No sé de dónde salen los recursos para pagarles a los congresistas de nuestra querida nación, ¿de nuestros impuestos supongo? Lo digo porque no creo posible que mis impuestos se desperdicien en pagar propuestas como la que, sin sonrojarse, lanzó esta semana la congresista del Centro Democrático Paloma Valencia. Como solución a la sistemática desfinanciación de la educación pública plantea que los egresados de las universidades de ese sector paguemos un impuesto para cofinanciar a los estudiantes inscritos en el sistema.
Cuando la vi pensé que era una noticia de Actualidad Panamericana y alcancé a reírme un poco, hasta que vi que provenía de El Tiempo. No creo que ella lance ese tipo de ideas sin calcular muy bien a quién o a quiénes puede impactar con lo que dice. Si bien la implementación de una propuesta de ese talante no es muy viable y no hallaría (creo yo) mayor eco en el Congreso o en otras bancadas, yo creo que al decir esto Paloma está dando un mensaje. De modo que me pregunté a quién podría llegar a parecerle acertado y hasta lógico, porque más allá de que muchos levantemos la voz airados, es bien sabido también que esta tendencia política utiliza el populismo como plataforma para posicionar ideas y pensamientos que van calando en la mente colectiva, en las mayorías a las que ciertos discursos cargados de emocionalidad les llegan bien.
Por ejemplo, si se presenta a la universidad pública mediáticamente como una trinchera desde la que se ejerce el vandalismo, el “comunismo”, un lugar de marihuaneros y desadaptados, y si se construye la idea de que quienes no pagan por sus estudios son unos “vagos”, de que “todo hay que ganárselo”, de ese emprendimiento en el que si eres pobre es porque no supiste hacer las cosas, de que la culpa es tuya, etc., se podría pensar que efectivamente esos a los que se les “regaló” el estudio deberían pagar y devolver algo de lo que se les ha dado tan “generosamente”.
Dentro de esa lógica perversa entran muchas cosas y van cayendo bien en gente que muy seguramente no tuvo la opción o el chance de ingresar a una universidad pública (o si la tuvo no supo que la tenía) o de tan siquiera aspirar a ello, irónicamente, debido a esa desfinanciación que no solo cobija lo público a nivel universitario, sino que se refleja en todo el sistema educativo, no tanto en los recursos que se asignan, sino en la manera en la que se reparten. Por ejemplo, decir que el presupuesto que tiene la educación en Colombia es uno de los más altos de la historia es fácil cuando no se analiza por dónde se ha ido esa plata y a qué se le está asignando.
Un programa como Ser Pilo Paga direccionó recursos (billones) hacia la universidad privada con el pretexto de incentivar la educación de los más desfavorecidos, pero sin tener en cuenta que las universidades públicas, que no tienen nada que envidiarle a las privadas en cuanto a resultados académicos se refiere, habrían podido reactivarse y así ser más sostenibles. En resumen, se enriquecieron más las privadas, como los Andes y la Javeriana y se empobrecieron más las públicas. Y eso es solo un ejemplo de lo que se ha hecho en términos de ir socavando lo público, lo que nos pertenece a todos, lo que constitucionalmente y por ley debe ser garantizado.
En definitiva, la congresista con su propuesta aparentemente inocua, pero muy estratégica, lo que está diciendo es que el Estado no debe responder por la educación de nadie y que son los que han estudiado (en la pública) quienes deben asumirlo. Esto es algo que suena bastante atrevido, pero que sintoniza con muchas otras cosas que hemos naturalizado y que no se cuestionan (como la precaria situación de la salud, de empleo y de servicios públicos, áreas en las que el Estado ha logrado ceder responsabilidad y que están capturadas por lo privado con las consecuencias que observamos a diario, pero de las que no somos conscientes).
Con esto lo que se va revelando, ahora sí sin ningún pudor, es la intención de privatizar la educación, de hacer cada vez más insostenible el sistema y empezar a presentar la situación como el resultado natural de los acontecimientos. Un ejemplo es la educación básica. Alrededor de esta se ha construido la idea de que es de pésima calidad y quizás sea parcialmente cierto, pero lo que no se dice es que las condiciones para que se preste un servicio educativo integral y de excelencia no están dadas: los docentes no cuentan con verdaderas políticas de cualificación y en muchos casos no pueden costearse un posgrado, además los niños no cuentan con las condiciones mínimas para poner su atención en el estudio y no hay nada que lo garantice, etc.
Sin embargo, cuando se presenta la problemática ante la opinión pública se achaca todo el problema a los docentes y sus marchas, etc. Así, se va creando un nicho de opinión que ve lo público como algo que hay que desmantelar, como una sinvergüencería que se salió de control y que debe ser asumida por entes que la puedan manejar y regular. Lo que no entienden es que los bienes públicos son de todos y que todos debemos velar por ellos. Los colegios en concesión, por ejemplo, se presentan como un “ejemplo” de que lo privado es “mejor” que lo público, aunque sin comprender que esto le va a costar a la gente, que sostener ese sistema no solo va a costar en términos económicos sino en aspectos como el ético: ¿qué visión de la educación, del ciudadano y del país van a pretender posicionar desde el ámbito académico esos sectores “privados”?, ¿a qué intereses van a responder?
Una cosa es que la educación dependa del Estado y otra muy distinta que un sector privado quiera imponer, a través de ella, su perspectiva, sus intereses: ¿formar sujetos para asegurar la sostenibilidad de sus monopolios?, ¿sujetos acríticos, que no reflexionen, que no piensen y no se piensen? Es triste que una propuesta de ese talante halle eco en sectores de gente empobrecida (y que se cree pudiente) y poco educada (gracias a los mismos a quienes apoyan), que sale a votar con rabia pensando que la “izquierda” mamertoide y perezosa quiere todo gratis y que hay que enseñarles a “ganarse” las cosas; pero es así, hay mucha gente que no tiene noción de qué significa ser ciudadano, de hacer parte de un Estado democrático y que no comprende el sentido de apreciar y valorar lo público, y esa gente “le copia” a Paloma.