Problemas lógicos y políticos del voto fajardista

Problemas lógicos y políticos del voto fajardista

Decía Antonio Gramsci que al adversario político había que atacarlo políticamente en su lado más débil, e intelectualmente en su lado más fuerte. Fajardo pierde en ambos

Por: Gonzalo Galindo Delgado
mayo 25, 2018
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Problemas lógicos y políticos del voto fajardista
Foto: Twitter @InstitucionalTV

En vísperas de las elecciones presidenciales del próximo domingo, la campaña de Sergio Fajardo, la llamada Coalición Colombia, da pedalazos desesperados —para utilizar la metáfora de su candidato— por alcanzar un premio de montaña que nunca han tenido cerca y que ya no están en condiciones de conseguir. Sin embargo, además de las diatribas —muy propias del “todo vale” porque, como dicen ellos, “¡se puede!”— de Claudia López, cabalgan sobre un argumentario que, a falta de un mayor empuje de Humberto de la Calle, ha conseguido seducir a importantes sectores de opinión, representantes de las clases medias y medias-altas urbanas, relativamente cómodas/relativamente incómodas con el statu quo, a las que el uribismo les produce aversión.

Pero tal argumentario, a diferencia de lo que sucede con campañas como las de Iván Duque o Gustavo Petro, es de una fragilidad tal que a sus defensores, sus gregarios, se les ve incómodos, faltos de originalidad y atrapados en contradicciones irresolubles. Tienen el cuerpo, a horcajadas, sobre el caballito de acero, pero el espíritu político e intelectual extraviado: unos porque, como Jorge Enrique Robledo y el sector del Polo que representa, atacaron de forma inmisericorde la gestión gubernamental del “Crespo[1]”, al punto de señalar —muy sustentadamente por cierto— que “La Antioquia más educada de Fajardo” era una “farsa”, que este “representaba el gatopardismo: que todo cambie para que todo siga igual”[2] y que, como dijo el difundo Rodrigo Saldarriaga “no había nada peor que un neoliberal honrado”; y otros porque, como los líderes liberales de opinión, se enfrentaron al hecho de que la candidatura de De la Calle había nacido muerta y no les quedó más remedio que plegarse a un candidato que está a años luz de aquél en los atributos que se espera de un jefe de gobierno y de Estado: lucidez, criterio y conocimiento, tanto del país, como de las instituciones. Se trata, en fin, para unos y otros, de un candidato que no los entusiasma y que los hace sonrojarse cuando figura en los debates públicos. A la única que se le ve rozagante haciéndole campaña al “Crespo” es a Claudia López, tan enérgica y voluntariosa como cuando repetía el mismo libreto, ¡exactamente el mismo!, pero en defensa de la candidatura presidencial de Enrique Peñalosa[3].

Más allá de todo esto, el punto en el que quiero concentrarme es en el argumentario, en la narrativa política del fajardismo, la narrativa de la “remontada”: un relato con serios problemas lógicos y políticos, lo cual es grave si tenemos en cuenta que, justamente, el candidato es, de un lado, matemático especializado en lógica y, de otro, un político con más de 18 años de experiencia en la vida pública. Decía Antonio Gramsci que al adversario político había que atacarlo políticamente en su lado más débil, e intelectualmente en su lado más fuerte. El Crespo pierde a dos bandas. Veamos.

La falacia lógica: Fajardo es el único candidato que puede derrotar a Duque en segunda vuelta

En este punto los fajardistas van demasiado rápido, omitiendo pasos en el razonamiento y dando por descontadas premisas sin las cuales su edificio conceptual se derrumba. Aquí cifran sus esperanzas en las encuestas, no obstante estas en sí mismas son problemáticas[4], de allí el sablazo que Humberto de la Calle le asestó a Fajardo: “un profesor invita a votar por propuestas no por encuestas”. Pero aun asumiendo las encuestas como ciertas, los gregarios del “Crespo” se toman unos atrevimientos inferenciales que harían llorar a cualquier estadístico.

Toda su estratagema se reduce a concluir que, al ser Fajardo el candidato que menos resistencia genera[5] o que mayor favorabilidad tiene, es el candidato que le ganaría “al que dijo Uribe” en segunda vuelta. Es como si yo concluyera que por ser James Rodríguez el hombre con mayor favorabilidad en la opinión pública o “Don José”, el señor del escándalo reciente, el que más ternura inspira, habría que votar por uno u otro, puesto que serían los únicos capaces de ganarle a Duque en segunda vuelta. La cuestión es que la favorabilidad o la buena imagen no eligen presidente, por eso es que ninguna encuesta lo ubica a él en segunda vuelta, es así de simple. Digámoslo de otra manera: estoy seguro que mi abuelita tendría más favorabilidad que Fajardo, pero nadie la elegiría para presidenta. No se puede homologar la intención de voto con el índice de rechazo o de favorabilidad, por eso se trata de mediciones distintas y por eso ni Don José, ni James Rodríguez ni me abuelita darían un brinco en una competencia por la presidencia de Colombia.

Pero el asunto se vuelve aún más problemático si se considera que los fajardistas prefiguran su fantasía soslayando la condición sine qua non de su posibilidad: ubicarse en el primer o segundo lugar en la intención de voto (no en la “favorabilidad”, ojo). Puesto que su punto de partida son las encuestas, lo primero que habría que reafirmar es que todas las encuestas señalan que, más allá del margen de error, Fajardo está por fuera de segunda vuelta, no le alcanza. Pero para ir más allá de la medición estadística, también habría que decir que en el terreno de las estructuras políticas y económicas que sostienen su candidatura, el panorama no es más alentador, pues sus principales aliados o no están con él completamente o están en otras orillas: las bases del Polo Democrático están con Petro, buena parte del Partido Verde también, y el Grupo Empresarial Antioqueño, la base económica del éxito político de Fajardo, eligió el caballo que más tira, Iván Duque.

En síntesis, al matemático no lo acompañan las matemáticas, ni la estadística, ni la lógica. Sus alianzas no son consistentes, sus socios históricos lo han abandonado y tampoco ha logrado congregar a su alrededor procesos sociales o luchas históricas que vean en él a su legítimo representante. Fajardo puede despertar empatía en una joven estudiante de Bogotá, pero no en un campesino del Catatumbo, en un poblador de Tumaco o en una indígena de Leticia. No le habla a la Colombia profunda. Así, más que ganarle a Duque, estaría cerca de repetir la gesta de Antanas Mockus: perder contra el uribismo, 2 a 1 en primera vuelta, y 3 a 1 en segunda.

La falacia política: Fajardo es el hombre ponderado y justo que, en el centro de los extremos, nos podrá conducir al futuro

Atribulados por su incapacidad de formular lineamientos programáticos consecuentes con los problemas y las injusticias históricas que ha soportado este país, los gregarios del team Fajardo han tenido que mover el pedal sobre el pavimento de la pospolítica. Esto es, el viejo cuento de un centro político, alejado de los extremos ideológicos, que gestiona y administra la vida pública con criterios exlusivamente técnico-gerenciales. Una negación de la política tan paradójica como el famoso consejo del General Francisco Franco a uno de sus periodistas afines “usted mejor haga como yo y no se meta en política”.

Ni izquierda ni derecha, ni capitalismo ni socialismo, ni fu ni fa, mejor el centro. A esto, en su momento, le denominaron la “tercera vía”, fue apuntalada por Tony Blair en Europa y prohijada, en el contexto colombiano, nada más y nada menos que por Juan Manuel Santos. Y la tal “tercera vía” representó, como lo denunció la politóloga Chantal Mouffe, el colapso de la socialdemocracia europea y su disolución en el proyecto de la globalización de signo neoliberal. Por esto es que, según la anécdota, cuando a Margaret Thatcher, madre política del neoliberalismo, le preguntaron cuál había sido su mayor logro en la vida pública, esta respondió sin dudarlo: Tony Blair. Esto equvaldría, guardadas proporciones, a que esa pregunta se la hicieran a Álvaro Uribe y este respondiera, sin dudarlo: Sergio Fajardo. En otras palabras, equivaldría a que fuera cierto el caballo de troya o el gatopardismo que otrora vieran Jorge Enrique Robledo y sus seguidores en el “Crespo”.

La actual coyuntura electoral y la falta de imaginación del fajardismo, han obligado a sus gregarios a desempolvar esa vieja narrativa, aderezándola con nuevos epítetos. Así es que han descubierto, después de un gran esfuerzo intelectual, que el problema de los candidatos con mayor opción para llegar a la presidencia es que uno representa al populismo de derecha y el otro al populismo de izquierda, y que lo que se necesita es un hombre moderado, como lo sugiriera recientemente el profesor César Rodríguez Garativo[6]. Se trata, pues, de la estrategia retórica del justo medio que es, en el fondo, una falacia argumentativa: busca posicionar un argumento, no por sus cualidades lógicas, sino por el hecho de ser, al fin y al cabo, salomónico. O sea, Fajardo es bueno, no por su lectura histórica de la sociedad y del conflicto político colombiano, ni por sus propuestas para transformarlo, sino porque es un hombre que no se muestra exaltado, ni en sus maneras ni en su horizonte programático.

En esa estratagema de mostrar a Petro como un extremista irredento, algunos, como Héctor Abad Faciolince, han hecho directamente el ridículo, al intentar mostrar que “Petro es chavista”, replicando las tesis del uribismo y soslayando, de un solo plumazo, la profunda discusión de economía y ecología política que Petro ha puesto sobre la mesa al hablar, basado en Jeremy Rifkin, de la “tercera revolución industrial”, es decir, de la necesidad urgente que tenemos como especie de instaurar un modelo económico y político radicalmente diferente al venezolano.

También han hecho un esfuerzo importante por vendernos a un Petro ególatra, megalómano y soberbio. ¡¿Qué dirían entonces si se enteraran de que el celebrado profe Mockus se casó montado en un elefante en cautiverio con el pellejo pintado para la ocasión?![7] ¡¿O si supieran que Fajardo desoyó a las comunidades desplazadas por Hidroituango y, como lo denunciaran la Corporación Jurídica Libertad y el Movimiento Ríos Vivos, les echó al Esmad cuando protestaban pacíficamente contra el expolio?![8] ¡¿O si descubrieran que el “Crespo” hizo lo propio ordenando el ingreso del Esmad a la Universidad de Antioquia en abierto desprecio de las solicitudes de profesores y  de estudiantes, así como del principio constitucional de la autonomía universitaria?![9]

Si se enteran, seguramente se les cae la ecuación porque, a diferencia de lo que hubiera hecho un buen matemático, no han tenido en cuenta todos los factores. Han obviado, para no ir más allá, que Gustavo Petro, desde el 2017, cuando figuraba de último en las encuestas, insistió una y otra vez a Humberto de la Calle y a Sergio Fajardo, en la necesidad de una coalición amplia y plural para derrotar a las élites tradicionales. Pero el jefe de De la Calle, César Gaviria, lo prohibió;  y el “Crespo” en el que, supongo, debe ser visto como un gesto de humildad y ponderación, se negó sistemáticamente.

En ese esfuerzo denodado de satanizar a Petro, también nos han querido inocular la idea de que Petro es extremista y que, como los extremos se juntan, se parece a Uribe. Así, sin empacho alguno, han puesto en un mismo plano al defensor de la Constitución de 1991 y a uno de sus mayores detractores; al que denunció la parapolítica, poniendo en riesgo su vida con la de su familia, y al que la agenció; al que denunció los falsos positivos y al que los legitimó; al que ha denunciado desde los 90 los más grandes escándalos de corrupción del país y al que se ha usufructuado de los mismos. La cuadratura del círculo, imposibilidad matemática que los seguidores del matemático se empeñan en sostener.

Epílogo: votar por Petro y abrir las sendas de la democratización en Colombia

Como buen académico, tendría que ocultar el hecho de que soy partidario del programa de la Colombia Humana para convencer a mi audiencia de que soy un analista objetivo y desinteresado. Pero no es el caso. Casi ni soy académico y tampoco soy “bueno”, así que no me avergüenza advertir que he hecho campaña activa en favor de la candidatura de Gustavo Petro y que por ello en mis consideraciones se entremezclan la razón, la emoción y la experiencia directa. Con esto en mente, y haciéndole frente al problema que he planteado en este artículo, ofrezco unas últimas líneas.

En medio de un panorama político predecible como el colombiano, Gustavo Petro irrumpió logrando canalizar procesos históricos de descontento en el marco de un discurso moderno y visionario que recoge lo mejor de la tradición progresista del país. Con ello modificó decisivamente el tablero político nacional y facilitó nuevos alineamientos de las fuerzas alternativas en torno a un programa de gobierno centrado en un imperativo sociopolítico: la democratización de la sociedad colombiana en todos los frentes: la economía, el saber, la salud, la educación y la política misma.

Sin embargo, algunos, particularmente los gregarios del team Fajardo, han querido ver en la candidatura de Gustavo Petro, un liderazgo que incita al odio y a la polarización de la sociedad colombiana. Y aunque yo he podido ver cosas que ellos no han podido, en realidad me pregunto si se trata tanto de poder como de querer. Porque aunque yo, directamente, me he reunido con personas desconocidas a repartir periódicos, pintar telas, hacer videos, hablar de política, cargar pendones, perifonear con megáfono, organizar reuniones, trabajar en equipo, desfilar con chirimías, participar en marchas, recorrer barrios, llenar la plaza pública; aunque yo, decía, haya hecho esto y otras cosas más en el marco de la campaña, me cuesta creer que ellos no lo hayan visto en mi ciudad como en otros muchos rincones del país y que, viéndolo, no hayan concluido que la mayor incitación de la campaña de la Colombia Humana, ha tenido que ver con una de las emociones políticas fundamentales: la esperanza. Puedo entender que no comulguen con las ideas de justicia social, ambiental y de género que constan en el programa, pero no puedo aceptar que lo que vean en las plazas públicas abarrotadas por gente de a pie, con carteles y símbolos artesanales —y solo porque quisieron, no porque les pagaron— sea la expresión del odio y la polarización. Esto, viniendo de sectores de “centro”, solo puede entenderse, como me lo explicaba una amiga, por un cierto republicanismo hostil a los sectores populares: hostil, en último término, a la democracia.

Pero nosotros sí celebramos el despertar de la esperanza y de las nuevas ciudadanías en el panorama político colombiano. Celebramos que el conflicto político pueda aflorar en las plazas y no en la selva, y celebramos que en este proyecto democrático coincidamos con fuerzas políticas y sociales históricas que ven sus luchas representadas en el proyecto de la Colombia Humana: la Organización Nacional Indígena de Colombia, el Proceso de Comunidades Negras, la Federación Colombiana de Educadores, la Central Unitaria de Trabajadores, las Autoridades Indígenas de Colombia, la Asociación Nacional de Afrocolombianos Desplazados, la Organización Nacional de los Pueblos Indígenas de la Amazonía Colombiana, el Movimiento Cimarrón,  la Mesa Nacional de Víctimas, la Unión Sindical Obrera de la Industria del Petróleo, la Federación Nacional de Estudiantes Universitarios, el Congreso de los Pueblos, Marcha Patriótica, y otras muchas expresiones políticas y sociales.

Celebramos también que este proyecto de país sea abanderado por liderazgos como los de Francia Márquez, César Pachón o Feliciano Valencia, que pueden no ser Rodolfo Llinás, Pirry o La Pulla, pero son representantes, respectivamente, del mundo afro, campesino e indígena, que han luchado, resistido y comprendido las injusticias desde los territorios, no desde los escritorios, los laboratorios o las salas de redacción. A ellos los celebramos, así como al Programa de la Colombia Humana, un proyecto democrático que, como ningún otro, le ha logrado hablar a la Colombia profunda, al país real.

Por esta convicción que nos ha volcado al mundo de la política a quienes no le pertenecíamos, invitamos a los liberales Colombianos y a los autodenominados sectores de “centro” a ser generosos y responsables con el momento histórico, a atreverse, al menos esta vez, a jugársela por un cambio certero representado por una propuesta que le ha devuelto la esperanza a los sectores democráticos alternativos del país.

Sabemos que Petro no es ningún mesías ni nos va a salvar de nada. Sabemos que es sólo un líder, que hoy está, pero que mañana no estará. Sabemos que va a ser difícil, muy difícil, que tendremos contratiempos, sufriremos ataques, y nos equivocaremos muchas veces en el camino. Nadaremos contra la corriente. Es la naturaleza de todo proceso de cambio social. Pero también sabemos, y lo sabemos más que nada, que ningún líder político que amenace remover las más hondas causas de la injusticia social en Colombia, va a ser tratado con benevolencia por las élites que han regentado el poder. Sabemos que nadie que se proponga transformar en serio este país, va a ser elogiado por los grandes medios de comunicación o bendecido con el don de la “gobernabilidad”. Nadie que se entregue a la lucha contra la injusticia va a salir intacto. Lo sabemos porque conocemos la historia de Jorge Eliécer Gaitán, de Jaime Pardo Leal, de Bernardo Jaramillo Ossa, de Luis Carlos Galán y de Carlos Pizarro Leongómez.

Lo sabemos porque estamos viviendo la historia de Gustavo Petro, que también es nuestra historia. ¡Y la vamos a defender!

[1] Dice un eslogan de la campaña de Sergio Fajardo: “No vote por políticos lisos, vote por el Crespo”.

[2] Aquí Jorge Gómez, la mano derecha de Robledo para Antioquia, hablando in extenso del asunto

[3] https://www.youtube.com/watch?v=SWPzUPpe3UY

[4] Recuerda la Revista Semana, cuando en el 2010 el candidato de centroderecha no era Fajardo sino Mockus: “En la medida en que se acerca la primera vuelta, vale la pena traer a cuento lo que pasó hace ocho años entre Juan Manuel Santos y Antanas Mockus. El último mes antes de la votación, Mockus ganaba en las encuestas. Las últimas dos dieron estos resultados: Ipsos Napoleón Franco, 45 por ciento Mockus y 40 por ciento Santos. Datexco, 45 por ciento Mockus y 44 por ciento Santos. El resultado de esa primera vuelta fue: Santos, 6.802.043 (46,67 por ciento) y Mockus, 3.134.222 (21,51 por ciento), es decir, más de dos a uno. La explicación está en que Santos tenía la maquinaria de varios partidos y Mockus solo voto de opinión. Después de este triunfo, Santos le ganó en la segunda vuelta por casi 6 millones de votos”.

[5] Inferencia legítima de la medición dada por la pregunta: “¿Por cuál de los siguientes candidatos que le voy a leer NUNCA votaría usted en las elecciones para presidente de la República?”, en el caso de la encuesta de DATEXCO o por la pregunta “¿Usted tiene una imagen favorable o desfavorable de las siguientes personas?” en la encuesta de Guarumo y Ecoanalítica.

[6] “Si las encuestas se cumplen, vamos a tener un gobierno populista de derecha o izquierda”

[7] http://www.soho.co/historias/articulo/antanas-mockus-se-caso-sobre-un-elefante/13165

[8] ¿Qué tiene que ver Fajardo y Ramos con el desastre de Hidroituango?

[9] Disturbios en la UdeA al Fajardo autorizar intervenciones del Esmad

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