Mis papás quisieron lo mejor para mí, por eso lo dejaron todo, se endeudaron, perdieron una casa para darme el mejor colegio que en un país tan infame como Colombia siempre es el más caro. Ellos decían que la única manera de que yo fuera alguien en la vida era relacionándome con la gente más poderosa de Bogotá. Es que somos tan arribista que no pensamos en la mejor educación sino en las mejores juntas, obvio. Como acá todo se hace a punta de amistades sí que se aplica ese mantra de que lo peor de las roscas es no estar en ellas.
El experimento salió mal. Mi rendimiento dentro del colegio nunca fue el mejor y cada mes tenía que pasar por la pena de que me sacaran por no pagar a tiempo la mensualidad. Era una humillación constante. Era sentirme excluido y poca cosa todos los días, sobre todo los lunes cuando mis compañeros llegaban todos bronceados contando lo bien que lo habían pasado en el club el fin de semana o después de vacaciones cuando muchos coincidían con sus familias en Disneylandia, mientras uno solo podía contar lo deprimente que habían sido los tres días con la abuela en Chinauta.
Desde esos días viene esa depresión crónica que me consume, la inseguridad, mis problemas de autoestima. Aún recuerdo cuando me acosaban mis compañeros porque no tenía sino un solo uniforme, porque vivía en un barrio apartado, porque no tenía carro ni membresía en el club. Si hubiera vivido con los de mi clase, nada de esto hubiera pasado.
Por eso cuando me enteré de que ese pobre muchacho araucano que se suicidó ayer en la Javeriana pensé en las veces que tuve las pastillas en la mano, que sentí el vacío de la nada, la tentación de la cuerda, el frío del caño en la sien. Aún no se sabe la razón por la que se suicidó, pero el mensaje está claro: si se suicidó dentro de la universidad era porque algo fallaba, porque el dolor podría surgir de algún comportamiento de sus compañeros. No sé, no quiero especular, pero creo que ser pobre entre ricos, más si uno es bipolar, es muy difícil. El muchacho era de Arauca y aunque la Javeriana es un ejemplo de cómo se deben tratar este tipo de diferencias, la procesión va por dentro.
Bogotá abruma para un provinciano, más si se llega de tierra caliente: el frío, la bruma, la lluvia perpetua. Acá todos los guayabos son depresivos. El caso del muchacho de la Javeriana me inspiró. Debe ser un peso inmenso tener esa responsabilidad, mantener un promedio tan lejos de casa, ser la esperanza de toda una familia. Igual no sé qué tan pobre sea la familia, pero siento en el alma lo que pasó.
Igual le hablo a los dueños de Colombia: para cerrar la brecha entre ricos y pobres no basta con mezclarlos en un salón de clase a la loca, tiene que venir de la mano de un acompañamiento psicológico, que en este caso evidentemente falló.