En medio de la peor crisis de la justicia colombiana después del Palacio de Justicia —como afirman muchos—, con tutelas en entredicho, otras engavetadas, con adquisición cuestionada de tierras de por medio, usted le ha hecho un gran favor a la sociedad colombiana. Con su voz grandilocuente y con palabras que parecían más leídas que espontáneas, ha logrado despertar algo fundamental que había desaparecido en nuestra sociedad, la sanción social. A estas alturas, independientemente de lo que diga la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, el país ya expresó su desacuerdo con todo lo que se supone rodea su ejercicio de tan alta posición como presidente de la Corte Constitucional. Probablemente en medio de su resentimiento no alcanza a dimensionar el gran favor que le ha hecho al país al demostrarle a los millones de habitantes que su voz de censura ante posibles actos non sanctos, sí es importante. Sí puede tener efectos positivos.
Hasta ahora el apoyo de su jefe, —el expresidente y hoy senador de la República, Álvaro Uribe Vélez, quien lo nombró por ocho años como magistrado—, no ha sido muy visible. Es muy posible que lo haya apoyado en privado, pero en público ni él ni su partido lo han rodeado con la contundencia que usted requería. Esa, que podría haber sido una tabla de salvación ante la opinión pública, no le ha funcionado. Muchos nos preguntamos por qué, conociendo que el senador y expresidente no se pierde la oportunidad de dar una pelea. No es sino preguntarle a los estudiantes de Pereira.
La sanción social, es decir el rechazo de la población ante posibles actos cuestionables de sus funcionarios públicos, cuyos salarios se pagan con el dinero de todos, es con frecuencia más poderosa que las penas de la justicia. Para alguien que ha reinado en su región, como es su caso aparentemente no solo en Montería, su tierra natal, sino en el departamento de Córdoba, en la Región Caribe y de pronto en ciertos sectores del país, sentirse rechazado por la sociedad en general, con poquísimos defensores, es un costo muy alto, es un golpe muy duro a un ego, que según afirma un columnista de El Heraldo, se estaba saliendo de contexto en algunas ocasiones.
Solo la justicia decidirá que tan culpable o no es usted de todo lo que se le atribuye, y todos debemos suponer su inocencia mientras tanto, pero la verdad es que ya la opinión de este país perdió ese miedo de expresar su rechazo a posibles actos de quienes hasta hace poco se creían intocables. Un paso sin duda necesario o más aún fundamental, para que todos empecemos a construir ese nuevo país donde la "ética profesional" no se considere como algo ajeno al ejercicio de nuestras actividades. Donde los hogares no críen criaturas privilegiadas, donde los costosos colegios privados no formen reyecitos y donde las universidades replanteen la forma como están preparando a quienes en esta sociedad de estratos, serán los dueños del poder económico, político y social.
Como dijo Lucy Nieto de Samper, en su reciente artículo en El Tiempo, algo muy oportuno en medio de la depresión colectiva que vivimos: puede que se cumpla el adagio de "que no hay mal que por bien no venga". Y ante esta severa crisis de nuestra justicia, se le podría agregar otro dicho popular: "No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista". De todas formas usted, Pretelt, despertó la sanción social en Colombia y eso es particularmente sano en esta Colombia que con mucha facilidad practica la autocensura.
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