Apostar por lo propio, la solución de las naciones pobres

Por qué vuelve 'apostar por lo propio', la solución a la inequidad de las naciones pobres

Nos morimos de hambre con la nevera llena. Hace mucho la Cepal propuso sustituir importaciones por fabricación interna, aprovechando recursos y mano de obra propia

Por: Jorge Ramírez Aljure
julio 06, 2023
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Por qué vuelve 'apostar por lo propio', la solución a la inequidad de las naciones pobres

En el caso de los países de Latinoamérica, y en particular de Colombia, tenidas en cuenta las dificultades socioeconómicas por las que atravesamos y atravesaremos por la difícil situación de la economía mundial y la no menos complicada de nuestro país, a las que se suma la disparatada obstrucción a las políticas progresistas suscitadas por el gobierno del presidente Gustavo Petro por contrarrestarlas, es preciso que debamos volver a lo que se llamó, hace ya un tiempo en el hemisferio, crecer hacia adentro.

Una política de la Cepal en los años 50 del siglo pasado inspirada por su director, el excepcional economista argentino Raúl Prebisch, propugnó por la sustitución de importaciones -dada la marcada inequidad comercial entre estas y las exportaciones del subcontinente- apelando a su creciente remplazo por su fabricación interna, aprovechando recursos que como el trabajo y las materias primas constituían riquezas de nuestros países.

Cuando la producción y comercio mundiales presentan problemas para su normal desarrollo en el futuro de corto y largo plazo como sucede hoy, lo que sí parece rescatable del colosal intento cepalino, es que nuestro país se juegue en parte -solo en parte para no despertar la insaciable jauría de la financiación criolla- una estrategia económica distinta a la que ha prevalecido durante los últimos 34 años de reinado del neoliberalismo.

Que consiste en lo que el presidente y su Plan Nacional de Desarrollo han llamado Colombia Potencia Mundial de la Vida, y que está fundado en el reconocimiento expreso y respeto de lo que constituyen las riquezas básicas de nuestra patria: el agua y la gente como ejes del ordenamiento territorial, áreas protegidas para recursos naturales y ecosistemas estratégicos, transición energética cierta y razonable, justicia ambiental y lucha contra la deforestación.

Que darán lugar a programas desestimados por principio por todos los anteriores gobiernos jugados al capitalismo salvaje, como, por ejemplo, la elaboración del Catastro Multipropósito, Impulso a la Producción de Energías Renovables, Restauración de Ecosistemas Esenciales, Reforma Rural Integral, incremento de la producción agrícola nacional y reducción de la pobreza multidimensional que abate a gran parte de la población colombiana.

Todo lo contrario del tradicional crecimiento hacia afuera, sustentado en el infundado deseo de sus élites de que exportando bienes y servicios por miles de millones de dólares, en unos cuantos años estaríamos en capacidad de importar todo lo que nos haría felices. Y que terminó luego de más de 3 décadas -ante nuestra ineficacia agrícola e industrial y el engaño e inequidad comercial de los países desarrollados- como debía terminar: obligándonos a exportar bagatelas para no morir, y siempre con los mismos rubros de toda la vida: petróleo, minerales y café.

Y con unos costos en materia ecológica y social incalculables, debidos a su explotación negligente y la afectación cuando no el desplazamiento de poblaciones inermes. Y sin que los ingresos logrados -salvo los de quienes administran y se lucran del inicuo sistema- hayan tocado siquiera la cáscara del subdesarrollo, pues por el contrario han promovido la destrucción de la biodiversidad, la desindustrialización del país y aumentado el desempleo y la pobreza hasta el punto de orquestarnos la inviabilidad como nación.

Así como las reformas del gobierno Petro estuvieron desde el primer momento amenazadas del fracaso por la potísima razón de que sus huestes en el Congreso estaban lejos de las mayorías necesarias para imponerlas, no sucede lo mismo con el destino que pueda tener el Plan Nacional de Desarrollo que deba cumplir durante los 4 años de su mandato.

Claro que contra este -por no estar dedicado a alimentar a los mismos grupos de poder, que han sido el objetivo de todos los anteriores gobiernos- ya han sido presentadas múltiples demandas ante la Corte Constitucional, con el fin de evitar que, por primera vez, este cumpla con aportes significativos a sectores de la población que jamás los han recibido. Y cuyos ingresos novedosos frente a necesidades nunca atendidas, alimentarían una demanda agregada más que suficiente para mover buena parte de la economía instalada.

Más en el ánimo de la alta institución estarán presentes las no pocas veces que, ante la inoperancia recurrente del Congreso y los gobiernos, ha debido tomar medidas precautelativas para buscar solucionar el estado de cosas inconstitucional que en diferentes problemas públicos son de vieja data, y que, por lo regular, han afectado por siempre a los sectores más débiles del país, colocándonos, sin duda, ante problemas sociales cada vez más irresolubles.

Y de salir indemne la ley, su tarea deberá enfocarse en los más desprotegidos ante las redes criminales, como la juventud que ni estudia ni trabaja y el campesino menos calificado para adelantar tareas en sectores ecológicos estratégicos para el país. Como el caso de la agricultura para multiplicar el alimento que nos libre del hambre y la inflación, el cuidado e incremento de los bosques para captar CO2 y detener el calentamiento del planeta, la construcción de vías terciarias para llevar los productos del campo a los mercados, y el manejo por parte de los padres de familia del plan de alimentación para sus hijos estudiantes.

Y evitándonos una buena parte de los costos externos como el incremento de la deuda, hoy cuando el crédito escasea y las tasas de interés se tornan impagables, el pago por importaciones de productos que podemos remplazar por los nuestros, y otros compromisos ineludibles con el capitalismo internacional que trae el crecimiento hacia afuera, a que ha estado sometido el Estado colombiano sin resultado positivo alguno.

Sin duda, atravesamos un momento histórico del que ni la imaginación nos hubiera prodigado tantas expectativas novedosas y cruciales como las que estamos enfrentando. No obstante, contamos con las razones justas y herramientas necesarias para llevarlas adelante, sin que ello signifique romper con lo bueno que nos ha circundado en el pasado, pero sí enmendar lo que nos ha fallado por largo tiempo.

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