Por un socialismo ecológico y democrático para el siglo XXI

Por un socialismo ecológico y democrático para el siglo XXI

"No es posible salvar los equilibrios ecológicos fundamentales del planeta sin atacar al mismo tiempo el sistema capitalista que funciona sobre la base de energías fósiles"

Por: Tiberio Gutiérrez
noviembre 14, 2017
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Por un socialismo ecológico y democrático para el siglo XXI
Foto: Cordon Press

A raíz de la conmemoración de los 150 años de El Capital de Carlos Marx y de los 100 años de la Revolución de octubre dirigida por Vladimir Ilich, Lenin, se han venido presentando toda una serie de artículos donde tratan el tema con mayor o menor grado de profundidad, pero sin desconocer que fue el acontecimiento más significativo del siglo XX.

Entre los comentaristas, debo reconocer que me ha llamado poderosamente la atención el artículo de Michael Lowy: “De la Revolución de octubre al ecocomunismo del siglo XXI”. Y me ha llamado la atención porque, en forma inteligente y bien argumentada, el escritor asume el reto de propuestas novedosas sin caer en la utopía de una esperanza inútil. Lo dice de frente y sin rodeos: La Revolución de octubre dejó grandes lecciones y enseñanzas para los revolucionarios, pero con beneficio de inventario de los aciertos y de los errores. Porque el gran peligro para el análisis desapasionado de la realidad social está en ver el acontecer de la humanidad con la óptica sesgada de los mitos.

Por eso las grandes conquistas sociales de la Revolución de octubre no pueden esconder las falencias que llevaron al sistema socialista soviético a su fracaso final. Así como la opinión progresista de la época celebró la toma del poder por los bolcheviques, así mismo hubo intelectuales que criticaron los desmanes autoritarios de la “dictadura del proletariado”, que en últimas se redujo al culto a la personalidad del camarada Stalin hasta su muerte en 1.954.

Sufrieron la tragedia de la primera guerra mundial entre los gobiernos imperialistas por los mercados de las colonias (1914-1918); luego el hambre y la miseria en la guerra civil (1918-1924); posteriormente vinieron las inclemencias de la segunda guerra mundial (1940-1945) donde el Ejército Rojo puso 20 millones de muertos para plantar la bandera de la Hoz y el Martillo en el edificio del Reistah, salvando con esta victoria a la humanidad del monstruo del ndazismo.

A pesar de tanto sacrificio, parece que la humanidad estuviera condenada a repetir eternamente el mito de Sísifo: coronar la montaña cada día para empezar de nuevo el mismo recorrido, en un eterno avanzar para luego retroceder. De nada valió que se hubieran nacionalizado los grandes medios de producción, ni que se hubiera avanzado en la planificación de la economía nacional para darle sostenibilidad en el tiempo al sistema socialista soviético.

Todo este esfuerzo monumental fue borrado por la vanidad de creer en un redentor del género humano, quien, como por arte de magia, salvaría a la humanidad de sus limitaciones históricas.

Por eso los revolucionarios del siglo XXI no deben quedarse apacentando las nostalgias de la Revolución de octubre, sino que deben tener el coraje y la honradez para hacer el inventario de los aciertos y de los errores para poder continuar adelante, porque aunque parezca increíble, siempre marcharemos con el pesado fardo de las victorias y de las derrotas, en la dura lucha por realizar una utopía inconclusa.

Todos los días traerán nuevos problemas para resolver, ante los cuales los dirigentes políticos democráticos y de izquierda no tienen otro camino que apelar al estudio y a la lucha de masas. ¿Cómo pensar que Carlos Marx y Vladimir Ilich, con su profunda y basta cultura universal, iban a poder adivinar el futuro de la tecnología y de las nuevas formas de la lucha de clases, así como las contradicciones del imperialismo con la supervivencia del planeta? Ellos también tenían sus limitaciones históricas.

Sin embargo, cumplieron su inmensa tarea, dejando una rica herencia para las nuevas generaciones para que, en medio de las dificultades del momento presente, sabrán cumplir con su protagonismo político, convencidos de que no queda otra alternativa que la lucha unitaria, organizada y de masas por el poder.

El marxismo no es un catecismo de la verdad revelada; no es una panacea para todos los males; es una guía para la acción de los trabajadores en los diferentes momentos del desarrollo del capitalismo. Es la doctrina política del materialismo dialéctico que está sujeta por su misma esencia filosófica a un continuo desarrollo y transformación, de conformidad con la realidad contradictoria de los fenómenos sociales.

Por eso uno de los problemas clave en la elaboración de un programa alternativo al neoliberalismo en el siglo 21 es, sin lugar a dudas, la cuestión de la ecología, es decir, la relación de las luchas sociales con el tratamiento capitalista de la naturaleza. Los revolucionarios no pueden limitarse a copiar y repetir, en forma sectaria, dogmática y mecánica, las experiencias de las revoluciones del siglo 20, porque estarían condenados a un laberinto sin perspectivas de solución.

Al respecto el mismo Carlos Marx nos dejó una enseñanza fundamental al estudiar el Estado capitalista a través de la experiencia de la Comuna de París en1871, cuando afirma que este aparato debe ser transformado por los trabajadores para su beneficio, ya que dentro de la máquina estatal burguesa es imposible la conquista democrática de sus aspiraciones programáticas.

Por eso la crisis ecológica generada por el sistema capitalista ha creado una nueva situación que los demócratas y revolucionarios tienen que tener en cuenta como uno de los aspectos fundamentales y decisivos en la formulación del programa: la mayor amenaza que ha conocido la humanidad en toda su historia es la destrucción de los equilibrios ecológicos: el cambio climático, el calentamiento global, un proceso que ya empezó y que podría llevar en cuestión de décadas a un desenlace fatal sin antecedentes en la historia: aumento de la temperatura, desertificación de la tierra, desaparición del agua potable, incendios de los bosques, multiplicación de los huracanes, elevación del nivel del mar.

El mercado financiero entra en contradicción en el tratamiento de la naturaleza. “Hay un conflicto irreductible entre la temporalidad ecológica y la temporalidad del mercado.” La raíz del mal es sistémica, la causa del desastre es el capitalismo con su productivismo y consumismo desaforados. Necesitamos por lo tanto proyectos alternativos que vayan a la raíz del problema, es decir, proyectos anticapitalistas que apunten a la solución de la crisis.

El socialismo ecológico y democrático parte de la premisa fundamental de que la preservación de la vida en el planeta resulta incompatible con la lógica expansiva y predadora del sistema capitalista. No es posible salvar los equilibrios ecológicos fundamentales del planeta sin atacar al mismo tiempo el sistema capitalista que funciona sobre la base de energías fósiles (carbón, petróleo, gas) que son las causantes del calentamiento global, de tal manera que un cambio hacia el socialismo ecológico y democrático solo sería posible con energías renovables como el agua, el viento, y sobre todo la energía solar.

No se trata de esperar hasta el día en que el mundo se transforme, sino empezar desde ya coordinando unitariamente las luchas de los trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres y jóvenes por un programa mínimo unitario, con base en la convergencia para un socialismo ecológico y democrático.

Terminamos esta nota celebrando la decisión de la Corte Constitucional que tumbó la delimitación del Páramo de Santurbán, pero, paradójicamente, el Presidente Santos anuncia que “Emiratos Árabes invertirá 1.000 millones de dólares para extraer oro en Santurbán. El dinero  robustecerá el proyecto de la multinacional Minesa en la región, por debajo de la línea delimitada. Defensores ambientalistas cuestionaron el anuncio del Gobierno pues aún no se sabe qué es y qué no es páramo” (El Espectador, 12 de noviembre de 2017). Nuestros 34 ecosistemas están en peligro (El Tiempo, 13 de noviembre de 2017). Las emisiones globales del CO2 aumentarán después de 3 años de estabilidad (El Tiempo 13 de noviembre de 2017).

Con estas perspectivas no queda otro camino que la lucha unitaria, organizada y de masas.

 

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