Rochi no sabía si escribirte estas palabras. Tuvieron que pasar cuatro casi cinco años para decidirme a hacerlo, no porque no estuvieras presente, porque siempre has estado presente iluminando el camino y el sacrificio que siempre inculcaste por la alegría de los más humildes de este país.
No lo había hecho por el dolor que me causa tu ausencia física, sobre todo, cuando vivimos un momento único en nuestra lucha, esa que desde tu larga vida de luchadora y guerrera, marcaste en cada paso que diste hasta el día que cerraste tus ojos para siempre: ese fatídico 14 de febrero de hace cinco años, cuando en medio del combate y en las inclemencias de los más cruentos operativos militares, te despediste con un fuerte abrazo mediante el cual me trasmitiste la energía para saber que hacer de ahí en adelante.
Recuerdo como si fuera ayer el día en que renuncié al mando, y tu reacción fue bajar las manos de tu reata y sacar la macheta para cortar una vara para pegarme por no hacer caso y renunciar a mis responsabilidades, como cuando se es niño y los hermanos mayores te corrigen.
Recuerdo que eran las 10 de la noche cuando un camarada me despertaba a todo grito para avisarme que ya no estabas: quedé sin aire, sin saber qué decir o hacer. También recuerdo que llevaron tu cuerpo a un caserío llamado La Ye, que te despedimos con calle de honor y sin derecho a quemar tiros de salva porque el enemigo se acercaba. Como mujer revolucionaria tuve que despedirte para siempre sin una lágrima en mis ojos pero con el corazón en llanto.
¡Ay Rochi!, mi vieja, compañera del alma, cuánto dolor me alberga saber que la muerte no permitió que pudieras estar en ese momento, que de seguro tus aportes serian invaluables, tu marcada sonrisa en ese rostro delgado daría moral en todas estas bregas, tu voz de aliento para seguir en el combate, ya no con las armas, pero si como dijo Timo ”con la palabra”.
Como tú misma me lo dijiste un día que debíamos trabajar muy duro para librar la pelea con argumentos políticos, abriéndonos trochas para llegar a cada campesino, indígena y negro que mal viven en los apartados territorios de la inmensa geografía Colombia, esa geografía que te vio crecer, compartir lo poco que tenías con cada hombre o mujer del común que necesitaba de pan o una voz de aliento y que fue testigo de tu partida en las históricas sabanas del Yari.
¡Vieja!, son cuatro largos años donde el recuerdo de verte por última vez en medio de un fuerte abrazo no se borrará, donde escucharte en las charlas, reuniones o simplemente en medio de la recocha, perduran en la memoria de todas y todos quienes te conocimos. Ya ha pasado mas de media década donde aún tengo presente nuestras conversaciones acerca de la lucha y la emancipación de las mujeres por la libertad de los pueblos.
Te fuiste de nuestro lado físicamente pero aquí continuas, en nuestras memorias, en cada pensamiento, sueño, acción, llanto o alegría, en cada paso que damos por un mundo mejor. Eres de esos tantos gigantes luchadores que entregó el Sumapaz.
Rochi nuestro sueño de una Colombia nueva al servicio de las grandes mayorías desfavorecidas es hoy más vigente que nunca, aunque no ha sido nada fácil. Ese, nuestro sueño hoy se alimenta de nuevas generaciones, de jóvenes, niñas y niños a los que tú les dedicabas tiempo aún en las situaciones más difíciles de la guerra.
En tu memoria Rochi, por la alegría que me dio la vida de haberte conocido, te digo que seguimos firmes y la moral en alto, con la sencillez que debe caracterizar a cada verdadero revolucionario, aportando y enseñando lo poco que tenemos, aprendiendo cada día más de nuestras y nuestros camaradas, aferrándonos a nuestros sueños y preparando nuestro futuro, ese futuro que llevará tu nombre como la gigante que fuiste. A vos Rochi, que no quisiste nuestro llanto, porque te despediste con una sonrisa elocuente, te digo que seguiremos luchando por la felicidad de este pueblo que tanto amaste.
7 de noviembre de 2017.
Paula S.