Todo iba de maravilla con los planes de trabajo y estudio. El final del primer periodo auguraba muchas felicitaciones, aunque también regaños hacia lo estudiantes que no lograron obtener las calificaciones que esperaban. Incluso, mientras los alumnos presentaban sus modelos atómicos elaborados en materiales reciclables, se gestaban bromas y se añoraba el futuro receso de semana santa.
Actividades, risas, devenires y pensamientos que fueron corrientes hasta que, de repente, la inminencia del virus (ese mal tan anunciado) llegó. A partir de allí, los docentes nos apuramos a adaptar nuestras actividades a la virtualidad, el gobierno y los afamados expertos propusieron guías impresas entregadas “puerta a puerta”, clases por televisión comunitaria (nunca la he podido sintonizar) y radio (imagínense un comercial del mejorado y último potenciador sexual en el cambio de clase), perifoneo (desconozco si se suscribieron contratos con los vendedores del famoso “medio litro de helado”), plataformas educativas de todo tipo, entre otras estratagemas para enfrentar al enemigo y procurar que los estudiantes siguieran educándose.
Transcurridos muchos días desde que se suspendieran las clases presenciales, no es fácil decirlo, pero los profesores nos hemos convertido en infractores. Infractores por lo menos de los términos y condiciones de las aplicaciones (si se cuentan con la fortuna de poseer un terminal y acceso a internet) usadas mayoritariamente para comunicarnos con los estudiantes, ya que el uso de la mayoría de ellas está restringido para los individuos que no superen los 13 años de edad. De hecho, plataformas como Zoom son exclusivas para mayores de edad y el popular Google Classroom, en su versión gratuita, está “amarrado” a una cuenta de Gmail que solo pueden crear los mayores de 14 años.
A pesar de que todas las autoridades en materia educativa tienen conocimiento del uso de redes sociales, correo electrónico y aplicaciones como WhatsApp para la comunicación entre estudiantes y docentes, nadie se pronuncia y mucho menos orienta sobre si deben ser usadas o no. Mientras tanto, aquí seguimos los profesores infractores, elaborando informes de seguimiento de los pocos estudiantes con los que tenemos un contacto permanente y dándole plazos por igual a la tarea no enviada y la respuesta a los mensajes recibidos de padres y estudiantes noctámbulos.