Si existió un futbolista que pudo enamorar a Zidane fue James. Tenía todo para serlo, su calidad, su clase. Pero le faltó dedicación. Al menos en la biografía del periodista francés Frederic Hermel, bastante cercano a Zidane, así lo dice refiriéndose también a Bale: “dos detractores del método Zidane y dos víctimas de su apreciable intransigencia. (Zidane) no tiene ninguna piedad para los pocos motivados, por mucho talento que tengan, por muy caro que hayan costado al club, por mucho que brillen sus nombres en lo alto del cartel del fútbol mundial. Los que no se machacan en el entrenamiento no obtienen el derecho de disputar los partidos”.
En España esta declaración se interpretó como un mensaje directo que enviaba Zidane a través de un amigo directo como es Hermel. Nada se sabe de cómo era el comportamiento del cucuteño en los entrenamientos, los únicos que lo defienden son periodistas cuya objetividad es cuestionada como César Augusto Londoño. Pero en Madrid todos creen que James no triunfó en Madrid por vago. James no es un tomador, un mujeriego descarnado como Asprilla, pero lo que si es seguro es que el Play Station lo mata y puede durar hasta bien entrada la noche jugando. Es fanático de la consola. Por eso nunca pudo hacer lo que queríamos que hiciera: callarle la boca a Zidane. Nunca se esforzó demasiado en los entrenamientos. No fue nada personal.
Ahora James podría ir al Everton en donde está un técnico al que le gusta consentir a los talentosos. Pero ojo, Ancelotti ya lo tuvo en el Bayern Munich y lo sentó. Parece que el ego de James le da para creerse una estrella mundial como su amigo Ronaldo. Por eso nadie lo quiere, por eso Jorge Mendes, su representante, lo ofrece por todo Europa pero todos lo rechazan como si fuera mercancía dañada. Ojalá se de lo del Everton. Ojalá vuelva a haber fútbol.