Sin lugar a dudas, el nombre del insigne escritor colombiano José María Vargas Vila resulta desconocido para un altísimo porcentaje de sus compatriotas de hoy, pese a su insigne brillantez como pensador, escritor y político en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del XX, y cuya sola mención provocaba repetidas santiguadas para evitarse el contagio del verbo y las ideas de ese engendro de Satán. Nadie como él para destrozar prestigios y vanidades en sus obras, y por lo mismo, calumniado, perseguido y expatriado. Mas nada arredraba a este orfebre de la injuria y el sarcasmo, que fue “declarado infame y reo de alta traición por delito de lesa patria”, a causa de la publicación de su libro Los Césares de la decadencia.
Sus palabras vigentes en aquellas épocas pretéritas trascienden a los tiempos y cobran vigencia y actualidad, puesto “que la imbecilidad de los hombres superó a la fatalidad de los acontecimientos”, y a pesar de los años transcurridos, la historia se repite porque “un pueblo degenerado es siempre ávido del placer de darse un amo”.
Así, se vive ahora la podredumbre corrupta de contratos que todos los días nos invade con su pestilencia, la pobreza galopante que aplasta bajo sus cascos la esperanza de las gentes humildes, la impunidad calificada, el amiguismo y la vanagloria como reglas de comportamiento diario en todas las esferas del Estado, particularmente en el gobierno y el Congreso. Con un periodismo “lleno de genuflexiones y de vértebras” que jamás podrá decir como Vargas Vila, “fui invencible porque fui incorruptible” o aquello de “las literas de los Césares, llevadas sobre los hombros de sus esclavos, no me vieron inclinarme a su paso ni ofrecerles con manos mercenarias las rosas de mis aplausos”.
Bien vale la pena entonces pedirle al escritor repudiado por las élites de su tiempo, que desenvaine la temible espada de su palabra contra los enemigos sociales de hoy, descendientes y reemplazos de los mismos de su tiempo. Le propongo a usted, apreciado lector, resuelva a quién o a quiénes se aplican o pueden referirse, las siguientes frases de Vargas Vila que extractamos de su libro arriba citado. Por presentación, suprimimos las comillas.
Un poco de sol de gloria se extendió sobre el pantano de su fangosa ignominia.
Déspota por hastío, excedía en cantar el enojo tanto como en poseerlo… Su alma era un lago taciturno.
Demasiado alto para sentir todos los espantos, no tuvo nunca el de la conciencia.
Hizo del robo una virtud de Estado.
Rudimentario y feroz hubo dos cosas que ignoró toda la vida: el temor y la virtud.
Engendró la omnipotencia de la fuerza y la mentira.
Oculta bajo las petulancias de su corazón, las debilidades de su cerebro.
Se apresuró a gozar el poder más bien que a ejercerlo.
Rencoroso y vengativo, con más pasión que virtud.
Llegado al poder no hizo sino empequeñecerse, todos sus malos instintos subieron a la superficie.
Falto de grandeza tuvo el culto de la insolencia, confundió la fatuidad con la dignidad.
Una cabeza así tan incapaz de pensar, merecía bien la afrenta de reinar.
Pertenecía a la paleontología política…. Era una especie de marsupial traído del dintel de otras edades.
Sin las cualidades más triviales que hacen el mérito, aquel hombre salta de la oscuridad
a la celebridad de una manera tal, que la historia quiere castigarlo como un bufón.
Honor y virtud, dos cosas ausentes de su corazón.
No querrá morir sin hartarse de ignorancia.
Y cuando con cándida ironía se hacía pasar por idiota, era la única vez que no engañaba a nadie.
Ambos nulos, ambos ruines, ambos fatales. Ambos vendieron su patria después de haber asesinado la libertad.
No tuvo que fingir nada para hacerse pasar por nulo…. no tiene espada sino espátula.
Este pólipo sudoroso de ignominia es deliciosamente bufo.
Honor y virtud eran dos cosas ausentes de su corazón…. cual si nunca lo hubiese tenido apto para el bien.
Para este el poder es un negocio, la política un mercado.
No tiene sino garras y las hunde en las entrañas del tesoro nacional.
El destino tiene de esas ironías, se complace en colocar sobre un trono cretinos nacidos para el cuidado de un establo…
no tienen sino una sola grandeza: la de su imbecilidad.
Ella les sirve de excusa.