Vengo de las entrañas de los lagos y de la tierra, regadas con la sangre de mis antepasados, cuyos alientos aun moran en sus cunas volcánicas y ariscas.
Vengo de ese otro país paramuno y lejano, que persiste en el sueño de vivir en armonía con los hermanos de la ciudad.
Anhelo que los colombianos puedan respirar ese aire puro, recién forjado por la fronda y aromado por las flores.
Mi canto insiste en que nos resistamos a perder el preciado murmullo del agua, cuna de la vida y de la felicidad.
Le apuesto al desarrollo de una economía solidaria, fraterna; que busque el sol de la modernidad a partir de las raíces; para que convivamos con el rugido del puma y estemos siempre cobijados por la mirada certera del cóndor.
Pero sobre todo, lucho por una patria en que la almendra frágil de la vida no se desgrane y no sea pisoteada por las bestias del horror.
Pretendo que hombres y mujeres puedan jugar con sus nietos a la lumbre del amor y del entendimiento.
Ahora me sorprende la alborada entre la manigua espesa de las ciudades, que como laberintos encierran a los seres en el hormigón y en el cemento, y sé que acá está mi destino, pero no puedo olvidar de donde vengo, porque sé que allá entre los bosques y humedales, supervive el paso sigilosos del ciervo y aun los mayores salvaguardan nuestra génesis.
Comparto las sabias enseñanzas del gran jefe Seathl, de la tribu Pielroja: “todo lo que hiere la tierra, herirá también a los hijos de la tierra”
Por eso alzo mi voz contra los pájaros de metal, que por mandato extranjero continúan hiriendo la tierra, arrojando sus heces sobre la humanidad de campesinos e indios que ven convertidas sus heredades en desiertos.
Me resisto a olvidar las lecciones de Juan Tama, de Quintín Lame, de Álvaro Ulcué, de Policarpa Salavarrieta, de José Antonio Galán y de tantos otros, abatidos por la injusticia y la estupidez de los poderosos.
Pues, como ellos, solo reclamo un espacio para la vida en comunidad, donde podamos compartir un destino que le ofrezca ventura al crisol de razas que conforman esta patria del color de la esmeralda.
Porque es preciso que antes que se nos extravíe el sol, comprendamos que todos somos hermanos: ¡Nacidos del agua y del cosmos!