Como navegantes de la vida, en el mar de las cosas de cada día, en el océano insondable de lo que somos, nos preguntamos por el tiempo; ese tic tac que como una ilusión gobierna el timón, esa brújula inexorable que se entiende como gravedad o canas, como arrugas o recuerdos. Pero ahí, siempre joven, está el presente, el eterno sí, el pluscuamperfecto, que se escurre entre los dedos pero que vuelve a instalarse en el cuenco de la mano para volver a diluirse.
Como navegantes de la vida, en el mar de cosas de cada día, en el océano insondable de lo que somos, el presente es un faro.
Desde la proa de la mente, en el balcón del pensamiento, hablamos del presente pero ya es pasado cuando lo pronunciamos. He leído La hierba de las noches de Patrick Modiano y en esa novela de 98 páginas encuentro, entre muchas cosas, una reflexión profunda sobre el tiempo. Un hombre tiene una libreta negra, en ella escribe los pequeños detalles de su vida: un número de teléfono, calles y recorridos, nombres… Cuando lee esos puntos en el mapa de sus días puede recordar, pero omite escribir aquellas cosas más íntimas porque afirma que al hacerlo pareciera que fueran menos suyas. Y trata de entender, y hace fuerza para recordar, y camina en presente las calles de hoy que son también las de antes, y aparecen en la misma imagen el café que había ayer y la papelería que hoy está, se sobreponen los tiempos, reescribe la memoria.
Y dice: “Desde que empecé a escribir estas páginas, me digo que sí hay un medio de luchar contra el olvido. Y es ir a determinadas zonas de París donde uno no ha vuelto desde hace treinta o cuarenta años y quedarse por allí una tarde entera, como si estuviera de vigilancia.” El tiempo, el tiempo uno, donde se encuentran el presente y el futuro, ambos mudos, es el presente, es ese momento en el que somos testigos y todo confluye, es esa forma de celar los callejones de nuestra experiencia donde —como dice Modiano— pueden aparecer personas o ideas que parecen emerger del silencio de los barrios quietos para saludar como si el tiempo no hubiera transcurrido nunca.
La ciudad, los recorridos de nuestros pasos que parecen repicar el pasado, soñar el futuro, mientras azotan las calles con velocidad o cansancio, son de lo más parecido a navegar el presente. Cada trayecto es un aquí y ahora, y al mismo tiempo un punto de fuga. El sueño es igual, dormir y comprender desde ese espacio onírico que solo puede decirse en pasado y que tiene una temporalidad especial, un escenario suspendido porque las preguntas no caben, porque los códigos parecen alterarse.
Y entonces, tiempo presente y pregunta son dos fuerzas en tensión que como líneas de fuga nos presentan una aparente disyuntiva. Dicen los libros de autoayuda que ahí se quiebra nuestra fuerza, se escinde nuestro espíritu, y que en la perpetua incertidumbre de aquello que solo es ilusión, pues el tiempo conjugado en ayer o en futuro lo es, perdemos la certeza de aquello que Es. Y esto es que es, es esto, tal cual, perfecto en sí mismo, sin falta ni sobrante, este presente mío de teclear y pensar en el presente, este tuyo, de leer y pensar, de mirar cuánto le falta al párrafo para chequear el WhatsApp y perderse en la deriva de otras líneas, que nos llevan a otras, perdidos y hallados entre el tiempo ajeno y el propio.
Y si es así, regresa Modiano con la maleza, con la hierba de las noches, con aquello que pisamos sin ver, con el paisaje que intuimos pero que no sabemos bien como es pues apenas proyecta facetas de montañas oscuras y la luz de una casita, que sabemos que es hogar porque tiene luz, retornando entonces al sentido de la vida. Puestas por fuera de nosotros mismos, todo se hace tan relativo, que nos repetimos como la actriz de teatro que él cita. “habremos tenido tan poco que ver en su vida…”
Cada punto de referencia en la novela que hoy relato, cada apunte de la libreta negra, era la prueba de la existencia del otro, de la existencia de sí mismo en la ciudad que a su vez también es una evidencia. La idea de llenar ese vacío de presente está representada en la espera misma. Y aquí este bellísimo aparte: “Me compadecía de quienes tenían que apuntar en la agenda incontables citas, algunas con dos meses de anticipación. Todo estaba decidido y nunca esperarían a nadie. Nunca sabrían que el tiempo palpita, se dilata, luego vuelve a quedarse parado y, poco a poco, nos va dando esa sensación de vacaciones y de infinito que otros buscan en la droga, pero que yo encontraba sencillamente en la espera.”
Vuelvo al pasaje de la Ilíada en el que Odiseo, cansado de las pruebas y bajo la inclemencia de la tormenta enviada por Poseidón, aferrado a un pedazo de madera de su barco, casi ahogado, busca una respuesta sus múltiples penurias. Un dios, transfigurado en somormujo, le insta a soltarse, ¿qué más puede pasar? Soltarse será vivir, seguir abrazado a la madera es continuar en la tormenta. Presente sería entonces deriva, un faro en la oscuridad señalando el puerto al que no queremos llegar, porque y como dice la novela de esta vez: “No hay que tener tanta seguridad en el porvernir”.
@MRosarioEP