A raíz de la andanada violenta del expresidente Álvaro Uribe contra el columnista Daniel Samper Ospina, acusándolo de “violador de niños” sin presentar ninguna prueba, algunos analistas han tratado de hacer un retrato psicológico o psiquiátrico del “Yo, el supremo”.
En efecto, María Jimena Duzán, escribió Las nuevas guerras de Uribe; Antonio Caballero, San Antoñito y, hace unos días, en El Espectador, Esteban Carlos Mejía dijo: “Álvaro Uribe Vélez encarna lo más ruin, nauseabundo y siniestro de la 'raza antioqueña', si acaso existe tal majadería. Es el típico avivato: ventajoso, zalamero, mentiroso, arbitrario, tramposo, hipócrita y cínico”
No obstante, me parece que la columna de Joaquín Robles Zabala: El problema no solo es Uribe, publicada en la versión digital de Semana, pega en el blanco cuando apunta a lo que Gramsci denomina la hegemonía cultural y política.
Es decir, el gran poder político que le permite al expresidente tachar de “castrochavista”, “guerrillero”, “terrorista” y ahora “violador de niños”, así porque sí, como si nada. Esto, se explica, entre otras cosas, por la sumisión de las clases subalternas que le prodigan poderes divinos y celestiales.
Si no existieran organizaciones sociales, militares, gremiales; ganaderos, poder político y eclesiástico, confesiones religiosas de la más varada estofa, el fenómeno del paramilitarismo no podría haber aparecido y desarrollado en la forma como ocurrió en el gobierno de Uribe.
Pero este no es un fenómeno de los últimos cuatro o cinco gobiernos. La violencia hunde sus raíces en los orígenes de la historia nacional. Desde la conquista española, pasando por la Colonia, la Independencia y la República, las clases dominantes han gobernado este país con la demagogia y la represión, con la zanahoria y el garrote, de tal manera que la violencia económica y social, junto a la exclusión política de las mayorías nacionales, han venido determinando el carácter de las clases dominantes, a tal punto que en estos momentos están expresando la profunda crisis de los valores democráticos que desgarra la sociedad colombiana.
Esto explica, en gran medida, lo que está ocurriendo con el desarrollo normativo y la implementación institucional de los Acuerdos de La Habana, de tal manera que las salidas ramplonas y estrambóticas de “El Mesías”, no causan mayor perplejidad, si tenemos en cuenta su irresponsabilidad congénita como expresidente de la república.
Pero el problema no solo es Uribe. La abstención electoral, la violencia prolongada, la corrupción sistemática, la dispersión de la izquierda y de los sectores democráticos, han llevado a que vastos sectores sociales se refugien en el pesimismo y la desesperanza, y acudan a las causas religiosas, a los culebreros de milagrerías y otras yerbas medicinales, como tablas de salvación para enfrentar la profunda crisis que destroza la sociedad colombiana.
Es en esta coyuntura cuando aparece “EL Mesías” con su carga de odio, de mentira y desinformación; con sus rayos y centellas apostrofando, maldiciendo, insultando en imponiendo “Las Tablas de la Ley”, como el rey Salomón anunciando la tierra prometida.
Por eso el artículo de Joaquín Robles Zabala cae como anillo al dedo. Si el expresidente es un irresponsable de siete suelas en el manejo del lenguaje, los sectores democráticos serían doblemente irresponsables si no se unifican para cautivar, atraer y movilizar la simpatía y la esperanza de las mayorías silenciosas que están propensas a caer en las redes sociales de los embaucadores de la posverdad, de tal manera que no sería extraño que para las elelcciones del 2018, se presentara el fenómeno de una alta votación por candidatos presidenciales de la caverna como Viviane Morales, Alejandro Ordóñez, o “el que ponga Uribe”, como dicen algunos “buenos muchachos” furibistas.
Solo la unidad de los sectores democráticos podrá cautivar y motivar a las mayorías silenciosas para poder enfrentar y aislar políticamente a los pregoneros de la guerra que quieren llegar al gobierno para “hacer trizas los acuerdos de paz”.
Parece que los dirigentes del establecimiento político, financiero y mediático, estuvieran pasando de agache frente a la historia del fascismo. Allá va el ladrón, señala el pillo con su dedo acusador para poder esconder su podredumbre moral. ¿Cómo se llama éste país?