Llámela como guste: autoerotismo, magnolia, manuela, yo con yo, juego de dados, cinco contra una, onanismo, masturbación o la popular paja. ¿Ahora me van a decir que por tocar el tema soy un monstruo y ustedes unos divinos angelitos bajados del séptimo cielo, de esos que pintó Miguel Ángel con pipicito imperceptible e incircunciso? Ah sí, ustedes son puros y sacrosantos como un viejito innombrable que no quiero mencionar para no arruinarles la emoción y efervescencia de este rojo momento. Y respecto a la paja, qué, ¿la van a negar? El undécimo mandamiento de la ley humana dice que negarla es como negar la mamá. Además es de mal gusto repudiarla en estos tiempos sufridos y aciagos del bendito coronavirus. Mejor dicho rechazar su auxilio y consuelo gratuito que no tiene ningún riesgo es de verdad una rotunda mojigatería.
Al diablo el puritanismo de los fariseos modernos que apedrean a librepensadores, pero que aplauden a los matarifes y psicópatas de nuestra sociedad cimentada en la doble moral cristiana. A propósito, jugar con lo que mi diosito nos regaló ya ni es pecado, y lo digo yo que soy cura en feliz retiro. Digamos que es peccata minuta y no altera el curso ni de la historia ni de los acontecimientos cuando es como manda: vicio impune, sano y solitario. Es más, yo era profesor de futuros sacerdotes, y el rector del seminario me echó porque recomendaba la paja a diestra y siniestra como medida de prevención contra tendencias depravadas en perjuicio de menores de edad. Conducta si reprensible que hasta la pena de muerte merecería. Pero ya ven hablé de pajas y me echaron y casi me excomulgan, si bien aún es tan a tiempo. Honor que me harían.
Pero, apreciado lector, usted está aquí porque quiere relajarse, al menos por el leve y efímero y fugaz instante que dura un orgasmo. Usted que es curioso está leyendo esta pequeña irreverencia porque quiere que le saquen una sonrisa maliciosa o le permitan el paraíso del olvido mientras muchos compatriotas se mueren a causa de la envidia, del odio, del extremismo en las ideas, y más que nada por la amargura que les carcome el seso. Pues señoras y señores, les voy a abrir esos ojos inocentes que les van a quedar más grandes que los de una vaca bramona. Y en este sentido les tengo la pócima, la quintaesencia, la octava maravilla, el paraíso terrenal, el remedio infalible para la paranoia, las ideas obsesivas, el ánimo colérico y violento. La solución para casi todos los males de la especie humana que mata y come del muerto por mucho y por nada.
La receta la doy gratis como medicina perfecta para la malparidez, las penas del alma y las tormentas depresivas tan de moda en tiempos de aislamiento por la pandemia. También previene el sida, la gonorrea, los embarazosos embarazos y las desilusiones afectivas. Antes hágase un batido que contenga una pizca de ginseng, una copa de vino sansón, tres cucharadas de avena, un litro de leche, dos cucharadas de miel de abejas, una cucharada de kola granulada, dos huevos con cáscara y todo, cuatro chontaduros, un toque de borojó, y si es que tiene a la sazón vocación suicida para morir de una erección eterna triture una pastilla sildenafilo. Será dinamita pura o polvorita que llaman. Licúese y tómese al gusto. No busque macho o hembra porque esta es una lección de autoerotismo. Pareja ya dije no la encontrará en estos tiempos de peste. El resto será contemplar estrellas y difuminarse en un nirvana sin políticos ni histéricos agarrados del pelo por idiotas partidos políticos. Repitan conmigo: ¡amén!