Por una Colombia sin feminicidios

Por una Colombia sin feminicidios

"Si cambiamos nuestra manera de pensar podemos cambiar a nuestra sociedad, para que sea más tolerante, justa, igualitaria y, sobre todo, menos violenta y machista"

Por: Juan David Cruz Duarte
noviembre 29, 2017
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Por una Colombia sin feminicidios
Foto: Gob.mx

Según Medicina Legal, de enero a octubre del presente año 758 mujeres habrían sido asesinadas en el país. En abril de 2017, la Fiscalía estaba procesando 345 casos de feminicidio. En diciembre de 2016 el país entero se conmocionó ante la violación y asesinato de Yuliana Samboní en el barrio Chapinero de Bogotá. En abril, Julio Alberto Reyes, de 42 años, asesinó a su expareja, Claudia Johana Rodríguez, en el centro comercial Satafé, en la capital del país. Ese mismo mes, Sara Yolima Salazar, de 3 años, fue torturada y asesinada en el Tolima. La menor tenía un trauma cráneoencefálico, sufría de desnutrición, y le habían amputado un dedo. Al igual que Yuliana, Sara había sido víctima de violencia sexual. En diciembre de 2015 salió a la luz el caso de Fredy Armando Valencia Vargas, más conocido como “El monstruo de Monserrate,” que había asesinado y violado a unas 16 mujeres desde 2010. Muchos recordamos también la brutal violación de la que fue víctima Rosa Elvira Cely, que murió en mayo de 2012, después de ser atacada cobardemente por su compañero de estudios, Javier Velasco Velásquez, en el Parque Nacional. A esto se suman los ataques con ácido a Natalia Ponce en marzo de 2014, y Yenny Marcela Pardo en septiembre de 2015, y la brutal golpiza que sufrió Laura Juliana Rodríguez por parte de su ex pareja, Juan Sebastián Zuluaga, en plena calle en Bogotá este mes de noviembre. Lo que resulta escabroso del caso de Laura Juliana es que sucedió en la vía pública, y nadie intervino para parar la golpiza. Estos son tan solo algunos ejemplos de todos los casos de violencia contra la mujer cometidos en el país en los últimos años.

En el 2009 escribí un cuento titulado La ciudad de las ratas. En este relato traté de responderme una pregunta filosófica acerca de la posible existencia de la maldad pura. En otras palabras, ¿existe acaso un tipo de maldad que no emana de la necesidad o la locura, sino del simple disfrute de la crueldad y la sevicia? Para ilustrar esta idea, recurrí al acto más cruel que pude imaginar: la tortura y violación de una niña indefensa. Aunque en el cuento los planes del criminal se ven frustrados por un testigo valiente, considero que la simple enunciación de estas acciones resulta suficientemente monstruosa para la sensibilidad de una persona cuerda. Y, no obstante, la violencia contra la mujer en Colombia se ha manifestado de formas mucho más escabrosas de lo que la imaginación más retorcida podría imaginar.

No podemos quedarnos tan solo con la explotación amarillista de estas noticias nefastas; para empezar a cambiar, es necesario actuar de manera efectiva, y crear políticas públicas encaminadas a dar fin a estas manifestaciones de machismo. Para empezar, debemos exigir mayores penas para violadores y asesinos (aumentar las penas de criminales como Rafael Uribe Noguera y Fredy Armando Valencia Vargas da un buen ejemplo, pero es insuficiente); comprender la posición de la mujer en el conflicto (y el posconflicto) colombiano, y desarrollar campañas educativas de gran impacto, encaminadas a desmantelar los paradigmas culturales sexistas que siguen multiplicando las víctimas del feminicidio y la violencia de género en Colombia. Las mujeres inmersas en el conflicto colombiano han sufrido su crueldad de manera especial; la JEP les da a estas mujeres, siquiera, la esperanza de que la verdad salga a la luz, y de que quienes las han violentado (que han sido miembros de todos los bandos del conflicto) tengan que darle la cara al país y a sus víctimas. Disminuir nuestras terribles cifras de violencia contra la mujer debe ser una prioridad para el Ministerio de Cultura, para cada colegio público y privado, y para cada familia del país. Si cambiamos las características machistas de nuestra cultura, algún día podremos crear una Colombia mejor para mujeres y hombres. Si educamos a los niños para que respeten a las mujeres, si les enseñamos que “feminista” no es una mala palabra, tal vez podamos cambiar nuestra sociedad de manera positiva. Debemos hacer nuestro mayor esfuerzo, como individuos y como nación, para que la muerte de tantas mujeres y niñas no sea en vano. Si cambiamos nuestra manera de pensar podemos cambiar a nuestra sociedad, para que sea más tolerante, justa, igualitaria y, sobre todo, menos violenta y machista. Ese primer paso debe darse desde la educación (no solo en los colegios y escuelas del país, sino desde los hogares de cada uno de nosotros). Las mujeres y niñas de Colombia merecen un mundo que respete su derecho a la vida, y su dignidad como seres humanos.

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