Los campesinos que llevaron sus ahorros al Banco Agrario como requisito para apalancar sus créditos nunca se llegaron a imaginar que su dinero serviría —antes que para su beneficio— a la multinacional protagonista del mayor y más reciente soborno del país y de los más grandes y recientes escándalos de Latinoamérica.
Y aunque un labrador cumple importante papel al ayudar con el primer objetivo de la ONU para el desarrollo del milenio, erradicar el hambre, esta vez sí que contribuyó, solo que el hambre de los pobres sobornados seguramente trascenderá este milenio.
Claro está que con los ahorros de los agricultores tanto de Colombia como del mundo entero se financian no solo empresas de ese tipo, sino que también sin quererlo empresas contaminantes, de alimentos transgénicos, industria bélica o energía nuclear, todas ellas generadoras de pobreza, miseria, destrucción y hasta muerte; y claro está que a la empresa brasileña tampoco le importa saber a costa de quién o de que obtuvieron ese apalancamiento.
Los campesinos no quieren que su dinero sirva para otros fines, pero desde que el hombre al no saber qué hacer con sus excedentes de liquidez (y habiendo quienes si sabían que hacer pero no tenían dinero) decidió que podía entregárselos a alguien confiable para que los hiciera rentables, que se destine o no a los fines que quisiéramos, ya no es de nuestro control.
Pero si estuviéramos en otras latitudes, esa ética ausente aquí, estaría presente mediante inversión de ese dinero en tecnología medioambiental, comercio justo, agricultura ecológica, atención a colectivos en riesgo de exclusión, cooperación al desarrollo, educación y/o innovación sostenible, en lo que se conoce justamente como banca ética.
Conocida también como banca social o alternativa, son entidades financieras que huyen de la especulación, preponderando el desarrollo sostenible, y aunque pudiera parecerse a banca solidaria, esta particularmente en Colombia tampoco hace reparos en si el inversionista por ejemplo va a impactar bien o mal el medio ambiente.
Se estableció la alianza global para una banca con valores (GABV), cuyos elementos que defienden son: transparencia, sostenibilidad y diversidad, agrupando hoy 27 entidades, entre ellas solo una latinoamericana (de Perú), que demuestran que es posible hacer banca sostenible y ser rentable.
Forma muy lógica de dedicarse al negocio financiero, sin que habiendo conseguido ganancias a costa de lo que sea, después se devuelva un poco, como lo tienen que hacer algunos hoy, escudándose (más que sintiendo) en la Responsabilidad Social Empresarial.
Por ejemplo, el Senado italiano en noviembre de 2016 impulsó la banca alternativa con un texto que incluye desgravaciones fiscales, definiendo con claridad qué se entiende por finanzas éticas con rango de ley y por supuesto superando definiciones genéricas.
En Colombia como no lo va a hacer el gobierno, nos resta esperar que como en Holanda en 1968 cuatro o cinco personas establezcan una entidad independiente, con principios éticos, de sostenibilidad y de inclusión financiera, que quiera practicar banca cercana a la comunidad, con un sesgo social o medio ambiental, centrada en buscar una relación humana y a largo plazo, con credibilidad y solidez financiera, alta solvencia y una rentabilidad sensata y estable.
Como afirma Joan Melé en su libro Dinero y Conciencia "...el poder del ciudadano no reside tanto en su voto, como en la dirección a la que dirija su dinero, su forma de consumir y de invertir sus ahorros".