Ya se ha dicho que el juego del póker consiste en el arte de saber engañar: aparentar que uno no tiene buenas cartas cuando es lo contrario, para que el rival apueste fuerte creyendo que ganará; y saber hacer un 'farol' o un bluff' pretendiendo tener la mano ganadora cundo no se tiene nada.
También es reconocido —y reivindicado por él mismo— que el presidente Santos es buen jugador de póker.
Pero, bueno o malo el jugador, la suerte también cuenta. Es más fácil ganar con buenas cartas que con malas. Y si le salen a uno las cartas ganadoras tiene todas las probabilidades de ganar la mano, pero no es igual de fácil lograrlo sin ellas.
¿Cuánto ha contado la suerte en los mandatos del actual gobernante?
A lo largo de su primer cuatrienio tuvo todo el tiempo el viento a su favor (igual que a Uribe en contra). Su mejor carta fue la saturación de la población con los excesos y los insatisfactorios resultados de la 'Seguridad Democrática': el horror del paramilitarismo, los escándalos del abuso del gobierno (desde el cambio del 'articulito' hasta las chuzadas a las Altas Cortes, pasando por las visitas de Job y los subsidios del AIS), las malas relaciones internacionales, etc. no tuvieron su paralelo en la pacificación que esperaba el país.
Coincidieron además los últimos años del extraordinario crecimiento de China y la reciente pujanza de la India (lo cual implica su máxima demanda de materias primas). Como pocas veces otras condiciones internacionales de coyuntura también lo favorecieron: el resultado de las guerras de Irak fue la disminución de la confiabilidad de Estados Unidos en su dependencia del petróleo del Oriente Medio y la promoción de inversiones en nuevas fuentes de abastecimiento. Eso trajo el capital extranjero del cual vivimos estos últimos años (sin que nuestro perfil como país petrolero haya cambiado). Hasta el sector agropecuario se salvó por la bonanza cafetera (especie de lotería de altos precios, ajenos a la acción oficial).
Esperemos que como buen jugador de póker el presidente sepa también jugar cuando se acaba la buena racha.
Porque si ya pasaron los gozosos ahora parece que vienen los dolorosos.
La caída de los precios del petróleo aporta muchos más problemas de los que se han reconocido; tal vez no para el Estado y tal vez no para el año 2015 como lo sostiene el ministro de Hacienda, pero sí para el futuro mediato y sobre todo para buena parte de la población: tan orgullosos estábamos de que más de cuatrocientos mil colombianos se habían vuelto inversionistas de Ecopetrol como preocupados deberíamos estarlo ahora (todos han perdido cerca del 50% de sus ahorros); y si de los fondos de pensiones dependen cerca de dos millones de colombianos bastante inquietante es que casi todos esos fondos tienen como su principal inversión esas acciones.
Y si eso afecta la economía nacional, aún peor es lo que puede repercutir en nuestras relaciones comerciales con le mundo: difícil es entender la satisfacción con la que nuestros 'comunicadores' se regodean con el fracaso y las dificultades que sufre Venezuela (como si eso en vez de perjudicarnos nos beneficiara); ni qué decir de las nuevas medidas del Ecuador; y menos se entiende que después de haber proclamado que el 'Dólar Cárdenas' (a $1.950) era el ideal, hoy nos digan que estando un 25 % más caro (a $2.450) solo nos traerá beneficios adicionales.
Y los pendientes de reformas a la Justicia, a la Salud, a la Educación, a las pensiones, al Código Minero, al Estatuto del Trabajo que tienen agotada la paciencia ciudadana, vienen a agravarse con circunstancias que la afectan más directamente como el fenómeno del Niño o la chikungunña.
Al presidente Santos habría que adicionarle que se puede satisfacer a algunos todo el tiempo (representando solo sus intereses) o a todos en algún momento (con anuncios demagógicos de imposible aplicación), pero que la realidad obliga a reconocer problemas que no permiten a un gobernante presentar como un modelo de bonanza lo que pasa por un momento de crisis; que un ajuste y un cambio fuerte debe aplicarse tanto al esquema de desarrollo sobre el cual estamos montados (una economía neoliberal de mercado y de extracción de recursos no renovables), como a la comunicación con el país (basado hasta ahora en la capacidad mediática de manipular y vender solo informaciones que presentan buena imagen del gobierno).
En otras palabras: que es indispensable y magnífico que se firme un acuerdo de paz en La Habana, pero que no debemos ilusionarnos con que eso es la Paz, ni que es lo único que necesita en este momento Colombia.
Publicada originalmente el 7 de enero de 2015.