Cartagena de Indias, 11 de noviembre de 2017
Señor presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, Premio Nobel de Paz:
¿Cuántos desearían matarme y luego echarme a la Ciénaga de la Virgen de Cartagena, como en la apología homicida del pastor Miguel Arrázola en una de sus prédicas contra este periodista que le descubrió su roscograma? No lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es que algunos tiranos creen tener el poder de desafiar la decencia y también se creen dueños hasta de la vida de aquel que ose inmiscuirse en sus intereses non sanctos.
Ahora resulta que el periodista es el perseguidor (el victimario) y algún protagonista de mis historias de corrupción se considera la víctima. Tan es así que Arrázola me denuncia ante la fiscalía y hay otro que me amenaza con hacerlo. Estamos en una subcultura traqueta en la que, si no cedes ante el poder del dinero, debes hacerlo ante la coacción, y si la coacción no funciona, te espera la Ciénaga de la Virgen. Esa subcultura violenta prevalece porque a sus protagonistas les falta amor. Son carentes de afecto y sus mentes están atribuladas por amor al dinero, fuente de todos los males.
Una de las cosas que he aprendido en mi vida es a vencer el miedo. Incluso lo he vencido en el momento en que he estado a punto de morir por causa de mi trabajo como periodista. A las 6:15 de la noche del 9 de noviembre de 2017, recibí una llamada intimidante. Pero no me intimidó, por el contrario, me dio más valor. ¿Por qué? Isaías 41:10 (agradezco al amigo que me dio esta palabra) dice:
“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia".
Yo recibo dinero de mi trabajo como empresario (soy networker profesional) y financio mi actividad de periodista libre. Pero el dinero que recibo lo invierto para explorar la verdad en la búsqueda de la libertad. Y si alguien —que debe ser una persona decente— me dona un dinero para mi tarea, lo recibiría sin ninguna condición.
Lo que quiero decir, señor presidente, es que —como periodista profesional— no me he puesto a sueldo de nadie, ni siquiera de los medios de comunicación donde trabajé antes de graduarme (1987) en la facultad de Comunicación Social Periodismo de la Universidad Autónoma del Caribe de Barranquilla, ciudad en la que ejercí dignamente mi profesión. Y cuando me quisieron poner un bozal, renuncié. Entendí que los periodistas para ser libres, ¡deben ser independientes económicamente!
Y si los violentos de la corrupción estuvieron a punto de matarme en cuatro oportunidades, y me desplacé forzosamente en dos ocasiones, tal experiencia me ha servido para fortalecer mi dignidad sin perjudicar la dignidad de mis semejantes. Por esta razón soy muy cuidadoso en no herir el honor y el buen nombre de los protagonistas de mis historias. Y si uso giros idiomáticos, lo hago para darle lustre popular a mis escritos y no para herir sentimientos ajenos.
Señor presidente Santos, si la Constitución Nacional (art. 20) dice que en Colombia“no habrá censura de prensa”, ¿por qué razón al periodista se le quiere coaccionar su derecho a ejercer libremente la profesión? Son 153 periodistas asesinados (1977—2016) —en su mayoría— por la corrupción política, el narcotráfico y el paramilitarismo (FLIP, 2016), entre los cuales se encuentran dos periodistas familiares míos: Guzmán Quintero Torres y Rafael Prins Velásquez. Por la muerte de Rafael Prins, está condenado a 35 años de prisión Jorge Luis Alfonso López, exalcalde de Magangué.
Si es muy difícil ejercer la profesión desde Bogotá, ¿cómo cree que es ejercerla desde la provincia donde los financistas electorales se creen los dueños de los entes territoriales?
Señor presidente Santos, ¿puede usted garantizarme el derecho a la vida, al trabajo, a la libertad de expresión y a la libertad de prensa? Espero su accionar no solo como presidente sino como Premio Nobel de Paz.
Cordialmente,
Lucio Torres