Hasta hace poco tenía claro que mi voto sería por Juan Manuel Santos. No sería tanto un voto a favor de las políticas del actual mandatario, sino principalmente un respaldo a la continuación del proceso de paz que adelanta el Gobierno con la guerrilla de las FARC. Pienso que esa iniciativa de paz que genera tanta urticaria en algunos sectores es una valiosa oportunidad para terminar con un conflicto que completa cinco décadas.
Desde el principio he apoyado dicho proceso entre otras cosas porque se ha adelantado en medio del conflicto y sin desmilitarizar un sólo centímetro de territorio nacional como sucedió con el Caguán. En pocas palabras la Fuerza Pública ha continuado actuando para repeler a la guerrilla sin zonas de despeje que le den a ésta un compás de espera para fortalecerse y delinquir. Las Farc, por su parte, han continuado sus ataques contra policías y militares. Claro, lo ideal es que las conversaciones se surtieran en medio de una tregua o cese de hostilidades, pero lo fundamental es que el proceso avance y llegue a un feliz término así sea en medio de las balas.
Y ciertamente el proceso ha avanzado. Ya se han llegado a acuerdos en lo referente a tierras y participación política. Pero es evidente que ese proceso no habrá concluido para cuando Santos acabe su mandato este 07 de agosto y por ende no habría más remedio que apoyar su reeleción para que de esa manera los diálogos de la Habana continuaran.
Sería un voto por la paz, un gesto muy loable pero costoso si se tiene en cuenta que apoyando la reelección de Santos se apoyaría también sus políticas. En pocas palabras se respaldarían otros cuatro años de una supuesta reducción de la pobreza en la que no creo, una disminución en las cifras de desempleo que me genera dudas y supuestos avances como el falaz anuncio del Ministerio de Educación según el cual en Colombia un profesional recién graduado se gana en promedio casi dos millones de pesos mensuales de salario.
¡Por Dios! ¿A quién quieren engañar? La realidad es que en Colombia muchos profesionales sobreviven con el mínimo y un poco más; la informalidad está disparada; en Buenaventura el desempleo roza el 60%; los campesinos se han ido a paro porque su oficio ya no es rentable; una empresa minera tiene contaminada la bahía de Santa Marta con el hollín de Carbón y además sin empacho arroja carbón al Mar Caribe; en Casanare una sequía ha matado 20 mil animales, eso sin contar que su capital, Yopal, cumple varios años sin acceso a agua potable; la minería legal e ilegal sigue destruyendo nuestros ecosistemas; ni la salud, ni la educación universitaria y postuniversitaria son gratuitas.
Pero bueno, no se puede esperar algo diferente porque esa es la herencia de más de doscientos años de poder repartido entre liberales y conservadores, luego reencauchados en uribistas y ahora en Santistas. Por eso en la próximas elecciones le quiero apostar a otra alternativa. Había contemplado votar por Aida Avella, de la Unión Patriótica, pero ella decició convertirse en la fórmula vicepresidencial de Clara López del Polo. No me entusiasmaba votar por López por el desastre que resultó el corrupto gobierno de Samuel Moreno, pero ella es la única que encarna una alternativa distinta a la que hasta ahora ha gobernado este país.
Además seguramente con Clara gobernando continuará el proceso de paz, cosa contraria a lo que pasaría si llegara al poder el títere de Uribe, Óscar Iván Zuluaga.
Quiero saber qué tal resulta un gobierno de izquierda en Colombia. Por supuesto tendrá muchos enemigos y palos en la rueda empezando por un Congreso de mayoría santista y uribista que no apoyará sus iniciativas, unas fuerzas militares de ultra derecha y unas bandas criminales muy poderosas dispuestas a hacer el trabajo sucio: aniquilar a todo lo que huela a izquierda. Pero me gustaría ser testigo de ese experimento: la izquierda tomando las riendas de Colombia.
Puede que un gobierno de Clara y de la izquierda en general sea bueno, o puede resultar un desastre como en Venezuela. Si ocurre lo segundo estaré dispuesto a aceptar que la derecha siga gobernando a este país por los siglos de los siglos.
Y ojo, no me considero un mamerto: creo en el orden, creo que la seguridad es un derecho fundamental para una persona y creo en unas instituciones que se empeñen en protegerlo, creo en la lucha contra la corrupción y la ineficiencia administrativa; pero estoy harto de la falta de oportunidades, de las cifras del DANE que no se compadecen con la realidad. En definitiva: ¡quiero un cambio!