El pedagogo y escritor Laurence J. Peter decía que “un economista es un experto que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no sucedieron hoy”. Pues bien, todo indica que por estos días algunos economistas reconocidos del país están fatigosos de que les pregunten qué pasará con la economía en Colombia, mostrándose esquivos a dar una respuesta. Muy a pesar de su saber profesional, hacen bien en ser prudentes, dado que el tema económico es siempre resbaladizo y arriesgado por las diferentes variables que entran en juego.
No obstante, y a pesar de lo anterior, en lo que sí coinciden es en la notoria desaceleración económica e impacto negativo a la economía del país, que más o menos viene desde el 2013, momento en que Colombia decidió importar más productos extranjeros y exportar menos productos nacionales (no abordando los temas de apertura económica, TLC y demás). En relación a esto último, el 40% de la exportaciones colombianas se basan en el petróleo: el precio por barril se había estimado desde el gobierno para este año en 65 o 67 dólares, pero este ha venido cayendo (oscilando entre los 26 y 30 dólares) y todavía tiene la posibilidad de continuar desplomándose. Es decir, todas las proyecciones fiscales realizadas desde el gobierno se han ido al traste.
En ese juego de variables, Rusia (país que no pertenece a la OPEP) y Arabia Saudita vienen aumentando la producción petrolera, a pesar de la limitación de la demanda, generando repercusiones que conducen al estancamiento económico. Acá cabe recordar que Colombia no es una fuerza petrolera, como sí lo son Venezuela y Canadá, por lo que es irónico que pretenda subsistir de algo que no tiene. Esto ocurre en un país privilegiado geográficamente, donde la clase dirigente en el poder viene posponiendo la disposición de depender enteramente del petróleo, llegando a ridiculizar otras propuestas de desarrollo económico para el país diferentes al hidrocarburo.
Desgraciadamente, Colombia recibe el impacto de esta guerra biológica mundial que tiene detrás los intereses económicos de las grandes potencias. Funestamente, en esta sociedad atrasada, la micro (menos de 10 empleados), pequeña (de 10 a 50 trabajadores) y mediana empresa (menos de 250 empleados) están colapsando, toda vez que estas sociedades vienen perdiendo en el proceso de comercialización y de facturación de sus negocios, dejando sin empleos a centenares de personas. En este punto cabe anotar que algunas familias son numerosas y las necesidades básicas son diarias, también que algunas empresas (que aún no han quebrado) están en una encrucijada porque saben que lo que se avecina no es alentador en materia de recuperación económica para el país y en algunos casos apenas pueden pagar la seguridad social de sus empleados y llegar a algunos acuerdos con ellos. ¿Es cuestión de tiempo?
Teniendo en mente lo anterior, surge la siguiente pregunta: ¿qué está haciendo realmente el gobierno de Iván Duque frente a esta realidad? Ojalá no se le ocurra escuchar Vargas Lleras y su propuesta absurda de reforma laboral: eliminar las primas de junio y diciembre, flexibilizar los horarios de trabajo para eliminar recargos nocturnos y dominicales y festivos, quitar el subsidio de transporte, flexibilizar los costos de despido y demás.
Las cifras del Dane por lo general son polémicas, dado que casi nunca reflejan la realidad. Sin embargo, apelaremos a ellas para evidenciar el aumento del desempleo en el país en los meses transcurridos en 2020: enero, 13%; febrero, 12,2%; y marzo, 12,6% (en este mes se destruyeron 1,6 millones de empleos y la tasa de desempleo aumentó 1,8 puntos porcentuales, su nivel más alto en más de 10 años). Para el mes de abril se espera un porcentaje superior de desempleo a los meses anteriores, dado el disparo en los despidos, dilucidando lo perjudicados que yacen sectores como: restaurantes, cafeterías, textilerías, empresas de muebles, peluquerías, cines, panaderías, asaderos, bares, discotecas, hoteles, restaurantes, comercios y entretenimiento. ¿Qué decimos de los trabajadores honrados que venían subsistiendo con un salario mínimo, los vendedores ambulantes y los rebuscadores que yacen completamente pauperizados?
Entonces, las mayorías de las pequeñas y medianas empresas se baten en duelo para no cerrar, pero al incrementárseles el déficit fiscal no les queda de otra. Además, al no haber claridad en los que viene para el país en términos de economía, no les restan muchas opciones. La crisis económica viene fustigando a los que ya estaban mal. Lo triste es que para algunas micro y pequeñas empresas la quiebra financiera representa perder el trabajo de toda una vida: diez, veinte, treinta y hasta cuarenta años de labor. Para colmo de males, las ayudas del gobierno actual no cumplen las expectativas, son una falsa ilusión. Los poderosos bancos del país, que se caracterizan por vender “propagandas humanitaritas y solidarias”, no están dispuestos a prestar el paraguas en tiempos de tempestad y a los que les prestaron el paraguas en los buenos tiempos que se preparen porque se los van quitar.
Algunos bancos aducen que los vaticinios no son buenos, ya que las compañías o empresas no están dando los ingresos que se esperan, mientras que muchos pequeños empresarios ni siquiera se atreven a acercarse a ellos con el temor de que, aunque puedan consiguir algo dinero prestado para pagar nomina, después no puedan recuperarlo y por ende no puedan pagarle al banco. Lo anterior indica que las cifras de desempleo son ya históricas en el país y el golpe a la clase media y baja es avasallante.
La clase media cae aceleradamente en la pobreza, mientras los pobres ya están en la indigencia. ¿Qué nos aconsejan a los pobres?, ¿que ahorremos?, ¿que no comamos? Bien vale la pena evocar a Oscar Wilde, quien decía: “Aconsejar economía a los pobres es a la vez grotesco e insultante. Es como aconsejar que coma menos al que se está muriendo de hambre”. Pues la situación del estrato uno es ofensiva. Y ni hablar la clase media, que está en un escenario complejo porque es la que medianamente genera empleo y paga impuestos en Colombia, pero no es capitalista poderosa. Eso sin dejar de lado que las “ayudas de los bancos” no se ven por ningún lado, lo cual agrava su situación y no se avizoran soluciones reales. ¿Quedará clase media en Colombia una vez termine la pandemia?
De otro lado, en términos de economía, esta pandemia es irónica porque aunque su origen es la lucha financiera de las potencias neoliberales, le está quitando el antifaz a la doctrina que lo quiere todo: salud, pensiones, educación y demás. Los que pregonan un gasto publico mínimo, los que reclaman con hambre el impuesto de la clase trabajadora y honesta, los que históricamente han privatizado hasta su propia sangre, pues ahí están los resultados. Empresarios y “grandes financieros”, fervorosos de la libertad de mercado, haciendo fila, implorando al Estado que les preste o regale recursos, y que los absuelva de sus deudas. Si no fuera por la seria situación social y económica ocasionada por la pandemia en el país, habría insumos suficientes para garabatear un cuento cómico. ¿Qué pasó con la escuela económica, la ley del embudo?
Tal vez llegó la hora de abrir bien los ojos y darnos cuentas de dos cosas: primero, la derrota del neoliberalismo, los fracasos rotundos de las aperturas económicas y las políticas impuestas por el FMI; segundo, que nuestra riqueza es nuestro propio espacio vital, capaz de producir cualquier alimento. Es momento de girar el tema de los hidrocarburos y enrrutarse al campo, el mercado interno y fortalecer la industria nacional (esto no es fácil porque hay que enfrentarse al pensamiento más retrogrado del país acaparadores de la tierra), entendiendo que la economía no se recuperará si la pobreza sigue creciendo: el consumo se va al piso y los bienes y servicios quedan paralizados.
Esa lógica económica con que se viene enfrentando la pandemia desde el gobierno nos conduce a una larga y horrible hambruna, por eso, señor presidente Iván Duque, hay que pensar en los empleos, en los ingresos de los obreros y en el tejido empresarial del país, ya basta de enriquecer a los magnates de siempre.