Señor presidente:
Ha sido una imagen común para cada colombiano tenerlo a usted convertido en un férreo opositor de las barbaries perpetradas por el régimen venezolano contra la juventud que lo rechazaba en las calles. ¿Por qué justifica, entonces, esa misma opresión en las calles de esta patria arrodillada que lo eligió a usted para salvaguardar su bienestar? Hoy que es la juventud colombiana la que reclama mejores condiciones de vida, de trabajo, de salud, etc., en las calles del territorio que usted preside, se le criminaliza y califica de vándalos, por el solo hecho de pedir un país digno y justo. ¿No es esto una incoherencia de su parte?
Hoy 04 mayo, día en que escribo el despropósito de una carta abierta al presidente de un país que nunca ha conocido la paz, en las calles se están peleando el pueblo sin uniforme, armados de piedras y palos, contra el pueblo vestido de uniforme policial o militar, armados a garrote, pistola e incluso tanquetas, convertidos en máquinas de guerra del opresor. ¿Es proporcional el daño de una piedra con el de una bala? No. Y es por esto que la militarización de las ciudades es solo una invitación a perpetrar la masacre más grande de que tenga referencia la historia reciente de Colombia.
Hoy la juventud colombiana está siendo masacrada en las calles por las armas del estado, por el hambre, por la pandemia. En casa, por su parte, permanecen madres a la espera de sus hijos, de los jóvenes en quién han depositado la esperanza de un mejor porvenir. Usted, señor presidente, se ha convertido en el verdugo de ese porvenir. Hoy más de 30 madres colombianas lloran a esos hijos que vieron salir de casa a luchar por un mejor país, hijos a quienes usted, en uso ilegítimo de la fuerza masacró, y regresó envueltos en bolsas plásticas para intimidar y callar a todo aquel que se atreviera a cuestionarlo a usted, al mejor estilo de un inquisidor católico.
Casi todos en el territorio nacional sabíamos que ni usted ni su partido de gobierno no nos bajarían los impuestos ni mejorarían las condiciones salariales a aquellos que no ostentamos altos cargos públicos, incluso, algunos nos atrevíamos a pensar que usted sería un férreo luchador para destrozar el acuerdo de paz con el estado (y no el gobierno) había firmado con la extinta guerrilla de las Farc-Ep, pero nadie en esta patria rezandera podría haber imaginado que usted, el presidente más joven en la historia de Colombia, solo ofrecería a la juventud (aquella a la que prometió defender) el simple porvenir de morir linchados en el frío asfalto de una calle oscura.
No existen palabras en esta hermosa lengua de Cervantes para describir el horror que han visto esas calles, bañadas de sangre y dolor, a causa de su mala gestión.
Le exigimos energéticamente que cese la represión policial. Le exigimos que pare de satanizar las protestas y a la oposición. Le exigimos respeto por la juventud colombiana y por el cargo que usted ostenta. Le exigimos autonomía, y sensatez en ejercicio de sus funciones de servidor público, y que deje de comportarse como un ser errante que obedece órdenes oscuras de alguien a quien la historia recordará como el mayor genocida que haya conocido el siglo XXI e incluso la historia de Colombia y América Latina.