Hace meses leí un libro para una investigación sobre la pornografía en Colombia. Y me impresionó el texto porque su postura abierta y sobre todo informativa, esboza esos buenos argumentos para defender lo que no se ha visto con frecuencia en nuestro país, y que puede ser defendible. “Días de porno: la historia de la vida breve del porno en Colombia”, deja entreabierto que las posturas libertinas, para bien o mal, se convirtieron en los diálogos permanentes de los colombianos aún cuando el narcotráfico azotó el país.
Cuando pregunté por el título varios con ojos de “indignados” me preguntaron por qué y para qué necesitaba el libro, si era que se trataba de alguna película, o si más bien era un consumidor empedernido de porno. Pero no. Necesitaba hacer una investigación para la universidad. Y me di cuenta que así como llegó la era del cine mexicano al Teatro México y al Teatro Faenza, también llegaron a la capital productores de cine triple x. Como ya es de suponerse, el estigma que se crea alrededor de esta industria es bastante grande y más sobre las relaciones que hay de por medio.
La industria pornográfica desde sus inicios se ha caracterizado por ser rentable, por ejemplo Estados Unidos es uno de los mayores productores de películas porno en la actualidad, y Colombia no es la excepción. El 10% de la población en el siglo XX asistió a salas de cine x.
En 1980 es cuando llegan, provenientes de Europa y gran parte de Norte América, los filmes para adultos. Para la industria pornográfica, “Garganta Profunda” es considerada la mejor película probablemente de todos los tiempos, pues es una historia de 1972 escrita y dirigida por Gerard Damiano que cuenta la vida de Linda, una bella joven que tiene el clítoris en la garganta y que para satisfacer su deseo sexual, necesita de “hombres bien dotados”. Otra gran obra de Gerard Damiano fue “El diablo y la señorita jones”; la historia de una joven, Justin Jones, que aburrida de su vida decide suicidarse, y que para volver a la vida terrenal, debe entregarse a todo tipo de placeres.
A partir de estas narrativas, Colombia se convirtió en una potencia latinoamericana junto con Argentina y Brasil en producir y exportar películas de este género. En el país el mayor exponente fue Edgar Escobar, un director que en los años 80 y 90 produjo más de 1,000 escenas para la industria pornográfica; además de fundar las revistas “Cuerpos”, “Póker” y la productora “Trópico Producciones”.
La revista fue la primera en circular en todo el país. En las ediciones habían fotografías de mujeres desnudas, posando en diferentes posiciones: acostadas, en cuatro, de rodillas, etcétera. El folletín inclusive tenía un espacio para los anuncios clasificados. Y en provecho del sitio brindado, cientos de personas se lanzaban a publicar sus fantasías y deseos con aquellas personas que tuvieran gustos similares, o mejor, mujeres que buscaban “tornillos” de grandes anchuras, por ejemplo: “pasivo, no afeminado, busca uno o más penes de 32 años”, “tengo veinte años y vivo en Medellín hace seis meses. Me ha dado duro, porque solo he tenido relaciones con burras; quisiera otro tipo de experiencia bien sea con hombres o con mujeres”. También “Cuerpos” tenía una sección de consultas las cuales eran respondidas por un médico profesional.
Ahora, ¿Quién fue Edgar? Edgar fue un hombre que trabajó con el grupo de “Los Extraditables” como su jefe de prensa, pues era quien redactaba los comunicados de Pablo Escobar. De por si la revista Semana en un artículo que publicó en el año 90 “El tío pablo y el escribidor” afirmó que “Edgar camufló sus actividades con el cartel a través de dos empresas destinadas al negocio de la pornografía”, y “el poeta” como se apodaba, quedó destinado a ser el gran magnate de la industria en Colombia, luego de trabajar como el “jefe de relaciones públicas” con el cartel de Medellín, pues de él dependía que los mensajes llegaran a los medios de comunicación.
Todo este material está totalmente aislado del presente. En su momento fue el experimento que estalló. Pero no nos alejemos del libro de Simón Posada Tamayo, porque a pesar del negocio y la renta, el tema de la pornografía va más allá de lo comercial. Es una capsula donde hay todo tipo de relaciones, y es aquí cuando más lo sentimos ¿por qué? porque la pornografía sigue siendo un tabú. Porque la transformación del sexo llegó a límites de la imitación, de modo que las practicas ‘no reales’, se convirtieron en el escenario propicio para que las parejas hagan lo que la pornografía les ofrece. Ahora, no es recriminable porque la sexualidad no es estática. Si bien, involucra una serie de procesos que conforman nuestra identidad, sin preguntarnos por qué lo hacemos, por qué lo deseamos, o para qué lo imitamos. Pero sería un desajuste y un agravio no apremiar los nuevos ambientes en el que se está consumiendo el porno, luego de que el internet desbaratara la clandestinidad y la mojigatería de las personas, pues la historia expone, actualmente, un erotismo narrado desde los directores, buscando la más rentable forma de producir películas que cuenten hechos cotidianos, no muy largos. Seguramente ya no es lo mismo asistir a una sala de cine x debido a la inmediatez. Hoy dentro del porno, los consumidores buscan lo que desean ver y ya. Y las relaciones de poder que hay entre el producto y el consumidor cada vez se afianzan más. No importa quién esté detrás de la pantalla, solo importa mirar, y para los adolescentes tal vez imitar. No interesa estar alejados. Lo realmente controvertible es que no asumimos una postura, sea cual sea, para hablar.
Lo único que nos manifiesta el tema de la pornografía es que las nuevas dinámicas de la comunicación mataron en su gran mayoría los relatos de amor. Relatos que las generaciones pasadas narraron con gran orgullo, cuando el sexo era visto de otra manera. Lamentablemente, el mercado, como todo, se adueño de la imaginación, pues en el plano terrenal, las fantasías aumentan cada vez que un director como Cristian Cipriani las aterriza en un estudio de grabación.