Ayer salí en la mañana a comprar algo para el desayuno, en la panadería pregunté si había algún pan fresco. Con un acento muy parecido al de nuestros guajiros, la simpática niña que atendía me dijo: "Hay estas roscas de dulce". Pero, ¿quién en Bogotá le dice roscas con dulce a un roscón? Ella es venezolana y hasta ahora se está acostumbrando a las palabras de los productos en nuestro país. Le pregunté cuánto tiempo llevaba en la capital, me contó que su esposo había llegado seis meses atrás y que los había podido traer, junto con su hijo, hacía un mes. Se veía en su respuesta la nostalgia y la esperanza que siempre produce el desplazamiento.
Para el almuerzo hacía las artes de mesero un hombre de 1.90m. o algo más de estatura, raro en nuestro país con un promedio 20 cm menor que eso, vestía una camiseta vinotinto, que portaba con orgullo, quien me contó que llevaba tres meses en la ciudad. Esta vez le hice preguntas más concretas a nuestro inmigrante, no podía faltar una acerca de la constituyente. Tajante me dijo que eso ya se sabía que lo ganaba Maduro, que todo era así allá, que "si te pones a llevar la contraria te sacan". Me contó además que antes de venir administraba un local de comidas rápidas pero que el dueño vendió todo como pudo y se vino a Colombia, cosa que el imitó.
Dos encuentros en el mismo día, en el mismo barrio, en mi estrato tres, curiosa coincidencia, pero una tercera ya sería un derrotero.
Uno de mis hijos me pidió que lo llevara a "peluquiar", como de forma coloquial decimos en mi familia, así que en la media hora de sol que hizo en la tarde helada de capital, con los vientos de agosto que ya llegaron acompañados de esa lluvia chiquita que no moja pero daña peinados, nos fuimos a buscar la peluquería.
La música de alegre hizo decidir a mi hijo a acercarse a ese salón, en mi barrio cada cuadra tiene un restaurante, una fama, un supermercado, una papelería con internet, una tienda de comidas rápidas, una venta de chance, una de ropa y zapatos y al menos tres salones de belleza, así que esa selección no era fácil para mi hijo, lo apoyé y entramos.
Había tres "peluqueros", lo digo con cariño y todo, dos hombres y una mujer, todos ocupados pero uno me dijo: "siéntate allí que ya te atendemos". Esmerados trabajaban en sendas cabezas, al fin uno de ellos se desocupó y pasó mi hijo, al momento la chica me preguntó si quería yo también el corte y aproveché.
La historia similar, venezolana, me contó que había estado tres meses en Valledupar, que allá le iba muy bien, pero que se puso muy peligroso. Entonces después de un regreso breve a su tierra viajó a Bogotá, ya llevaba un semestre acá. Sus dos compañeros son también de allá, cada uno llegó por aparte, pero se conocieron en ese salón porque el dueño prefiere contratarlos porque les cobra más por el uso del sitio. Mientras se queja un poco del dolor en la muñeca que tiene producto del esfuerzo de manejar la máquina que tiene para trabajar, me cuenta: "A nosotros nos toca, porque quién nos va a dar trabajo, al menos acá hay qué hacer, terminando el año viaja mi hijo y mi mamá, ya les estoy alistando la casa, porque toca dejar todo allá, así que hay que comprar". Le dije que hiciera pausas activas y que cambiara de equipo, y ella con una sonrisa hermosa me responde: "ya la encargué, pero es que es el colchón de la cama de mi hijo o la máquina, toca trabajar y estirar esa mano".
No estoy en Cúcuta, no estoy en Bucaramanga, estoy en Bogotá, en la capital, donde los sueños de muchos hermanos venezolanos están llegando en masa porque huyeron de un país que los estaba condenando al hambre, a la miseria, nosotros no es que estemos mucho mejor y eso me da angustia.
No hay cama pa' tanta gente dice la canción. El problema es que con una tasa de desempleo creciente el país no está preparado para asumir la llegada de tantos patriotas. Además, los están haciendo trabajar sin las garantías legales, les pagan en oportunidades menos que un salario mínimo y deben aceptar ya que la necesidad apremia.
Y en efecto, ganó la constituyente Maduro. Seguro que eso va a motivar más desplazados. Ya es hora que haya una política clara frente a todo esto. Los miles de colombianos que viajaron hace décadas se devuelven con tristeza, sin trabajo y con la familia crecida. Los índices de inseguridad están aumentando por cuenta de la situación. Entregar cédulas o permisos temporales de trabajo a todo el que llega no es en sí misma una política o una respuesta a la situación, es un paño que tapa una herida abierta a la economía del país y que de seguro va a terminar en unos meses en tristes enfrentamientos.