¿Y si antes de empezar lo que hay que hacer, empecemos lo que tendríamos que haber hecho…?
Quino en palabras de su personaje Felipe.
¿Para allá vamos o allá estamos? Es la pregunta virtud de estos momentos aciagos. ¿Cuándo los individuos dejamos de hacer las cosas importantes por aquellas que en verdad valen la pena?
La hora llegó. Esta actual sociedad global está cada día sometida a los hábitos (buenos y malos, buenos o malos) de la procrastinación. Dese una vuelta por sus cinco metros de visual circundante y callará, o sonreirá burlón cuando contemple el cuadro patológico que lo rodea. Una horda organizada de terrícolas entregados a lo fútil, a lo banal y a lo superfluo, en nombre del progreso, la tecnología y la información.
Asista a un almuerzo con la familia o a una cena. Invite a sus amigos a la casa a conversar (con los que están distantes) y dese gusto mal saboreando el plato de inutilidad que sirvió en la mesa de la indiferencia social. ¡Todos y todas están procrastinando!
¿En qué momentos dejamos de dedicarnos a las cosas que valían la pena, para concentrarnos —y de qué manera— a lo inútil?
Bueno, nadie querrá dar la respuesta por aquello de mejor aplazar la reflexión para otro día.
Pero en verdad la idea cobra sentido cuando nos damos cuenta que dedicarse a la procrastinación es una conspiración global. Y que poco podemos hacer para impedirlo. Ni si resucitan los caballeros de las cruzadas medievales podremos liberar a la tierra santa de nuestros pensamientos que ahora lucen invadidos y tomados por lo banal.
Haga el listado de lo que ocupa su tiempo en el trabajo, en la casa o en los lugares públicos… no perdón… ¡hasta en el baño!
Hemos llegado hasta la obtusa actitud de invadir el único espacio de privacidad
que el ser humano tiene para encontrarse con lo más íntimo de sus entrañas:
acompañar la sagrada cagada con wasap o tuiter
Hemos llegado hasta la obtusa actitud de invadir el único espacio de privacidad que el ser humano tiene para encontrarse con lo más íntimo de sus entrañas, de sus vísceras digestivas y de sus acreencias de bípedo omnívoro sentí pensante: acompañar la sagrada cagada con wasap o tuiter. Por aquello de volvernos virales o tendencias de red hasta cuando perdemos la hombría (en mi caso) por culpa del ultrajante sanitario.
Las cosas importantes en la vida de los seres humanos a los que el progreso y la civilización conquistó para darles la libertad, ahora somos los esclavos más conscientes y dóciles que para nada nos incomoda la pesada cadena de la futilidad y la intrascendencia en la que invertimos los momentos más importantes de nuestras vidas.
¿Importa en algo advertir a los lectores sobre el estado sumiso y dócil en el que han caído? ¿Es prudente denunciar la procrastinación como la nueva droga adictiva que nos suministran sin ser conscientes de su dependencia?
Creo que de nada valen las recetas de los gurús del coaching y otras hierbas: que planee su día y ejecútelo (con qué tiempo, si me pierdo de un poco de chat y trinos); que no haga reuniones, o haga pocas y breves (son los peores momentos para los procrastinados); que no todo es urgente (como no, se ve que no lo han levantado a wasap intenso), y hasta recomiendan que debe aprender a decir que no. ¿Si?
Wikipedia nos dice que existen tres tipos de procrastinación: por evasión, por activación o por indecisión. Los primeros son temerosos del fracaso. Los segundos aplazan y aplazan, pero terminando comprobando que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Los terceros sufren del complejo de Penélope y se la pasan de indecisos todo el tiempo (en las redes sociales diríamos ahora).
El día que se nos olvide vivir por estar en las cosas menos importantes y aplacemos escuchar las sinfonías de las nubes sobre nuestras cabezas, ese día tocará parar el mundo y bajarnos de su ruta inexorable. ¿Eso no llegó ya? No, mejor dejémoslo para otro día.
“He decidido enfrentar la realidad, así que apenas se ponga linda me avisan.” (Nuevamente Quino pone a hablar a Felipe).
Coda: Yo mejor como que acabo aquí en estas líneas, no vaya a ser que de tanto procrastinar termine archivando esta columna en un lugar del olvido y la querida Elisa me quede esperando como al bueno de Ulises en Ítaca.