Hasta hace poco tiempo, el pan diario nuestro en todas las emisiones de noticias era: bombardeos, enfrentamientos armados, minas quiebrapatas, secuestros, bajas en combate, detenciones, asesinatos y cosas de esta misma índole. Todos los días teníamos noticias propias de una realidad de guerra. Sin embargo, y a pesar de estar en guerra, se dice que Colombia es una democracia estable, de las más estables de América Latina comentan.
Pasado un tiempo y tras grandes esfuerzos se logró por fin que un poco, aunque fuera un poco, esa realidad de guerra cambiara. Un poquito, sí, pero eso es algo. Esto se consiguió gracias a la gestión y la voluntad de paz, por una parte, del Estado colombiano representado por Juan Manuel Santos entonces, y por otra, por la guerrilla de las Farc-Ep. Aunque con la firma de aquel acuerdo no se alcanzó la paz, pues esta solo es posible si desarmamos nuestros corazones, sí se consiguió mejorar un poco la realidad de todos los que nos decimos colombianos.
Se dice que aquel proceso de negociación duró seis años, pero la realidad es que han sido muchos años más. Tiempo en el que vimos mucha gente ser víctima de un lado y de otro, y a nuestros jóvenes perderse en el conflicto y el odio —unos por convencimiento ideológico y otros muchos por no tener una opción de vida, ya fuera una posibilidad de empleo, de estudio o de emprendimiento—. Fueron muchos años de guerra entre esos dos actores y deshacer aquel nudo no fue nada fácil. Tuvieron que verse las caras los negociadores de ambos lados, muchas veces: en 1982, en La Uribe; en 1992, en Caracas y Tlaxcala; en 1999, en El Caguán, y por último en la Habana en el 2012. Tuvieron que superar odios, rencores, traiciones y muchas cosas más. Lo hicieron y no me cabe duda de ello, porque ambos fueron conscientes de la necesidad de ayudar para que Colombia mejore.
Para nadie es un secreto que mucha gente se implicó en este proceso, entre ellos un gran número de profesionales expertos tanto del país como de otros. Estos hicieron todo lo que estaba en sus manos para garantizar que el documento final firmado por estas dos partes fuera acorde al Estado de derecho y a las normas internacionales. Eso es algo indudable puesto que, de lo contrario, la comunidad internacional no hubiese dado su apoyo.
Ahora bien, señor Iván Duque, ¿qué está haciendo? Dejarse llevar por el odio, el sesgo ideológico y el dogmatismo político, en una cuestión tan sensible como esta, no es nada bueno para nadie. En lugar de destruir los acuerdos, menospreciar el trabajo que con tanto esfuerzo se hizo, ponernos nuevamente en ridículo ante la comunidad internacional y sumergirnos nuevamente en más guerra, debería estar usted ocupándose de hacer la paz, de buscar acuerdos y de proponer país. Lo anterior, promoviendo políticas efectivas para mejorar la vida de los colombianos.
Sin embargo, parece que usted, señor Duque, no es capaz. Ni usted ni su partido. Ustedes necesitan la guerra, viven de ella y hacen negocio con ella. Necesitan ese enemigo para seguir asustándonos y así mantener sus puestos políticos. Seguramente el acuerdo que se firmó con las Farc-Ep podía ser mejor, pero usted, señor Duque, no lo quiere mejorar. Usted quiere destruirlo y con ello los anhelos de paz de toda la población, pero se equivoca, ¡los violentos no pasarán!
Estoy seguro de que los colombianos que quieren el bien y la paz somos más, por lo tanto sortearemos las dificultades y lograremos sacar como siempre el país adelante.