Al mejor estilo de un Estado alcabalero, insensible y sangrón se busca cada vez más recolectar tributos e impuestos —que al final llenarán las arcas y cuentas de los corruptos— a como dé lugar, sin importar el sudor, lágrimas y esfuerzo del pueblo empobrecido.
Pues bien, el Estado es similar a un organismo vivo: respira, palpita y siente a través de su pueblo, además tiene arterias, venas y vasos comunicantes por donde fluye su sangre, en este caso, su economía, representada en progreso, bienestar y obras de infraestructura. Por eso, al igual que el primero puede enfermar y morir, como cuando sus defensas son bajadas al máximo, en este caso, con asfixiantes tributos e impuestos impagables.
Mientras las diferencias, brechas y escisiones sociales sean más profundas, infames e insostenibles, las riquezas y las tierras sigan en manos de minorías privilegiadas, el sector bancario y empresarial sea una especie de pulgón gigante que se alimenta de la sangre del trabajador, y las familias del común desfallezcan de hambre en un tugurio miserable, los pobres serán espejos de una dura realidad social que se quiere ocultar. Es odiosa la pobreza pero es más odiosa una sociedad insensible y un Estado desigual.
Es que más peligrosa que la mano armada del sicario es la no satisfacción de las necesidades básicas de un pueblo por un gobierno indolente y alcabalero.
Impopulares, aristócratas que no conocen del acoso y angustia de la subsistencia diaria, los ministros de Hacienda de cada gobierno, encopetados plutócratas alejados de la miseria popular, se concentran solo en estadísticas frías y la implantación de esquemas y modelos económicos que les permiten alcanzar un holgado presupuesto para atender los gastos de la nación, lo que no puede lograrse yugulando o asfixiando al pueblo y menos tocando sus alimentos básicos. Esta ha sido la actitud que el ministro Carrasquilla, movido por un acto de bondadosa indulgencia, ha tenido ale recolectar dineros para llenar las arcas vacías, dejadas por el alegre e irresponsable derrochón, anterior del Palacio de Nariño.
¡Pero cuidado!, ¿más impuestos?, ¿gravar con IVA todos los productos básicos de la canasta familiar? Nada más impopular, nada que genere más descontento y malestar social que lo que afecte el raído bolsillo de los ciudadanos.
Por eso los ministros de Hacienda debieran ser más creativos, y echar mano de brillantes y novedosas ideas como lo sugería John Maynard Keynes: “Evitar los impuestos es el único esfuerzo intelectual que tiene recompensa”.
Apelar a esquilmar hasta el último céntimo del ciudadano, no importando los idílicos y nobles fines que lo sustente, además de ser oneroso e infame, permite al oponente político roer un formidable y carnoso hueso dialéctico, en este caso los formidables populistas de izquierda, quienes aprovecharían la ira, rabia y descontento popular. ¡Presidente Duque, meta en cintura a Carrasquilla, por favor!