Es probable que el “nuevo” primer mandatario estrene corbata —la verde ya está muy traqueada—, es probable que la “nueva” primera dama estrene vestido de reconocida diseñadora —Hola Colombia, Caras y Jet Set estarán pendientes—, es probable que los “nuevos” primeros vástagos —los tres en fila— estrenen muda conjuntada y saluden a las cámaras con la Paz en la palma de la mano… Es probable que el “nuevo” vicepresidente reestrene la sonrisa que estrenó el día de la elección —yo lo prefiero serio, me da pánico cuando muestra los dientes—, es probable que los “nuevos” ministros estrenen moda vintage —ropita vieja, recién oreada o, lo que es lo mismo, gabinete viejo, recién ordenado—, es probable que los “nuevos” congresistas estrenen look, lavamanos, pistolas, camionetas, clientela…
Pero qué. De qué nos sirven tantos estrenes a los colombianos, si lo que de verdad quisiéramos que dejara de oler a guardado: el país y sus tres poderes, siguen siendo propiedad de los mismos políticos —parientes de políticos, amigos de políticos, socios de políticos— de siempre. Curtidos por el paso del tiempo, a veces se heredan, mezclan y turnan —otras no, cuánto llevamos viendo la panzota de Gerlein rodando por el Elíptico—,en busca de calmar a los de la gradería con la fachada de un cambio, aunque sea falaz. Todo cambia para que todo siga igual. Si hasta desde las cárceles siguen moviéndose ciertas fichas…
No, aquí nada cambia. Nada que sea de fondo. La historia se repite desde el grito de la independencia hasta nuestros días, con muy leves variaciones en el libreto. Empezando por la flamante reelección inmediata, práctica perversa en una democracia tan frágil como la nuestra, en la que la prueba reina la constituyen las campañas electorales. Gracias a ella, estrenamos hoy un jefe de Estado proveniente de la fuente inagotable del mercadillo del usado. Un Santos de segunda mano que, en realidad, no inicia nuevo período. Inicia la segunda parte de los ocho años, a la que fue catapultado por el articulito aquel y la expectativa generada alrededor de las conversaciones de La Habana. Por eso, la foto en la que esa otra novedad apellidada Name le tercie la banda presidencial ante cientos de invitados —también con sus estrenes—, registrará para la posteridad el comienzo del fin del tiempo de reposición.
Con un agravante: contrario al 7 de agosto del 2010, cuando el sol le picaba el ojo de frente y la garantía de gobernabilidad —producto de un triunfo aplastante aupado por su jefe de entonces, el presidente Álvaro Uribe, y respaldado por La U, Cambio Radical, el Partido Conservador y el Liberal— le permitía vislumbrar grandes reformas en los campos de la salud, la educación, la justicia y el Estado, este 7 de agosto las nubes grises que ensombrecen el cielo de Colombia y la colcha de retazos de la Unidad Nacional que, llena de descosidos en los empates, lo sostuvo en la Casa de Nariño, lo obligan a iniciar el ingrato descenso con la capacidad de maniobra hipotecada. La lentitud con la que ha ido tejiendo la red de sus funcionarios, tratando de darles gusto a todos los que ahora estiran la mano en busca de participación, habla por sí sola. Y a buen entendedor…, el listado de nombres sobra.
Por eso es qu no se necesita ser politólogo, ni siquiera ser observador perspicaz —tampoco el maquinista de La General de Buster Keaton—para deducir que si el gran capital político que tuvo no lo aprovechó para desvarar las locomotoras de innovación, infraestructura, vivienda, agricultura y vivienda, tal cual lo había prometido, ahora, con la pizca que le queda, menos. La paz se lo llevará todo, recordar que conseguirla fue su caballito de batalla en la última campaña y motivo por el cual muchos no santistas anunciaron que le darían el voto. Así que trabajar por sacar adelante una paz negociada con la guerrilla no es en este cuatrienio una opción para el presidente. Es un mandato que ojalá pueda cumplir, siempre y cuando no traspase los límites de los inamovibles. Y no está el tema para elevar cometas, la brisa por estos días ha desembocado en huracán. (Si hoy fueran las elecciones, a lo mejor estaría empacando el neceser, la opinión pública es volátil).Tampoco para celebraciones y besamanos. Está, más bien, para un coctel con gotas amargas.
COPETE DE CREMA: Según encuesta de Gallup, publicada el domingo por El Colombiano: Santos asumió la presidencia en 2010 con una popularidad del 64 por ciento y un índice de favorabilidad del 74. Y terminó con una desaprobación del 42 por ciento y picos de imagen negativa superiores al 73. A gobernar, entonces, contra viento y marea, presidente; para los que lo eligieron, para los que quisieron elegir a su rival y para los que no apoyamos a ninguno de los dos. Y ojalá le vaya bien. Colombia necesita que a usted le vaya bien.