Este texto fue leído por el abogado español Enrique Santiago en representación de Timoleón Jiménez, en la ceremonia del Premio Gernika por la paz y la reconciliación entregado al presidente Juan Manuel Santos y al comandante de las Farc.
Señoras y señores: El horror del bombardeo de Guernica cumplido hace ochenta años, pasaría a convertirse en un canto universal de condena a la guerra y la destrucción que esta conlleva. Hoy se conmemora este hecho luctuoso con espíritu de paz y reconciliación, de lo que es particular muestra la concesión del Premio Guernica en el año 2012 al ex Presidente alemán Román Herzog, quien veinte años atrás, en ejercicio de su cargo, reconoció la responsabilidad de su país en la tragedia de 1937.
Hoy, junto al dedicado fotógrafo y periodista Gervasio Sánchez, comparecemos a este ayuntamiento el Presidente de Colombia, por intermedio de su delegado Sergio Jaramillo, Alto Comisionado para la Paz, y yo, que tuve también que designar un representante, el jurista español Enrique Santiago, debido a que las autoridades de mi país no me entregaron el pasaporte para presentarme personalmente, como lo deseaba, a fin de recibir el prestigioso premio por la Paz y la Reconciliación en su versión de 2017, por haber conseguido llegar a la firma del acuerdo que puso fin al conflicto armado que por más de medio siglo azotó nuestro país.
El jurado integrado por representantes del Ayuntamiento de Gernika-Lumo, el primer edil de la ciudad alemana de Pforzheim, la Fundación Gernika Gogoratuz, la Casa de Cultura y el Museo de la Paz consideró mi nombre con fundamento en mi colaboración para la firma de la paz, a fin de proseguir mi actividad por la vía política. Debo decir en primer término, que recibo este premio no a título personal, sino como reconocimiento a nuestra organización FUERZAS ARMADAS REVOLUCIONARIAS DE COLOMBIA EJERCITO DEL PUEBLO, FARC-EP, y al conjunto del pueblo colombiano que durante décadas clamó y trabajó por la solución política en nuestro país. Me atrevo a afirmar que las FARC-EP hicimos mucho más que colaborar en la firma de la paz, en la medida en que la salida pacífica, civilizada y dialogada a la confrontación interna de nuestro país fue una consigna de lucha de nuestra organización, desde el mismo momento de nuestro levantamiento en armas.
Tuvieron que transcurrir casi veinte años de guerra para que el Estado colombiano aceptara iniciar por primera vez algún tipo de conversación encaminada a la paz, y luego pasar más de treinta años de procesos frustrados con distintos gobiernos, en medio de una grave conflagración, para que lográramos por fin alcanzar el soñado acuerdo. Un Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera, cuyos términos mismos ponen de presente la realidad de la democracia, la economía y la sociedad colombianas, para nada coincidentes con la imagen que desde el poder se transmite al exterior. Una Reforma Rural Integral que procura la disminución de la exagerada concentración de la propiedad de la tierra en un sector privilegiado, a la vez que sacar a la población de los campos del atraso y la pobreza, mediante el compromiso del Estado de llevar vías, luz eléctrica, vivienda, salud, educación y oportunidades de progreso con planes de desarrollo.
Un capítulo sobre participación política que abre por primera vez las compuertas de la democracia a las organizaciones, partidos y movimientos políticos y sociales de oposición, con garantías plenas para el derecho a la vida, la integridad y la libertad de sus integrantes. El compromiso es acabar para siempre con la violencia política, con el paramilitarismo y el crimen como mecanismos de dominación nacional, regional o local. Una obligación que el Estado colombiano promete asumir con seriedad, en medio de la ola de asesinatos y amenazas contra líderes sociales y populares en diversas regiones del país. También contempla el acuerdo un tratamiento diferente a la guerra y la represión para los campesinos cultivadores de coca, amapola o marihuana, que obligados por la necesidad recurrieron a esa actividad ilícita para poder sostener sus familias en las regiones más apartadas del país. Habrá programas de sustitución de cultivos ilícitos con pleno apoyo estatal para las familias dedicadas a tal actividad, a fin de permitirles emerger a la producción de alimentos en condiciones dignas de vida. De tal modo se romperá la cadena del narcotráfico por su eslabón más débil, los centenares de miles de campesinos sin posibilidad de progreso alguno. Las FARC efectivamente pasaremos de ser movimiento en armas a partido político en la legalidad, que tendrá como su única arma la palabra. De hecho ya se cumple el cese el fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, al tiempo que adelantamos la dejación de nuestras armas, que quedarán en manos de la Organización de las Naciones Unidas para su transformación en tres monumentos históricos, uno en la sede de estas, otro en La Habana y un tercero en Bogotá.
Hemos cumplido fielmente con cada uno de nuestros compromisos y esperamos del gobierno nacional su culto a la palabra comprometida, sin pretextos y dilaciones a esgrimir, como desafortunadamente viene ocurriendo en varias materias. Estamos aquí para hablar de paz y reconciliación, del propósito que se impuso en nuestro país de dejar la guerra definitivamente atrás y emprender conjuntamente la edificación de una nación nueva, en la que odios y retaliaciones no tengan cabida alguna. Fue con ese espíritu que emprendimos las conversaciones y tras cinco años de discusiones firmamos el Acuerdo Final. Consideramos que así como lo hizo Vizcaya, es urgente que los ojos del mundo se fijen en Colombia, no solo para garantizar el cumplimiento de lo pactado, sino para advertir de las perniciosas influencias y labores de sectores políticos de la ultraderecha, que contra toda racionalidad y justicia se oponen abiertamente a los Acuerdos de La Habana, y prometen revocarlos si llegan a ganar en las elecciones del año entrante. Eso no puede permitirse. Fueron más de ocho millones de colombianos y colombianas los afectados por la larga confrontación, la abrumadora mayoría de los cuales fue víctima del despojo violento de sus propiedades rurales en beneficio de un nefasto proyecto empresarial de agroindustria y agro combustibles.
La muerte y las heridas, la desaparición forzada, la privación arbitraria de la libertad y otras muchas formas de victimización no pueden volver a repetirse jamás. Por ello el acuerdo contempla un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, que honra a las víctimas y sus derechos del modo más completo posible, sobre la base del derecho que tienen ellas y los colombianos a conocer la verdad de lo sucedido y recibir satisfacciones. Gracias Guernica, gracias país vasco, gracias España. ¡Qué hermoso recibir este abrazo de felicitación desde el otro lado del Atlántico, desde esa Europa que ha sufrido la guerra y sus horrores en carne propia. Ya lo cantó Gabriela Mistral en su poema al árbol de Guernica, “Los heridos y aventados y los que a mitad de ruta dizque se quedaron muertos, todos volveremos, todos, el árbol, al ruedo”. Aquí estamos, reconciliados, soñando con un mundo entero gobernado por la paz y el amor antes que por la avaricia y la intolerancia.
Guernica, 26 de abril de 2017