Celebro la fervorosa acogida de nuestros parlamentarios colombianos por erradicar el mal llamado “noble arte de Cúchares”. Para los neófitos en la materia, se trata de la prohibición en lo sucesivo del maltrato animal inferido en las plazas de toros: la Santamaría, de Bogotá, Cañaveralejo en Cali, Macarena en Medellín o la Monumental de Manizales.
Estoy de acuerdo con que el hombre ha evolucionado y que este espectáculo es menos violento que el visto en los circos romanos con las peleas de gladiadores. Que la soltada de cristianos entre los leones. Y que la quema de mujeres tildadas de brujas por los salvajes inquisidores. Todo eso era igualmente inaceptable, aunque María Fernanda Cabal diría que es el colmo acabar con las tradiciones culturales de una nación. Pero en fin, adiós a la fiesta brava, justo y bienvenido sea.
Pero estoy esperando de inmediato, de todos ustedes, el mismo fervor y visceral ataque que sufriera por lustros el toreo, contra las corralejas de pueblos en la costa Atlántica, en donde veinte o treinta caballistas borrachos, los garrocheros, armados con puyas de tres metros de largo, se van lanza en ristre contra un animal asustado por la algarabía de la muchedumbre enloquecida por el alcohol y la música frenética y ensordecedora de unas bandas bramando porros maravillosos sin cesar, lo cual le importa un pito al pueblo medio sordo y embebido en Ron tres esquinas, el famoso Tricorner de la Licorera de Bolívar.
Es que esto es mucho más salvaje y peligroso no solo para el pobre torito, sino para la humanidad. Los borrachos se botan de los tendidos en una perra que no se pueden sostener en pie, y con sus ínfulas de torero citan con cualquier trapo al primer toro que pase por el frente, y preciso los ve uno de 500 kilos, sin dopping, corriendo a toda velocidad asustado por el ruido atronador, que los alcanza, ensarta y eleva por los aires tres o cuatro metros, que los puede matar ipso facto, de una sola cornada. O peor, dejarlos lisiados, tuertos, mancos, parapléjicos, desfigurados. Pero el frenesí es tal, hace que la gente, después de fiestas, diga que estuvieron buenas y corraleja sin muerto no es fiesta.
En enero de 1980 años se prohibieron las corraleras en Sincelejo, a raíz de un terrible accidente en el cual se cayó la tribuna de tres pisos al lado del palco presidencial, en el cual me encontraba por ese entonces, con unos amigos y la novia, botando botellas de trago a los “toreros”, manotadas de billetes de a peso al improvisado ruedo, de rumba corrida un veinte de enero.
No sé cuántos muertos hubo, pero pasan de 500 según dicen. Sin embargo el politiquero de turno en 2022 logró reabrir los sangrientos festejos y hoy se celebran a todo vapor, siguen llenos de sangre y dolor después de las borracheras en todos los pueblos de Córdoba y Sucre, muy especialmente.
Y paso a darles en la lista de abolición, otro particular modo de diversión perversa, del cual argumentan en su defensa que pulula por todo el mundo hispano: las peleas de gallos. Eso si que bota sangre a raudales y genera riñas y desencantos y muertos, porque la palabra del gallero es sagrada y si no se cumple, a bala se dirime el asunto.
Hay que ver este espectáculo para enloquecerse y volverse fanático insaciable y furibundo o salir corriendo de espanto. Se meten al circular ruedo los careadores, cargando su animal después de acicalarles las afiladas espuelas aceradas; los animales saltan uno frente al otro y de inmediato empiezan a brincar y a batir sus alas intensamente con el ánimo de atemorizar al oponente y de atacarlo.
Van y vienen las patas con sus aceros y los picotazos de los animales tratando de cazarse en entre si, mientras la muchedumbre embrutecida con el trago y esperanzada en la fiereza de su favorito apuesta sin piedad, cinco mil, diez mil, cien mil, quinientos mil, un millón de pesos. Nunca se saben los límites, pero la evasión si es colosal y la DIAN, por recónditas razones nunca hace una batida por estos antros que pululan en pueblos y ciudades de todos los tamaños.
Pero los politiqueros de turno, que se rasgan las vestiduras y lloran contra el maltrato animal en los astados, han callado misteriosamente, pensando más en los votos que recaudan entre el pueblo, el constituyente primario.
Todos han sido impávidos cómplices frente a la salvajada de verse destrozar a dos animalitos que podrían vivir pacíficamente con una mochila de maíz semanal, montando sus gallinitas, contribuyendo a la producción de huevos hasta su muerte por vejez, y no asesinado por el congénere que fue una décima de segundo más rápido que él y le clavó la espuela en la aorta. Y aquí tampoco he visto a ningún animalista, ni a los defensores de animales, ni los anti-maltrato animal pronunciarse al respecto ¿ Allí si piensan en el desempleo del mundo gallístico, pero les importó el causado en el oficio taurino, que en la sola feria de Manizales se perderán más de 25.000 millones de pesos?
Y no contento con toda esta salvajada, quiero que los que protestan contra el maltrato animal, se pronuncien en marchas, con pitos y pancartas, que se vayan a los lugares clandestinos en donde a los ricachoncitos snob ahora les dio por fomentar las peleas de perros. He visto criminales propietarios de dogos y mastines argentinos enormes, les ponen sparring de entrenamiento, consiguen perritos callejeros pequeñitos para que los feroces perros los asesinen en sus entrenamientos diarios. Algunos ignorantes dizque los alimentan con pólvora para enfurecerlos más. Pero eso es una mentira absurda, sin respaldo científico alguno.
Obviamente la sangre no se hace esperar para enervar al público asistente y en muchos lugares del mundo el asunto se transmite vía satelital, las apuestas son enormes y las ganancias mucho mayores. No sé si las peleas made in Bogotá han alcanzado niveles internacionales, pero esa labor de detección y prohibición de tan sangrientas salvajadas deben ser prioridad estatal y sus prácticas erradicadas por completo.
Estamos definitivamente rodeados por unos completos hideputas, dirían Quevedo y Cervantes. Y lamentablemente son los mismos que se oponen a la consecución de la paz entre los colombianos, que apoyan grupos insurgentes, grupos paramilitares, clanes de mafiosos, la fuerza desbocada armada y sangrienta contra todos aquellos defensores de los derechos humanos.
La lucha siempre empieza pero nunca termina, de manera que no hay que bajar la guardia ante la barbarie, el conservadurismo y la anacronía, siempre presta a retroceder, a perpetuarse en la insana mezquindad, en la segregación, en la desigualdad social y en las jerarquías miserables para satisfacer egos y codiciosos intereses por encima del bien común, al cual aspiramos los liberales de pensamiento, amantes de la equidad y de la justicia social de las mayorías por encima de las consideraciones elitistas tan nocivas con los pueblos.