesos, ni más ni menos, mil que es lo que vale el bazuco. Mil pesos de euforia corporal -como él lo describe- donde te vuelve la vida, y sos capaz de hacer lo que sea durante los dos minutos que dura el efecto. “Y después usted quiere meterse el otro y el otro y entre usted más se mete más quiere”.
-Cuando vos te ves al espejo qué pensás?
-No, que me fui, que me acabe del todo, me dormí en los laureles como se dice.
-Y te has encontrado amigos?
-Sí, y me dicen: vea como está de feo, que le pasó, vea como está tirado en la calle, usted que era un muchacho todo aparente, lo más de formal y vea ese vicio como lo tiene. Y me da pena. Pero yo soy capaz de dejar esto, que pereza la calle tanto, todo esto cansa y no es sino un momentico. El efecto es un momentico y uno mientras más días pasan más se va muriendo, y más se va muriendo y más se va muriendo porque la droga lo va matando a uno, y uno no se da cuenta.
Pero la droga no solo está matando a Camilo, sino a los jóvenes, ricos y pobres, aunque el dinero a veces puede nublar en los más pudientes su condición de drogadictos, están más lejos de llegar a la calle pero están igual o más cerca de perderse en el vicio, cuando se queden sin plata, seguramente irán a parar a la calle. La droga también mata inocentes que caen en las calles víctimas del fuego cruzado, mata personas en el campo para quitarles sus tierras y los desplazan, mata a quien se le enfrenta o se le cruza en su camino, mata a quien no está de acuerdo con sus mandatos.
“Nosotros estamos casi que poniendo los insumos para que se dé la discusión desde el gobierno nacional sobre la legalización, de cómo se enfrenta una problemática, porque el gobierno nacional da la orden de cerrar ollas y enfrentar desde lo policivo pero eso más que de ollas es de seres humanos -asegura el secretario de inclusión social- la problemática no es el habitante de calle, es el consumo de droga y la discusión en sociedad tiene que darse”.
Por su parte, el concejal propone “tenemos que empezar a dar una discusión en esta ciudad sobre la posibilidad de tener unos centros de atención regulados de consumo o unos centros de atención psiquiátrica a consumidores crónicos, y ese tipo de datos los tiene que empezar a dar la ciudad y el país sin esa doble moral. Tampoco se puede seguir penalizando el consumo, Bellavista tiene el 30% o 35% de internos que tienen que ver con Ley 30 (Ley 30 de 1986 Estatuto Nacional de Estupefacientes), consumo de psicoactivos y el enfoque ha sido penal, policivo. Uno le pregunta al alcalde fácilmente y a las autoridades frente a este tema, ¿dónde están los resultados de las investigaciones de quién asesinó a esos habitantes de calle? ¿Cuántos detenidos hay? Yo creo que nadie. ¿Cuántos detenidos hay de las llamadas ollas de vicio? ¿Cuántas extinciones de dominio ha habido de esas casas? ¿Cuáles son los resultados? Claro, pero finalmente esta es una ciudad que a veces está reclamando es una fachada muy bella”.
La drogadicción es una enfermedad y como tal debe tratarse, pero ¿qué hacer con las drogas?
Nota: si usted no le daría dinero a sus hijos para comprar droga, no se lo dé a los hijos de los demás. Si no está de acuerdo con los grupos terroristas, la guerrilla o paramilitares no deje que su dinero, disfrazado de limosna, los financie, si está cansado de la inseguridad no alimente los conflictos.