Ser santafereño hace parte de una subcultura. Uno nace santafereño, lleva el amor y la admiración por su equipo en las venas, porque es algo que se lleva en la sangre. No es un amor de ocasión, ni de buenos tiempos, no. Es un amor sufrido, un amor de solidaridades, de estar en las malas, y de eterna fidelidad. Uno sabe que nace y se va a morir siendo santafereño, y sabe que por el club han pasado buenos y malos jugadores, y se han tenido más rachas malas que buenas, pero ese es un amor de esos bravos, que no se arranca con nada.
Empiezo esta columna de esta manera, porque lo que acaba de salir a la luz es más que un escándalo, son hechos que hieren profundamente y que le hacen un daño irreparable a la imagen, pero sobre todo a la esencia del club, que paso décadas sin una sola victoria por resistirse al sometimiento del narcotráfico que compraba árbitros, dirigentes y jugadores a su antojo. Esa sí fue una época de pruebas al carácter. Todos conocemos de las bacanales que se armaban en el ámbito del fútbol, y de que el estándar era entrarles las prepagos a los jugadores durante las concentraciones para “mantenerlos motivados”. Otros tiempos, sin duda. Pero eso no pasaba en Santa Fe. Santa Fe no hacia parte de esos escándalos. Santa Fe perdía y perdía y perdía. Era un equipo pobre, que con dificultades se mantenía en la liga, pero su dignidad se derivó siempre de la altura con la que sobrevivió a los Escobares, los Gachas, y los carteles de todo talante y nivel.
Los hechos, que apenas han empezado a conocerse y que explican muy bien por qué esta temporada, y sin razón aparente, el equipo, que venía en una racha de éxitos, se vino abajo, son tan sórdidos como indignantes, no solo porque involucran la violación y otros actos sexuales de una mujer por parte de un grupo de jugadores. Son especialmente indignantes por la respuesta del presidente del club: esto ocurrió a mis espaldas. ¡No. No!. Esa respuesta, Dr. Pastrana, es tan inaceptable, como el manejo que le ha dado el club al tema. El derecho habría sido que hubieran salido de inmediato a contarnos a sus hinchas lo que pasó, y a tomar medidas para que algo así nunca vuelva a repetirse, siendo la primera de todas esas medidas, la expulsión inmediata de los jugadores que participaron, porque los hinchas no queremos violadores en el equipo. Goleadores o no, exitosos o no.
Me puedo imaginar los cerebrazos que han estado aconsejándole que lo mejor es negarlo todo, ocultarlo todo, negociar el acuerdo por debajo y cerrar la historia como si no hubiera pasado nada. Con o sin acuerdo de confidencialidad, legal o no, su deber como presidente del club es hacer lo correcto, que no siempre es lo más fácil, ni lo que le recomendarán sus abogados. Pero es un deber del club entender lo que todos estos hechos significan en el marco de su historia y su legado. Santa Fe es referente de adolescentes y niños en formación, es la adoración de un número creciente de niñas que cada vez aman más el fútbol y se han convertido en el alma y la alegría de las barras. Su deber es responderles especialmente a ellos, contarles como el gran hombre que sacó adelante al equipo de sus malos tiempos, sienta un precedente de cero tolerancia de la violencia contra la mujer.
¿Por qué el club decide apoyar la representación de los jugadores
y negociar un arreglo extralegal?
¿Por qué han mantenido a los jugadores?
Pero este escándalo, que no se va a quedar así, no hace más que crecer, y plantear preguntas que desbaratan el argumento de que el club ignoraba lo que estaba pasando. Si la cena de celebración era una cena familiar, ¿quién invito a las prepagos? ¿Quén las contactó y negoció los pagos? ¿Si se trataba tan solo de una cena, por qué tenían habitaciones disponibles en el hotel y quién pagaba por esos gastos? Una vez conocida la denuncia, ¿por qué el club decide apoyar la representación de los jugadores y negociar un arreglo extralegal? ¿Por qué han mantenido a los jugadores?
Santa Fe se está jugando su alma. Y los hinchas estamos listos para atravesar esta tormenta con el club como hemos atravesado tantas otras, con la misma lealtad de siempre. Pero no se equivoque, Dr. Pastrana. Desoiga a sus consejeros y piense en la historia de nuestro Santa Fe. Hoy tiene usted en las manos la posibilidad única de decirle NO a la violencia de género con hechos incontrovertibles. Esta es una gran prueba a la integridad y el carácter santafereños. Usted nos representa a todos, ¡haga lo correcto!