"Hay profesores que cambian la vida"

"Hay profesores que cambian la vida"

La historia de Gina y Edna, dos mujeres que desde Ciudad Bolívar quieren mejorar la vida de sus estudiantes

Por: Jóse Alejandro Catama Castaño
noviembre 27, 2014
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
Foto: noticiaaldia.com

Al suroriente de la ciudad, donde cada día es un reto para los habitantes de Ciudad Bolívar , Gina Cano enfrenta uno en especial. Vuelve a dictar clases, vuelve a su profesión después de dos meses, después de una ausencia inesperada. Siente tranquilidad, pero también siente ansiedad, eso sí, un tipo de ansiedad positiva no la que la llevó a esconderse sofocada llena de desespero y estrés en el baño del Antonio García uno de los tantos mega-colegios ubicados en zonas de estratos bajos.

La experiencia le da un poco de firmeza, Gina lleva 11 años siendo maestra de bachillerato. A lo largo de su carrera ha tenido que revisarles la tarea a estudiantes de todos los estratos, pasó por varios colegios privados y terminó en el colegio distrital Antonio García, algo que ella estaba buscando, no sólo por el mejor trato al profesor que el distrito brinda también por el agradable reto que es trabajar con niños de escasos recursos, niños no tan niños que forman parte de familias de recicladores, trabajadores de ladrilleras o señoras de aseo.

Por su genio y actitud directa siempre se ha llevado mejor con los cursos finales del bachillerato: noveno, décimo y once. Este año dicta ciencias sociales en noveno grado, el mismo curso y la misma asignatura que tenía cuando la conocí seis años atrás, yo era uno de sus alumnos, una de las víctimas más constantes de los gritos que lanzaba a través del salón, tenía 14 años, era suficiente para torcerme las rodillas del susto, dejarme sentadito y calmadito. Fue la única profesora que me regañó cada día de la semana, pero también fue la única profesora que abracé al final mientras me lamentaba por haber perdido el año.

Tenía ese recuerdo en la mente mientras cruzábamos la Boyacá con 17 sur. Ahora me encuentro con una profesora Gina más pequeña, pero todavía maestra, me contaba lo cómoda que estaba en un colegio distrital. Nos devolvíamos de mi primera visita al Antonio García con prisa a nuestras casas, antes de que se ocultara el sol y se revelara la cara menos amable de Ciudad Bolívar.

Resultándole imposible contener las carcajadas que los recuerdos le causan me cuenta los momentos que ha vivido con sus colegas en el distrito, desde los tintos compartidos en la sala de profesores hasta salidas ecológicas con los alumnos o los viernes de baile con los profesores que se transforman en compañeros de juerga. “Es que Johanna (profesora del Minuto de Dios) era de una rumba como más punchis punchis, mientras que con Edna somos más de reggaetón o salsa y nos entendemos más”

Mientras me río con ella y de los términos que usa y me recuerdan a la generación suya donde no existía la electrónica si no el “punchis punchis” subimos por fin al bus. Le pregunto por Edna. Pese a que yo la acababa de conocer hace poco en el colegio la constante mención de ella como su compinche me hace querer charlar con ella, me da el número celular y fijamos un día para volver al colegio y tener esa charla.

En la corta conversación que tengo con Edna para cuadrar nuestra cita deja ver su carácter fuerte pero gracioso. Gina pasa de ser la mujer charladora que conozco a una animada espectadora de todos los comentarios que salen de forma rápida pero clara de la boca de Edna. Ella me recomienda en un minuto miles de historias que podría sacar del colegio y con la misma rapidez Gina las aprueba con una carcajada. Yo sólo puedo reírme de forma breve y soltar pequeñas preguntas frente a la fuente de recuerdos y burlas que sostienen estas dos profesoras.

Pasadas varias semanas volví al colegio solo. Mi meta era tener un tiempo más a solas con Edna, saber más de ella.Entré a su clase y como me lo había dicho semanas anteriores se encontraba en un laboratorio de electrónica. Los estudiantes fundían circuitos con cables. El olor se dividía entre el amargo, conocido olor de las cascaras de mandarina guardadas en los bolsillos de los morrales y plástico quemado. Fue bueno que se encontraran en pleno laboratorio, pues sólo levantaban sus cabezas por segundos para darme una mirada de inspección, después como si aprobaran mi presencia allí, volvían a sus circuitos. Algunos estaban en sudadera, otros en diario, algunas mujeres combinaban el saco negro de lana con el pantalón oscuro, todos son pequeños detalles que me recuerdan mí colegio.

La profesora mientras tanto no cambiaba en nada la actitud que tuvo mientras estuvimos a solas, se ve por allá al otro lado del salón como un tótem que grita, aconseja y ríe con los alumnos. “¡TIENEN DOS!” grita la profesora para interrumpir mi observación mental, las que reciben esta sentencia son dos niñas, están rodeadas por otros estudiantes que esperan su turno para ser evaluados así que no puedo ver en cuestión qué presentan, sólo arrastran una carretilla de metal, la misma que usarán para hacer mercado. Después de esta evaluación la profesora deja la fila de estudiantes que la esperan y empieza a dar vueltas por el salón, está armada con una planilla de calificaciones va de una mesa a otra y grita al salón recomendaciones que saca de las mesas en que está. “Ya te atiendo” me dice al mismo tiempo que arruga su nariz y recoge sus dedos para mostrar ternura.

La clase de electrónica terminó, yo alcancé a hablar con estudiantes, todos reafirmaban el carácter fuerte y amiguero de Edna. “¿Cuando usted estudiaba aquí jugaba a la pelota?” la pregunta me deja mudo, es un niño con los cachetes quemados con el pelo cubierto de gel, me despabilo y le digo que claro. Por dentro me estoy regañando, no negué que fuera egresado de aquí, además al entrar y verlo pensé que era el niño más problemático del salón, pero no, hasta me invitó a ir al comedor y ver si sobraron almuerzos y comer algo con él y su grupo de amigos.

Con los mismos obstáculos que se está encontrando usted como lector para llegar a la charla con Edna me encontré yo en el salón. Después de que se fuera el grupo de electrónica entró el curso que Edna dirige. Ellos si no estaban ocupados en nada, así que me observaron de pies a cabeza, hablaron entre sí, yo solo soltaba una sonrisita de tía que apuesto algunos despreciaban. Todos se sentaron y como para no olvidarse de mí ni por error la profesora me sentó al frente de ella, ya preparándose para la entrevista, claro está que debía esperar que dictara un taller a sus estudiantes, el trabajo de profesor a veces nunca tiene un tiempo fuera.

Por mi ubicación estaba en primera fila para recibir los regaños de Edna, así no tuviera nada que ver con ellos, los lanzaba a diestra y siniestra, logrando ordenar el curso para que hicieran el taller que había acabado ya de dictar, así que por fin, la profesora Edna Hernández me miró de forma atenta.Lo primero que hace es cambiar su voz, una voz suave, diplomática, rayando en lo dulce me responde todas las preguntas que le hago. Con raíces costeñas que se notan en su piel morena y los crespos que coronan su cabeza, no esconde el hecho de que su vida comenzó de forma humilde.

“Yo crecí en una familia muy bonita, muy humilde, mi papá hace ropa y mi mamá en ese entonces no empezó trabajando, ella fue auxiliar de bacteriología mucho después que ya nos tenía grandes” Con un padre que no se preocupaba por proporcionar estabilidad económica creció ella y precisamente eso la llevó a querer trabajar, a ganarse su propio dinero porque si no lo hacía ella no lo hacía nadie por ella. Llegó a la joven adultez con el dinero como única meta, pero su hermana mayor le seguía mostrando la oportunidad que había en la educación.

Accedió, pero de forma necia trató de enfilarse en la Universidad Pedagógica en lo que según ella sería más difícil de pasar, electrónica. Su inteligencia la traicionó, entró en una carrera donde la mayoría eran hombres de buen desempeño en el área, a ella le costaba porque no tenía ningún acercamiento con el tema pero apunta de lectura y paciencia lo logró.Edna y Gina tienen algo en común, ser maestros no era su meta principal cuando jóvenes pero la vida las llevó allá y sus personalidades aceptaron y reforzaron la pasión por la pedagogía

.Por un lado Edna, después de terminar una carrera de electrónica, donde estuvo becada varias veces llegó a la docencia queriendo transmitir esa determinación y ese perfeccionismo que la sacó de la situación económica que vivía cuando pequeña.

Precisamente uno de los puntos del taller que recién dictó tenía que ver con “salir de esta localidad” es triste pero tanto Edna como los estudiantes entienden que esta localidad puede brindar más cosas negativas que positivas. “En esta localidad (Ciudad Bolívar) me he sentido muy vinculada porque mis orígenes de niña, fueron de una dificultad terrible para conseguir todo, yo identifico o reconozco cuando es verraco conseguir la comida, cuando es verraco uno no tener ni para pagar los servicios, cuando uno va de judío errante porque de alcoba en alcoba porque no tienen casa propia, yo eso lo viví de pequeña, entonces cuando yo los veo a ellos siento que tienen que salir de esto porque si yo lo logré ellos lo tienen que lograr y tienen que ser mejores” interrumpe su voz suave y grita de forma ágil y severa “JEISON LOAIZA ¿EN QUÉ IDIOMA??” Jeison se escurre por los pupitres y llega al suyo tratando de pasar desapercibido en un salón de 40 estudiantes.

Sentirse identificado con el estudiante es algo importante Gina y Edna tienen eso a la perfección, ambas son de origines humildes lo que les hace ver en sus estudiantes el deseo de salir adelante que ellas alguna vez tuvieron y tienen. Ahí está la clave de ser un buen profesor, conocer sus estudiantes.

Una mujer se para en la puerta del salón, mueve su mano tratando de llamar la atención de Edna, “Si ya va” responde Edna con una sonrisa cordial, me mira como para hacerme entender que se tiene que ir, ya lo había entendido mi cuaderno de apuntes estaba guardado ya. Salgo por el pasillo, faltaba un cuarto para las cuatro de la tarde y yo me sentía tranquilo por salir más temprano del colegio.

El colegio Antonio García es uno de los mega colegios creados entre 2007 y 2010, y ha sufrido cambios drásticos en los últimos cuatro años, los mismos que Gina lleva trabajando en él. “El colegio antes estaba más en la loma, además tenías problemas más serios con los estudiantes, el robo y el micro-tráfico los acosaba mucho”. Los estudiantes que presentaban más problemáticas no han abandonado el estudio, al contrario han sido tratados con mayor dedicación, eso es lo que ha logrado un cambio. Es claro para ellas y sus demás colegas docentes que el joven problemático no debe ser eliminado del ambiente académico como una molestia, si no rodeado con mayor compresión y buen trato.

Esto es una de las cosas que más extraña  gina de su docencia, lo noté cuando caminábamos los pasillos del colegio, saludaba al que se le cruzara: colegas, estudiantes, hasta el conserje.

A nuestras espaldas escuché unos comentarios parecidos a los que le hace un fan a su artista favorito “Gina te amamos” “Profe te queremos” los que lanzaban estos cumplidos eran tres estudiantes, se empujaban entre ellos haciendo parecer todo una burla, pero vi la expresión en sus rostros y junto con lo que Gina dijo me hizo entender que son sinceros. “Ellos eran mis alumnos el año pasado, con ellos era muy unida, tanto que otros profesores me señalaron de ser muy permisiva con ellos”. Recorrimos casi todo el colegio, Gina era mi guía turística pero al mismo tiempo yo era el chaperón que la presentaba nuevamente en sociedad. Era hora de cambio de clases así que tanto estudiantes como docentes paseaban por los pasillos, rotando salones, se tomaban el tiempo para saludar a la profesora, estrecharle su mano, acariciarle el hombro o darle un abrazo.

Ya cuando todos habían empezado sus clases dentro de los salones había un grupo de pequeñas niñas aún con la intensión de jugar escondidas en el segundo piso, no pasaron inadvertidas por Gina “¡USTEDES SABEN QUE NO PUEDEN ESTAR AQUÍ!” fue el grito que empujó a las niñas a bajar las escalas rápidamente. Yo estaba distraído antes del grito así que quedé un poco aturdido y mis rodillas se doblaron un poco como antes, como los viejos tiempos, inclusive sentí que yo había hecho algo mal, todo esto hasta que Gina volteo hacia mi mirándome con una sonrisa de satisfacción. “Hace rato no gritaba” fue la frase que salió de la perfecta sonrisa que tenía en la cara, yo recuperando mi calma le reí devuelta.

Gina no estaba allí solamente para guiar mi visita, también tenía que entregar un certificado de incapacidad válido hasta el 20 de octubre. La causa era estrés laboral y fatiga mental. “Mira lo que pasa es que el docente busca las maneras para ayudarse porque uno necesita otras entradas (de dinero) y los tiempos a veces no dan. Yo hace tres años tuve la fortuna de empezar a trabajar con un proyecto de pre-icfes y pre-universitario, trabajaba de 7:30 de la mañana a 11:30 de la mañana, a esa hora corría para el colegio, o sea que estaba llegando sobre las 12:30 casi 1:00 en corre corre, no alcanzaba a almorzar, duraba toda la jornada y a las 6:00 salía para mi casa a llegar más o menos 7:30 de la noche a organizar cositas de mi hogar y volver a empezar”

“Esa era mi rutina, trabajaba los sábados y un domingo cada quince días, entonces me sobrecargué laboralmente y en algún momento el cuerpo  colapsó, pero se me manifestó fue en la parte psicológica. Entonces me diagnosticaron un problema que es normal en profesores, un trastorno de ansiedad y depresión. Yo tengo el trastorno, soy ansiosa y soy depresiva pero aparte de eso tengo un problema de despersonalización. Como que de alguna manera mi cerebrito se le peló algún tipo de cable y lo que me genera es que yo trate de evadir mi realidad, entonces me generaba otro tipo de realidades, en este momento estoy siendo tratada desde muchos ámbitos, psicología, psiquiatría, medicina laboral y fisioterapia porque cuando me daban las crisis me daban con un problema muscular y era que se me llenaba la parte derecha del cuerpo de bolas del estrés mismo que me generaba”

El día que Gina tuvo la crisis estaba dictando clases. Los estudiantes no tuvieron nada que ver pues el salón estaba calmado, ella simplemente empezó a sentir claustrofobia, las paredes y el techo se cerraban encima de ella. Sintió que no era un buen estado para estar al frente del tablero así que salió del salón. El coordinador y varios estudiantes la encontraron acurrucada en una pared del baño, aunque se vea como el típico retrato de alguien que se quiere hacer pasar por loco en una mala novela colombiana así estaba Gina, a eso la había reducido la rutina, el afán de juntar la mayor cantidad de dinero posible para no ser otra pobre criatura en la ciudad, y por pobre me refiero a pobre sin dinero, no pobre con compasión.
Al parecer esto no es nuevo en la profesión, según FECODE (Federación Colombianos de Educadores) la docencia es una de los profesores donde más crisis nerviosas o colapsos mentales se ven. Gina me sirve como testigo, en Sibaté, el pueblo conocido por tener la mayoría de hogares de reposo mental tiene bastantes profesores. Lo curioso es que dependiendo de la gravedad de sus enfermedades, siguen ejerciendo su gusto por educar, por enseñar allá en tierra de loco, enseñándole a un enfermo de Alzheimer que la capital de Cundinamarca es Bogotá así al otro día se le olvide.

Ahora que la tengo al frente y que me terminó de contar todo sobre su cuadro mental y bromear sobre ello me cuesta imaginármela así. Ella siempre parece feliz, ansiosa pero como ya dije una ansiedad positiva, sus ojos bien redondos y oscuros se ponen encima de esos cachetes largos y regordetes que hacen que su genio fuerte se mezcle con ternura, un capul formado por su cabello castaño terminan lo compacto de su rostro. Los mismos cachetes se los heredó la hija, aunque no le pregunté de seguro tiene alrededor de 10, al menos eso refleja en las fotos que Gina sube con orgullo a Facebook en sus cumpleaños o día de brujas.

Edna por otro lado logra desahogar su estrés. Aparte de la forma de expresarse, los actos que ha tenido con sus alumnos son una buena válvula de escape para toda la presión que ella como docente acumula. Desde botarle una calabaza desde el primer piso a un estudiante que no la dejaba hacer clase, hasta frenar el machismo de un padre de familia que trataba de intimidarla, el tipo terminó encantado con la espontaneidad de Edna, volvía cada semana a “reclamar” pero en verdad quería volver a verla a ella.

Edna y Gina siguen siendo profesoras, creen que no lo van a dejar de ser nunca. “Yo ya no podría dejar de ser profesora. Precisamente en estos dos meses que tuve de incapacidad me he dado cuenta que yo necesito ser docente, que necesito estarlos escuchando así digan la barrabasada más grande, eso para mí es supremamente significativo porque además si hay algo particular en la docencia es que genera que usted todavía tenga contacto como con el mundo juvenil” asegura Gina.
Así como los profesores locos en Sibaté, ellas demuestran que ser maestro es algo que no se abandona y es algo que se lleva en la sangre. Los profesores no son simples robots que botan información a los alumnos, son personas que tiene problemas, que no les alcanza el sueldo para el mes, pero también que se encariñan con sus estudiantes y esperan en ellos un mejor futuro para la juventud, para nuestro país.

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