¿Será que medidas como la del encierro de los ciudadanos y el congelamiento del aparato productivo en todo el orbe, sustentadas en la amenaza del COVID-19, son un pretexto de los más poderosos del mundo, para implementar, de manera intensiva, un Nuevo Orden Mundial (NOM), planificado y decidido desde hace, al menos, tres décadas?
¿Dicho NOM tiene que ver con las denominadas "cuarta" y "quinta" revoluciones industriales, las cuales, conforme a lo planteado por los diseñadores de estas, complican la completa digitalización no solo de las relaciones sociales, sino de toda la biología y la mente de los humanos?
Es muy probable que el tiempo de la deshumanización en beneficio de la digitalización haya llegado, tal y como lo han venido advirtiendo, desde hace algún tiempo, pensadores de distintas latitudes y juiciosos observadores de la dinámica social y tecnológica.
Ahora se me viene a la cabeza la asombrosa sentencia del artista de la performance conocido como Stelarc, que sirve de epígrafe a los inicios de la muy conmovedora reflexión realizada por la comunicadora y antropóloga argentina Paula Sibilia titulada El hombre postorgánico: cuerpo, subjetividad y tecnologías digitales, con la que, dicho artista, nos convoca a un cambio radical que posibilite un NOM a condición de que podamos comprender y asimilar que:
"Llegó el momento de preguntarnos si un cuerpo bípedo, que respira, con visión binocular y un cerebro de 1.400 centímetros cúbicos es una forma biológica adecuada. No puede con la cantidad, complejidad y calidad de las informaciones que acumuló: lo intimidan la precisión y la velocidad. El cuerpo no es una estructura ni muy eficiente ni muy durable; con frecuencia funciona mal [...] Hay que reproyectar a los seres humanos, tomarlos más compatibles con sus máquinas".
En el sentido anterior, con cierto asombro puede leerse, la reflexión del filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard, adelantada en su texto La ilusión vital, cuando refiere a ese enorme deseo persistente en el hombre por alcanzar la inmortalidad, el cual, de manera gradual con los adelantos tecnológicos, lo ha ido llevando a que la vida, tal y como la conoce, desaparezca ante sus ojos.
En el marco de ese mítico anhelo de inmortalidad que se ha venido traduciendo en objetivo de la ciencia y las tecnologías de hoy y que representa el sucidio de lo que el hombre es en su condición actual, Baudrillard nos dice que "la muerte, como evento fatal o simbólico, debe ser borrada. La muerte debe ser incluida solo como realidad virtual, como una opción o configuración cambiable en el sistema operativo del ser vivo".
Esa apoptosis o asepsia programada de las células —de la que nos habla con preocupación el filósofo francés aludido—, ese desencartarse, de modo artificial, de los virus o cáncer que las afecta, ese cambio en el equilibrio vida y muerte que, en el marco de una evolución de millones de años, le ha permitido a los organismos ser finitos, pero, a su vez, herederos biológicos, esa "limpieza" es hoy, el mejor pretexto para "liberarnos" de esa carga de la mortalidad e imponer un NOM que comenzó, por necesidad y curiosidad, cuando inventamos extensiones para nuestro cuerpo (microscopio, telescopio, computador, entre otras) y terminó convirtiendo, de manera exclusiva, la "duda metódica" y su racionalidad como único camino hacia el conocimiento por encima de otras dimensiones referidas a nuestro ser.