Desde hace tiempo está haciendo falta en Colombia una especie de impuesto a los vehículos muy ruidosos.
Además de desincentivar el creciente ruidero, sería una forma efectiva de devolver a la mayoría de los ciudadanos la tranquilidad perdida… y para el Gobierno (y la Dian en particular), por si antes no lo había pensado, sería una buena fuente adicional de ingresos.
A mucho conductor irresponsable (a veces algo acomplejado) le gusta hacer ruido con su vehículo simplemente por chicanear, por llamar la atención para que otros volteen a mirarlo.
Así que a quien pretenda hacer alarde de una motocicleta o un carro demasiado ruidosos, que un impuesto al ruido excesivo lo lleve a pensarlo dos veces antes de comprar ese vehículo, o que pague de su bolsillo el “derecho” a contaminar con ruido el derecho colectivo a la tranquilidad, como consagran la Constitución y el artículo 31 del Código de Policía.
A falta de una regulación nacional –urgente– que limite el ruido de las fuentes móviles (como sí ocurre con las fijas vía la Resolución 627 de 2006), un impuesto a los vehículos muy ruidosos al menos ayudaría de entrada a paliar este creciente y grave problema.
Un impuesto también a ese creciente número de camiones de carga que tienen pitos espantosos de tan exagerados.
E impuestos a ese cúmulo de motociclos o ciclomotores (bicicletas adaptadas con motores hechizos de pésima calidad) que pululan ahora por las calles debido a la negligencia de los autores de la Resolución 160 de 2017 del Ministerio de Transporte y demás letras muertas que en vano han pretendido regularlos.
Me ha tocado ya ver enérgicos reclamos e incluso peleas con conductores de motociclos por el ruidero que generan, doblemente irresponsables cuando circulan a altas horas de la noche o tempranas horas de la madrugada y con sus ruidosos motores terminan despertando a los vecinos.
Mucha de la conflictividad que aqueja al país se debe en buena medida a la negligencia de las autoridades de los tres órdenes (nacional, departamental y municipal) que, como bola de nieve, dejan crecer problemas que muy pronto se vuelven detonantes de conflictos más graves.
¿Por qué algún inoficioso congresista o funcionario de Gobierno no ha tenido la brillante idea de presentar una iniciativa de ley para atajar este problema del creciente ruido de las fuentes móviles?
Por la sencilla razón de que, favoreciendo o alcahueteando a unos pocos, siempre andan en otro cuento y prestan muy poca atención a los problemas reales que aquejan al ciudadano de a pie.
No está de más recordarles que el interés general debe primar sobre el particular.
