Yiran, Arandú y Arley (yo), nos mandamos rapar la cabeza el pasado 31 de diciembre dejando como testimonio de dicha rapada un vídeo en el que le decíamos al presidente Santos que si nuestro clamor y ejemplo de reconciliación con la policía que había decomisado nuestra cuajada de Fuentedeoro, no le había llamado la atención, insistiríamos de alguna otra forma original y pacífica, como la de raparnos la cabeza, para que su presencia se hiciera efectiva en el municipio de Mapiripan, tan maltratado, violentado, olvidado y excluido de todas las ventajas que la civilización da a tantos otros municipios del país.
Si bien no puedo asegurar que los múltiples vídeos nuestros, los constantes trinos, las cartas o los mensajes que se enviaron con el ministró Pardo cuando estuvo en Mapiripán, hayan sido los causantes de que el presidente Santos accediera a aceptar la invitación de ser el primer mandatario de Colombia en llegar a este municipio, lo que sí puedo decir es que su llegada causó conmoción entre sus habitantes. La gente no lo podía creer, pues su confirmación solo se dio con dos días de antelación. Me imagino que eso tenía que ver con la seguridad que el viaje implicaba; el presidente iba a ir ni más ni menos que a MAPIRIPÁN. ¿Se imaginan?
Demostrado quedó en su visita que además de ser un pueblo lleno de gente humilde, sencilla, trabajadora, con sus calles aún empolvadas y pequeño, Mapiripán representaba en carne viva toda la violencia, el desplazamiento y la miseria que muchos años de conflicto, narcotráfico y olvido habían dejado, no sólo en las paredes de su pueblo, sino en la piel de sus habitantes, cubiertas ya por las arrugas que deja el tiempo, pero aun así, Mapiripán era un pueblo pacífico donde hace muchos años no ocurre un crimen violento.
En su visita el presidente resaltó las palabras de una niña que lo saludó diciéndole que Mapiripán no quería volver a vivir esos años de zozobra y terror que sus padres le habían contado que vivieron. Mientras el presidente hablaba de esas palabras tan conmovedoras, la niña, que estaba delante mío, enjuagaba sus ojos de lágrimas.
Esperamos que más que sus palabras, hayan sido la pureza y transparencia de su llanto la que le convenza al primer mandatario que este municipio requiere con urgencia una atención inmediata a dos de sus muchos problemas; vías y títulos para las tierras de sus propietarios. Y no sólo por la justicia que merecen sus habitantes en ese sentido, sino que al hacerlo se incorporarían cerca de cuatrocientas mil nuevas hectáreas de tierra a la economía agraria del país, es decir que estaríamos ampliando la frontera agrícola y de paso convertirían al Meta en un destino turístico y agrícola de dimensiones enormes al hacer las vías más baratas, más rápidas y más rápidas que cualquier otra, gracias a la geografía y el tipo de suelo que posee.
Y esas peticiones quedaron más plasmadas y corroboradas en los vítores y aplausos que la muchedumbre dejaba esporádicamente expresar cada vez que ese tema se tocaba por parte de quienes expusieron esos problemas, bien el alcalde o Alan Jara o cualquiera los tres invitados que subieron a hablar en un conversatorio con el presidente Santos.
No obstante hay un tema que no quiero dejar de resaltar y fueron unas palabras que una joven, de nombre Mónica, le dijo al presidente al final de su intervención; “Presidente, cuando vaya a firmar La Paz, vuelva a Mapiripán y firmela acá”.
Deseo resaltar esas palabras porque desde el primer instante en que el presidente dijo que La Paz se firmaría en Colombia, han surgido sendas invitaciones de los alcaldes de Cartagena y San Andrés, entre otros alcaldes, para que La Paz se firme allí. No obstante debo decir que si bien Mapiripán o Bojayá o La Macarena o El Caguan o muchos de tantos de pueblos azotados por la violencia no poseen ni la infraestructura hotelera, ni el aeropuerto, ni el salón de convenciones para darles el tratamiento con glamour que muchos de esos invitados merezcan, lo que sí tienen, y de sobra, son razones humanitarias, la experiencia vivida y la dignidad de haber sobrellevado tanta infamia y aún hoy seguir de pie aportando tanto al país.
Es por eso señor presidente que desde esta humilde columna le pido que le haga caso a Mónica. Sería un símbolo de humildad y generosidad de su parte.