Recuerdo haber pensado que era un día usual, y entonces, entré afanoso a la ciudad universitaria para luego atravesar la placita central sintiendo el olor del tabaco; huyendo de las ofertas ensordecedoras de la infinidad de vendedores; palpando los dos rostros, el de las armas y el de las letras, enfrentados de oriente a occidente, de pared a pared; y por supuesto, persiguiendo con mi mirada de poco asombro al mitin de estudiantes pintando pancartas de amarillo azul y rojo con letras que formaban palabras disonantes, críticas,
Era apenas perceptible, me dije, marcharán, gritarán arengas en contra del ‘’actual gobierno leonino’’, bloquearán calles y con aerosol en mano mancharán las ya pringosas paredes de la ciudad. ¡Esto se llama movilización, compitas!, gritaba algún apasionado. La turba suele inundar las calles formando un caudaloso río estruendoso. ¿De qué está hecha además de ideas líquidas? Justo cuando ya habían formado filas y se disponían a confundirse entre esas aguas que tienden a precipitarse rumbo al vacío, yo recodé una autentica masa realmente avasalladora, de esa que corre al ritmo de la corriente más voraz, devorando la tragedia del presente para así desembocar, con el brillo del fuego.
Se trataba del reto de la reconstrucción de la India; la cual se veía abatida por el desgaste de su independencia y de las subsecuentes guerreas civiles, liderado por Jawaharlal Nehru y apoyado por el conjunto de comunidades, dentro de las cuales estaban los estudiantes. Luego del legado de Gandhi quién enseñó que el movimiento de desobediencia civil requería infundir una interiorización de amor y pertenencia por la misma ley, Nehru se abocó a actualizar su país bajo un sistema democrático que aceptaba la diferencia como unidad colectiva. Allí, el establecimiento de programas de desarrollo comunitario tanto en la industria como en la agricultura tomó como pilar el desarrollo científico, en donde los estudiantes cumplieron un papel determinante desarrollando proyectos de productividad agrícola e industrialización.
Colombia se aboca, posiblemente, a enfrentar la etapa más importante de su historia, se trata del posconflicto. La india se movilizó hacia la construcción concreta de instituciones y de ciencia. Los estudiantes fueron justamente ese puente entre el conocimiento y las distorsiones entre el campo y la ciudad.
Se dice que la Universidad es el escenario de discusión y reflexión por excelencia, se entiende que los estudiantes son actores imprescindibles en la construcción de paz. Sin embargo, la distancia entre el mundo real y la academia parece ser abismal. ¿Podrá acortarse? Pues bien, el ruido crítico y consiente debe hacerse allí en el campo, en esas zonas tan lejanas, desconocidas y marginadas en donde el sufrimiento fue la deidad imperante, en esa Colombia aún sucia y dejada que dista diametralmente de la Colombia casi pomposa de las grandes urbes.
Yo vuelvo mi mirada hacia la placita central de la UN en donde se enfrentan de lado a lado Ernesto Guevara y Gabriel García Márquez; pienso que atreverse a exigir soluciones ya es un lugar común, la hora de construir paz con los conocimientos adquiridos es la consigna. Se acerca el momento de dejar los aerosoles y las arengas reemplazándolos por el arma más punzante, el conocimiento, para tender puentes entre el campo y la ciudad. El idealismo no existe, solo la certeza de la probidad y de la ejecución proactiva tanto de ciudadanos como de los dirigentes políticos hacen la gran diferencia.
@juan132514