Mucho se ha hablado acerca de las vicisitudes que viven los maestros en Colombia; desde sueldos que rayan en la miseria, hasta la paulatina perdida de prestigio social de su labor, los docentes colombianos hoy se enfrentan a una plaga peor que el mismísimo Covid 19. La emergencia mundial por el coronavirus ha orillado a las instituciones educativas a brindar alternativas educación bajo una modalidad virtual; circunstancia que destapó una olla podrida de la que muchos somos conscientes, pero que, por miedo o hastío preferimos ignorar o discutir debajo de cuerda.
Hace unos días presencié una situación sumamente ofensiva que me impactó a pesar de no ser yo la protagonista de los hechos. Un colega docente al que aprecio mucho desarrollaba su clase con relativa normalidad; haciendo hincapié en la necesidad de pedir la palabra en la función de “levantar la mano” que muchas plataformas de educación virtual ostentan, mi compañero gestionaba y resolvía las dudas o comentarios de aquellos niños que, siguiendo sus instrucciones, habían solicitado atención. De repente, y sin pudor alguno, un padre de familia irrumpió en la sesión de clase profiriendo toda clase de insultos pues, desde su perspectiva, el profesor había ignorado todas las preguntas de su retoño.
Es vedad que el niño había pedido la palabra por el chat en un par de oportunidades, solicitudes que atestiguo fueron atendidas por el profesor; cabe aclarar que la forma predilecta del estudiante para “preguntar” era simplemente interrumpir groseramente y hacer comentarios que nada tenían que ver con el tópico de clase; por supuesto mi colega tuvo que pedirle en varios momentos que recordara solicitar el turno para hablar y que se concentrara en lo concerniente a la clase, recomendación que muy seguramente desencadenó la ira del progenitor.
La clase se convirtió en un campo de batalla; otros padres de familia tomaron la vocería en una muestra de apoyo hacia el docente; sin mesura manifestaron su descontento con la actitud del niño, llamándolo intenso, fastidioso, cansón, hiperactivo e inaguantable, también fueron enfáticos en señalar la falta de control en el hogar y cuan ineptos eran los padres del menor. Las palabras altisonantes poco a poco se convirtieron en vividos hijueputazos, dando así cierre a una jornada memorable.
El comportamiento del padre de familia del estudiante en disputa me preocupó, igualmente me alarmó el accionar de los otros padres de familia, quienes terminaron de socavar la situación poniendo en entredicho la estabilidad mental del menor y las capacidades de crianza de sus papás. No obstante, lo que más de inquietó fue la actitud del colegio frente al hecho, no hubo disculpas, no hubo comentarios, no hubo palabras de respaldo, nada. El bochornoso episodio me hizo rememorar diversos episodios muy incómodos que lamentablemente tuve que presenciar en los que la imagen y juicio del profesor quedaba injustamente en entredicho.
Usted puede pensar que lo anterior es un hecho aislado fruto del estrés y los malentendidos que se presentan en las plataformas virtuales de educación, pero estoy aquí para decirle que, con o sin coronavirus, este es el pan de cada día de los maestros en este país, yo misma he sido objeto de tratos injustos e indignos cuyos perpetradores han sido padres de familia, ello me llevo a concluir que la dificultad muchas veces no radica en los estudiantes, sino en sus progenitores. Los maestros nos enfrentamos a padres que no quieren o saben educar a sus hijos, pero que tampoco permiten que la escuela haga lo suyo.
La docencia es la única labor en la que es licito, o al menos aceptable, que al maestro le pidan atentar en contra de su vocación y razón de ser. En este país hemos llegado al punto de tener padres o estudiantes insultando o amenazado al profesor porque éste realiza su labor con integridad; los maestros nos acostumbramos a ser presionados, temiendo siempre perder nuestro trabajo si no hacemos o actuamos conforme a lo que otros quieren. Las instituciones educativas también son responsables de convertir la docencia en un oficio servil; si antes persuadir a un docente para que “pasara” o “favoreciera” a un estudiante que muchas veces no ha hecho merito para ello, era un acto riesgoso y sumamente vergonzoso, hoy por hoy es una solicitud normalizada para algunos padres de familia y avalada por las altas esferas de las instituciones educativas.
En múltiples oportunidades he discutido con mis colegas acerca de en qué punto de la historia los profesores pasamos de ser figuras de respeto, a convertirnos en seres abyectos por fuerza y no por decisión, incluso hemos hablado de la posibilidad de retornar a las épocas en las que ser docente era una labor respetada y bien remunerada, lamentablemente el panorama no pinta bien, pero se vale soñar.
Cierro aclarando que no debe satanizarse a todos los padres de familia o instituciones educativas; he tenido el privilegio de conocer acudientes excepcionales, plenamente comprometidos con la educación de sus hijos y sumamente respetuosos de la figura del docente; también he trabajado en colegios que respaldan y velan por la seguridad de sus maestros, en ellos radica la esperanza de la educación de este país.