El periodismo es tal vez la mejor artillería de la libertad. La comunicación es participación y la opinión democracia. Ya lo decía Honorato de Balzac: “El periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere”. Vaya trabajo, pero vale la pena el poder transformador que la comunicación imprime, cuando un periodista de excelencia se convierte en regulador de la sociedad si la persuade. Así lo sentenció el gran Joe Pulitzer: “El poder para moldear el futuro de una República estará en manos del periodismo de las generaciones futuras”. Por ello el papel esencial de un comunicador es transformar una sociedad. Periodista que no causa efectos evolucionantes, que no impacta creativamente, que no genera opinión constructiva, que no provoca innovaciones, perdió su tiempo y su inversión. Es solo un rebuscador (y oportunista) más del tipo de aquellos que lanzan boñiga y se lavan las manos. Es el periodismo el que mantiene la democracia. Es la fuerza para el cambio social progresivo. Por eso o es libre o es una patraña.
El verdadero periodismo debe ser constructivo, no pozoñoso ni venenoso, privilegiando valiosos contenidos. Para ejercerlo, ante todo, hay que intentar ser ejemplar ser humano. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Solo así se comprende a los demás y se puede “leer” objetivamente el mundo. El periodista debe tener ambición de escribir bien, más allá de lo circunstancial y lo efímero ya que es un apostolado que impone muchos deberes. No hay apostolado más expuesto a ser peor desempeñado. De ahí principalmente la inmoralidad del periodismo. Pero el ejercicio del periodismo no es color de rosa, exige asumir riesgos, incluso hasta personales y patrimoniales.
Dentro de ese exigente ejercicio, que no todos cumplen, algunos piensan que el periodista se alquila para entrevistas a medida. Es que nadie debería sentirse demasiado cómodo frente a un periodista, en particular los que gobiernan. Pero lamentablemente si existe esa otra cara de aquellos que acceden y se venden al poder al régimen de turno para disfrutar de generosa ‘mermelada’ como hoy llaman al chantaje y la corrupción. Otros pocos con cierto talento terminan convertidos en una especie de ‘vacas sagradas’ del periodismo, se creen celebridades como pudimos percibirlo en una entrevista ‘light’ al presidente de la República hace pocos tiempo por uno de los creídos intocables de los medios. Esas son las entrevistas que se hacen para pagar jugosos contratos que no son más que censura descarada a punta de la llamada “mermelada” que no solo endulza a los gordos políticos, sino también a connotados periodistas grasosos a punta de cócteles y buena vida.
Por ello es bueno recordar que a la ciencia de preguntar bien siempre se opondrá el arte de responder obviedades. Son preferibles aquellos periodistas que esquivan la embestida con una gran verónica al estilo de Mao Tse Tung (o Zedong) cuando a un interloctor suyo se le ocurrió preguntar: “¿Qué habría sucedido si en vez de matar a Kennedy hubieran asesinado a Kruschev?”. El líder chino pensaba y el auditorio aguardaba una cátedra. Finalmente Mao respondió: “De una cosa estoy seguro: Aristóteles Onassis no se hubiera casado con Nina Kruschev”. En otro caso, una revista envió la siguiente cuestión a tres famosas: “¿Qué es lo primero que mira en otra mujer”? “Su manera de hablar”, dijo Agatha Christie. “Sus manos”, anotó María Callas. “Su marido”, cerró la actriz Zsa Zsa Gabor. Eso, a preguntón ingenioso, entrevistado torero.
El periodismo local o provinciano (más allá de las redes sociales) es todavía amigable. En otros sitios ya no lo es hace mucho. Lo ilustra bien el caso de un arzobispo de Canterbury que visitaba por primera vez Nueva York, a fines del XIX, y nada más llegado un reportero le disparó: “¿Qué opina de los prostíbulos de Brooklyn?”. Asombrado, el prelado preguntó a su vez: “¿Hay prostíbulos en Brooklyn?”. Al día siguiente, en una primera plana se leía: “La primera pregunta del arzobispo al llegar fue si había prostíbulos en Brooklyn”.
Apostilla: “El periodismo al que me dedico, que es el escrito, de plumilla, de articulista y reportera, es un género literario como cualquier otro, equiparable a la poesía, a la ficción, al drama, al ensayo. Y puede alcanzar cotas de excelencia literaria tan altas como un libro de poemas o una novela” (Rosa Montero, periodista y escritora madrileña, El País de España)