Hace ya algunos años, concretamente en agosto 23 de 2015, la columnista María Mónica Monsalve ponía el dedo en la llaga en lo referente a la carencia de especialistas médicos en Colombia. Su columna publicada en el diario capitalino El Espectador titulada “Especialidades médicas: nadie hace nada” sigue vigente y es de mucha actualidad por cuanto lo planteado y denunciado es cada vez más notorio en el sistema de salud colombiano, específicamente en la calidad de atención médica que recibimos los colombianos. Recomiendo su lectura para que de una buena vez comencemos a hacer algo para tratar de ponerle freno a una situación que tarde o temprano nos hace parte del problema.
Hoy en día acceder a la atención de un especialista medico es casi que imposible en Colombia. Las esperas son interminables y en muchos casos llegan tarde o bien la pérdida ya es inevitable. La concentración de especialistas médicos es notoria en las grandes ciudades, mientras su ausencia es total o su es presencia mínima en ciudades pequeñas o intermedias, ni qué decir en los alejados municipios de la geografía colombiana. No sé si exista algún estudio que nos permita conocer el número de pacientes muertos o afectados gravemente por falta de un especialista médico, lo cierto es que cada vez es mayor el número de colombianos que ruega por una pronta y efectiva atención sin que ello sea posible.
Muchos proyectos de ley que han pretendido combatir la ausencia de especialistas médicos han quedado en simplemente eso, en proyectos, que luego terminan olvidados en las oficinas de los congresistas o embolatados en las oficinas burocráticas de los hospitales o ministerios. Todo indica que acceder a una especialización medica es un acto que requiere de padrinos políticos, recomendaciones de altos gerentes y todo un cumulo de requisitos que se hacen casi que imposibles de cumplir por parte de los interesados. Lo curioso es que aún los mismos especialistas médicos empiezan a quejarse pues su presencia en hospitales y clínicas es requerida permanentemente llevándolos a un estado de estrés laboral y depresiones. Poco o nada les sirven los altos honorarios que perciben por cuanto mencionan tener alteradas sus relaciones familiares y una ausencia total de actividades lúdicas, de ocio o recreativas. De poco o nada les sirven los 40 o más millones devengados mensualmente por su exclusividad profesional y cada día es más notoria la deficiente capacidad de concentración y atención de estos especialistas médicos.
Hay que empezar a hacer algo y serio.Los diferentes ministerios, los hospitales, la sociedad civil, las universidades y los gremios médicos tienen que empezar a pronunciarse seriamente y con vehemencia ante estas anomalías y ausencia de políticas que le pongan coto a una realidad de nuestro sistema de salud. Ayer nada más me mostraba un paciente afectado gravemente de sus riñones como debe armarse de paciencia ante una cita programada para cinco meses después por ausencia total de un especialista (urólogo) que le permita conocer su verdadero estado de salud. Igualmente pude observar como un paciente gritaba y suplicaba la presencia de un especialista que ponga fin a su dolor humano; pero nada, la única respuesta es esperar hasta que exista disponibilidad de un especialista, cosa casi que imposible por las realidades plantadas y expuestas.
También es cierto que acceder a un especialista médico se ha vuelto casi que un acto de lagartería, pues todo indica que también nos enfrentamos a una especie de mafia medica que considera que conservar el statu quo en las universidades y hospitales, con el fin de conservar sus privilegios y altos honorarios, es un asunto de lobby político que se refleja en la cruda realidad de la salud de los colombianos. Lo curiosos es que existen muchos jóvenes médicos que desean especializarse y servirle a su gente y su país, pero que no pueden hacerlo por la maraña burocrática y por los requisitos casi que inalcanzables que se les exige; en vez de apoyarlos y motivarlos el sistema de salud y las universidades los desalientan constantemente impidiéndoles acceso a las especializaciones. Cada año, a lo sumo, son tres o cuatro cupos por especialidad que ofrece el sistema educativo y, mientras tanto, estos jóvenes profesionales de la salud empiezan a entender que es mejor no especializarse y conformarse con un trabajo estable aunque mal remunerado.
O empezamos a hacer algo al respecto o nos condenamos a sufrir y padecer enfermedades que por ausencia de tratamiento oportuno degeneran en situaciones médicas intratables e incontrolables. No hay nada más grave que el dolor humano producto de una enfermedad, lastimero mirar a cientos de pacientes en largas listas de espera para ser remitidos y valorados por un especialista. Muchos han muerto en esta larga e insufrible espera y muchos más caeremos en la misma trampa de un régimen que contempla impávido y en complicidad la carencia de especialistas médicos. Es el momento de empezar a hacer algo, ahora que todavía nuestros jóvenes no han renunciado a soñar y desean hacer patria con sus propias manos.