Pasan los días y el caso de Javier Ordóñez de a poco comienza a trasladarse al terreno de la anécdota y a despojarse de aquella chispa revolucionaria que, como siempre pasa en este país, se difumina con la instrumentalización de una violencia irracional. Gran parte de la responsabilidad política de lo que hoy se vive en Colombia debemos acuñarla no solo al gobierno de turno, sino a toda la dirigencia del Estado, quienes han creído erróneamente que el lugar propicio para transformar estructuralmente a esta desquebrajada nación son los contados caracteres de una red social y han olvidado que ellos desde su posición (ya sea en el ejecutivo, legislativo o algún ente de control) pueden hacer más que trinar o lanzar juicios en contra de sus adversarios políticos.
La dirigencia que se opone al gobierno de turno no debe únicamente pedir una transformación a la Institución de la Policía Nacional de Colombia, sino que además debe proponer desde sus competencias constitucionales el fondo y la forma de dichas reformas para así evitar el baño de sangre del que por redes y algunos noticieros hemos sido testigos después del lamentable suceso que acabó con la vida de Ordóñez en la ciudad de Bogotá. Dicha transformación debe partir por enderezar el rumbo de estos servidores públicos, quienes bajo ningún pretexto pueden parcializarse a una ideología o partido político. La Policía está para servir a los ciudadanos, sin distinguir la postura política que este tenga o su modo de pensar. Así pues, las fuerzas armadas de este país deben ser la primera línea de defensa del Estado social de derecho; se deben a la constitución y a los asociados de este Estado, quienes hemos pactado vivir en democracia.
Quienes defendemos el Estado social de derecho y las instituciones no debemos caer en el juego macabro del gobierno nacional, en especial, el del presidente y el ministro de Defensa, ni mucho menos en el llamado “cuarto poder” que desempeñan los medios de comunicación, quienes peligrosamente han elegido un apoyo ciego a la Policía sin hacer un juicio justo de la situación y las denuncias que hace la comunidad. Aquí lo único cierto es que desde hace muchos años se ha venido trastocando seriamente la confianza de los ciudadanos en la Policía y, si se quiere, en el resto de las fuerzas armadas.
No justifico el uso irracional de la violencia por parte de ciudadanos que la emprendieron en contra del mobiliario urbano, de las edificaciones o puestos de control policial, de los medios de transporte o, lo que es peor, en contra de la integridad de los uniformados, pero con la misma vehemencia rechazo los abusos que antes y después de la muerte de Ordóñez hemos visto (sumidos en el desconcierto y la perplejidad) sin que al presidente de este país se le mueva un ápice de empatía por los ciudadanos heridos y asesinados durante las manifestaciones. No hay que perder de vista que la Policía representa la fuerza del Estado y además son los llamados no solo a garantizar el orden, sino a preservar el respeto por los derechos fundamentales; en ese sentido, no podemos poner bajo el mismo rasero a un policía y a un manifestante.
¿Cuántas muertes hacen falta para parar esto? ¿Acaso no se dan cuenta que cada vez que los ciudadanos vemos el uso desmedido de la fuerza por parte de quienes deben protegernos agigantamos mucho más la desconfianza y nos acercamos a un terreno oscuro entre el miedo y la rebeldía? Urge un proceso de paz entre ellos y nosotros. Debe ser prioridad tejer lazos de acercamiento y para ello el presidente, que se supone es de todos los colombianos, debe imprimirle parcialidad a su discurso, debe ser el primero a llamar al orden, dándole a cada quien su grado de responsabilidad en lo sucedido, y así mismo tomar medidas que eviten que las causas de los desmanes vuelvan a repetirse y que tanto policías como ciudadanos se reconcilien y juntos puedan combatir a la ilegalidad y todo aquello que ponga en peligro la armonía y el orden que lo ciudadanos merecemos.
Los medios de comunicación por su parte deben hacer su trabajo anteponiendo la verdad, despojándose de sesgos y oportunismos políticos. Lo realmente importante es la vida, la piedra no siente ni se llora. Así que antes de mostrar cómo quedó lo material, es menester que los titulares se concentren en las víctimas de parte y parte. Los medios de comunicación tienen una responsabilidad social antes que política y parece que lo olvidan, así como cuando meten a todos los manifestantes en la categoría de vándalos y al mismo tiempo nos piden que saquemos a todos los policías de la categoría de asesinos.
Finalmente, los ciudadanos debemos ser más respetuosos con los miembros de la Policía y ellos deben ser dignos de ese respeto con sus actos y actitudes frente a nosotros.
¡No somos sus enemigos, somos a quienes deben proteger!