Corría el año de 1886. Las condiciones laborales por inconcebible que parezca eran peores que en la actualidad, y como siempre surgieron líderes carismáticos que se pusieron a la tarea de denunciar los terribles abusos cometidos por los patrones contra la clase obrera, organizaron a los trabajadores en gremios bien estructurados y se dieron a la tarea de lanzarse a la protesta. Su petición era simple: una jornada laboral de ocho horas. Tales líderes eran conocidos por la clase obrera como “the knights of labor” (los caballeros del trabajo)
Albert Parsons, August Spies, Adolph Fischer, George Engel entre otros líderes, convocaron a una marcha pacífica para el día primero de mayo, con el fin de dar a conocer su humana petición a la clase dirigente. Los medios de comunicación, tan aliados de la clase dirigente como hoy en día, se dieron a la tarea de llamarlos provocadores, terroristas, amén de otros epítetos no menos ignominiosos. Asimismo, los acusaban de esconderse y no dar la cara. Frente a ello, Spies dijo el día primero de mayo: “Señálennos hoy, manténgannos a la vista, indíquennos como responsables de lo que suceda hoy”. Con Parsons y Spies a la cabeza, la marcha inició sin contratiempo alguno. La jornada fue todo un éxito y decidió programarse una nueva movilización para el día cuatro de mayo, a la espera de que la resonancia de la primera movilización aumentara la participación en la segunda, y así fue. Todo parecía ir bien para la clase obrera hasta que un artefacto explosivo de procedencia desconocida fue lanzado en medio de la marcha. El pánico fue general y los periódicos como era de esperarse acusaron a los caballeros del trabajo de las muertes producidas aquel día. Parsons logró escapar y esconderse en una casa de campo, pero por convicción existencial e ideológica decidió volver y entregarse a las autoridades. Spies y otros habían solicitado clemencia dada la inminencia de la condena a muerte, pero éste se retractó cuando supo que su gesto era visto como un gesto de cobardía. La esposa de Parsons organizó una nueva marcha con el fin de, según sus propias palabras: “salvar la vida de seis hombres inocentes, uno de los cuales amé más que a la vida misma”.
En el juicio, los caballeros del trabajo expusieron sus razones: “Vi que a los obreros de esta ciudad se les trataba como perros. Y ayudé a organizarlos. ¿Eso es un crimen?” Preguntó uno de ellos. Engel dijo: “estoy aquí por el mismo crimen por el que tuve que salir de Alemania: por ser pobre”. Michael Shwuab dijo: “Si nos callamos nosotros hablarán las piedras. Niños son sacrificados inhumanamente, obligados a trabajar”. Pero quien puso la nota alta fue Spies al afirmar: “Si ustedes creen que ahorcándonos acabarán el movimiento obrero, ¡Pues ahórquennos! Así apagará una llama, pero esto es un incendio que nadie podrá detener”. Con todo, la orden de la ejecución fue dictada y los caballeros del trabajo fueron condenados a la horca. Las últimas palabras de Spies resumen el logro de aquella manifestación: “Llegará el día en que nuestro silencio será más elocuente que las voces que ustedes estrangulan hoy”.
Tal acontecimiento es lo que se conmemora en el día del trabajo, y si bien las luchas obreras siguen siendo el pan de cada día y los medios de comunicación cumplen la misma labor a tal punto de que cualquiera que se preocupe por la clase obrera es tildado de “mamerto” e incluso de “guerrillero”, las condiciones sociales existentes en el país siguen justificando que existan protestas y movilizaciones. Fue gracias a “mamertos” como aquellos que la clase obrera obtuvo la jornada laboral de ocho horas que muchos disfrutamos hoy en día pero que para el grueso de la sociedad continúa siendo una realidad utópica. Gracias a protestas de este tipo es que las condiciones laborales mejoran, pues muy rara vez se debe a la voluntad del empleador. La apuesta por condiciones laborales dignas debe ser prioridad en un país que sufre el flagelo de la tercerización, del desempleo, de la humillación en el lugar de trabajo, de la consabida expresión: “si no le sirve el trabajo, váyase”. Es tarea común exigir y no permitir condiciones laborales que menoscaben la dignidad humana de los trabajadores.