Alguna vez escuché decir a un congresista caldense que en política unas veces se gana, otras se aprende, pero nunca se pierde. Así no sea mucho lo que nos hayan enseñado en esta campaña, al menos hemos tratado de aprender a escuchar con respeto a aquellos que opinan con las vísceras.
Hay discursos políticos tan trágicos que solo se pueden comparar con el apocalipsis descrito por el apóstol Juan en su destierro en la isla de Patmos; nos dicen que si sus candidatos no ganan, cualquier esperanza está perdida, que estaremos condenados a sufrir los más dramáticos cataclismos; parece que la mejor estrategia política es dividir, la verdad ya no hay ningún esfuerzo por convencer.
No sería poca la decepción que podrían experimentar si vivieran, nuestros antepasados más egregios Bolívar y Santander, al encontrar que el mismo pueblo que libertaron se empeña en seguir prisionero de los odios y la animadversión. El día siguiente a las elecciones la patria seguirá siendo la misma cualquiera que sea el resultado.
Hoy en día los políticos en sus intervenciones nos hacen sentir culpables, nos pretenden avergonzar incluso de aquello que no hemos hecho; ojalá algún día en su grandilocuencia los oradores nos permitan sentir orgullo de haber nacido en este suelo; Colombia es una maravilla que nos resistimos muchas veces a contemplar; desde el verde de las montañas de la Unión Nariño que inspiraron a don Aurelio Arturo, hasta el valle del Cauca que recorrió angustioso Efraín; el mar y el cielo de nuestro país no puede sino hacer sentir orgullo patrio!
Es tal la majestuosidad de esta tierra que la pudo contemplar incluso el maestro Leandro Díaz a pesar de su ceguera congénita, pues cuenta en sus paseos que divisó las aguas claras del río Tocaimo y allí pensar en su Matilde Lina.
Colombia es cuna de hombres y mujeres brillantes que merecen la trascendencia, la belleza de la mujer colombiana es tal que como bien decía el escritor antioqueño Jorge Montoya Toro, es indefinible! Solo es posible edificar patriotismo inculcando amor por lo nuestro; no sigamos minando con el odio la prodigiosa inteligencia de nuestros compatriotas.
Decía Galán que ningún colombiano debía sentir vergüenza de presentar su pasaporte en cualquier lugar del mundo. Señores políticos permítannos amar a nuestra patria, que cuando escuchemos los clarines interpretar las notas de nuestro himno nacional, de alegría recorra sin afán una lágrima por nuestra mejilla.