La historia de Colombia como país es reciente (doscientos años) en comparación con las dinámicas mentales experimentadas por otros pueblos como Japón, Irán y Francia, que son más antiguas. no obstante, en esta corta vida de país tenemos pasajes funestos y dramáticos con una secuencia muy continua. Son pocos los momentos de felicidad colectiva que hemos vivido. De hecho, en las últimas décadas hemos presenciado los destrozos internos, las muertes y el exilio de centenares de compatriotas a raíz del conflicto armado interno con el que penosamente aprendimos a coexistir.
Si bien se firmó un acuerdo de paz entre el gobierno de Santos con la guerrilla de las Farc en 2016 (proceso legítimo y respaldado por la comunidad internacional), este no ha podido consolidarse porque el gobierno sucesor, encabezado por Iván Duque, mostró desde su posesión falta de seriedad, insensatez y poca grandeza; peculiaridades que no compaginan con el tránsito y reto histórico que tenía Colombia. El presidente electo debía enfrentar la corrupción, robustecer y cumplir los acuerdos de paz y girar la página de la barbarie de una vez y para siempre.
Hoy, a más de dos años del actual gobierno, las tensiones están latentes y las fisuras siguen abiertas en este país culturalmente diverso, presenciando dos visiones nacionales distintas. Una de esas está en el poder desde hace décadas, pregonando a grandes voces el amor que le tiene a la “patria”, proclamando un inmenso apego a la tierra que los ni irlandeses, griegos y portugueses han proclamado jamás, pese al afecto que ellos históricamente han sentido por sus naciones. Es precisamente esa “visión” la que viene gobernando con su anacronismo y la embaucadora idea de ese falso discurso patriotero que favorece finalmente a las elites regionales enquistadas en el poder.
Actualmente, Colombia toca fondo porque se convirtió en un narcoestado, que permitió que la ilegalidad permeara la política y las instituciones, que le entrega los recursos públicos a los bribones, que limita la inversión en educación, salud e investigación (ciencia, tecnología e innovación), que olvidó los territorios, el campo productivo y el campesinado y que mira con indiferencia el cambio climático. Y no contento con ello, también creó y propagó la narrativa estigmatizante de que todo ciudadano que luche por cambiar esa realidad social y política es resentido, envidioso, mantenido, proguerrillero y demás.
Justo cuando necesitábamos un presidente culto, sabio, respetado por todos, desligado de lo ilícito, autónomo, sereno y con un talante que lo situara por encima de los intereses y avaricias humanas, el país eligió uno que no encaja en la anterior descripción. Y sí… doblemente castigados si tenemos presente que la peor peste de los últimos años la está afrontando él con acciones groseras que ya hemos presenciado y soportado.
Y de esta perspectiva victoriosa, representante de la vetusta forma de pensar la economía y la política, son culpables los partidos políticos tradicionales, dada su elasticidad. Estos están acostumbrados a desarticularse y a rearticularse en función de las circunstancias, el oportunismo y la conveniencia política, que por lo general son de corta o mediana duración. Además, a estos nunca les ha interesado el país nacional (J.E. Gaitán) y precisamente en estos momentos, cuando faltan poco menos de dos años para las elecciones parlamentarias y presidenciales, yacen en ese ejercicio de reacomodar sus avaras fuerzas (Partido Liberal) para evitar nuevamente que las fuerzas progresistas lleguen al poder.
La otra visión de país la encabezan los sectores progresistas y/o fuerzas vitales que quieren cambiar esa realidad señalada anteriormente. Y no sé ustedes, pero envejezco cada día y de lo que estoy seguro es de que este país necesita a alguien que esté por encima de la tacañería, que sea capaz de conducir esta complejidad de tierras y gentes llamada Colombia. Esto solo lo puede hacer alguien que represente un pensamiento serio y que tenga altura ética y política, porque no es llegar al poder por llegar al poder, se trata de dejar atrás las aventuras particulares, la mafia, las injusticias, las demagogias idiotas, las componendas locales y los argumentos ridículos. Se trata de efectuar un pacto histórico que sea capaz de autorepararnos y de reconducirnos como nación.
Finalizando, tal parece que el próximo pulso electoral confronta a la Colombia arcaica (reencauchada probablemente en los tibios y su soberbia política) con los sectores progresistas, alternativos y demócratas, que tendrán como nunca la oportunidad histórica de triunfar; eso sí, si somos capaces de un entendimiento y una unidad alrededor de ideas y hechos de un gobierno que conduzca al tan anhelado programa en común y pacto histórico. De lo contario, Colombia seguirá siendo un país profundamente violento y desigual, y viviendo en ese drama constante que pareciera no tener fin…