La consulta anticorrupción demostró que los políticos enredan hasta los propósitos más unánimes. No es un misterio, metas claras como reducir la pobreza, la corrupción o la injusticia solo multiplican, con la ayuda de los políticos, las normas inútiles. Por desgracia, los retos más triviales parecen también imposibles, desde un almuerzo saludable para los niños en La Guajira hasta cobrar una multa de tránsito.
No es por falta de consensos, pocos son los políticos que reconocen el placer de robar dineros públicos. La mayoría, sin éxito, intenta hacer algo, pero las iniciativas no despegan. Ya sabemos que no ha propuesto un político una solución cuando la propuesta es ya un fracaso. Los ejemplos sobran.
Uno de ellos: la consulta anticorrupción, una meta estancada hoy en un repertorio de propuestas fatales. Por muy bien que suene, la consulta no era el remedio definitivo, como tampoco lo es la legislación actual que castiga en el papel y premia en la realidad, ni lo es el optimismo por un Congreso que se disciplinará solo. Sea la propuesta que sea, el Estado ha demostrado ser incapaz de hacer sus intenciones realidad. ¿Por qué?
Por la cultura del “vivo vive del bobo”, por el exceso de regulación, porque convivimos entre ladrones exitosos, por la pobreza, etc. Las causas sobran, pero ante todo falta un Estado capaz de ejecutar lo que se propone. Los diagnósticos son irrelevantes porque no hay política que actúe ante una solución, el Estado no sabe cómo hacerlo. Suena evidente, pero hay que construir la capacidad de hacer las propuestas realidad, o condenaremos a nuestros niños a futuro peor.
Para construirla hay que iniciar por lo más trivial. Los expertos en construcción de hábitos son claros: para cambiar se necesitan pocos retos, de corto plazo y realizables. Solo cuando las metas simples se cumplen, se deben introducir nuevas. El Estado está saturado de retos que nunca serán realidad en nuestras vidas, y ni eso. No nos desgastemos más en ellos. Exijamos lo más simple.
Apoyemos a los políticos con las propuestas más pendejas, pero más realizables. Entre más trivial, mejor. El político con visión a largo plazo fracasará, así lo demuestra la política actual. No planeemos más. Vamos por una política de lo básico. Los delitos menores son los de mayor importancia, pues solo en las victorias triviales están las lecciones para alcanzar las metas de mañana.