En tiempos de postconflicto se habla mucho de reconciliación y de reconstruir un nuevo país, de reconciliarse con personas que erróneamente decidieron solucionar sus diferencias por la lucha armada, y no está mal, es un gran paso. Los guerrilleros o exguerrilleros son hermanos colombianos que merecen oportunidades, de eso no hay duda.
Lo hipócrita del discurso de paz y reconciliación de muchos viene al momento de incluir a los uribistas, si bien es cierto muchos de estos poseen un discurso agresivo y muy radical, también es cierto que muchos predicadores de la reconciliación se encargan a diario de agudizar las rivalidades y el radicalismo, respondiendo de la misma manera, ofensiva y a veces reduciéndolos al absurdo.
La cuestión se ha vuelto tan absurda que cualquiera que intente un acercamiento hacia ellos corre el riesgo de ser perseguido o atacado como un hereje. No trato de justificar en esta nota a Álvaro Uribe y lo que representa, pero al fin y al cabo quién es el uribista por regla general: una persona humilde trabajadora, víctima de las políticas de Uribe y Santos, o ¿acaso cuando redujeron horas extras, hicieron una excepción con los trabajadores uribistas?, ¿acaso en la EPS quien muestra el carnet de militante del Centro Democrático o quien vaya con el suéter de "Lo que es con Uribe es conmigo" recibe un trato preferencial o por lo menos no le niegan la atención? Absolutamente no.
Los uribistas son también nuestros hermanos coterraneos. Muy seguramente usted, quien lee esto, tiene un tío uribista o incluso sus padres son uribistas. Creo que a nadie le gustaría que su padre o madre fuera tratado mal por ese hecho por más que a uno le moleste.
Ya es hora de que en verdad demos el primer paso. Una verdadera reconciliación es hacer la paz con aquellas personas totalmente opuestas con nosotros, convencerlos de lo errado de sus ideas o planteamientos a través del verdadero diálogo, amistoso y con verdaderos argumentos. Estoy completamente seguro que se puede lograr mucho más así que lanzando consignas ofensivas. En definitiva, desarmar realmente el espíritu es dejar de ver a Uribe en un uribista, incluirlos en la verdadera reconciliación y así derrotar a los mismos con las mismas de siempre, que al fin y al cabo son quienes de verdad se benefician con esta absurda rivalidad.