Cuando terminaba de grabar el último capítulo de la telenovela Amor a mil Hernando Casanova, con la voz temblorosa, le expresó todos sus miedos al director Jaime Osorio. Sabía que volverían a pasar meses sin que nadie lo llamara. Era junio del 2001, tenía 56 años y dos hijos que no habían cumplido diez años, Nicolás y Sebastián. Los días de gloria ya habían pasado. Lo único que quedaban eran recuerdos: un veinteañero que se fue de Neiva para Bogotá detrás del sueño de ser cantante, el primer día que se va a presentar a Inravisión le roban el traje nuevo en un atraco, entra al Club del Clan con la ilusión de ser el nuevo Harold pero ni la voz ni el físico le dieron pero el carisma se le desbordaba, tanto que participó en los tres programas más importantes de la televisión en el siglo XX: Yo y tú, Don Chinche y el Show de Jimmy y, como si fuera poco él, quien nunca fue a una clase de actuación, terminó siendo uno de los actores fetiches de Dunav Kuzmanich, uno de los directores insignias del cine colombiano. Atrás quedaban las rumbas pantagruélicas con los Recochanboys, los Monty Python colombianos, las mujeres, los juegos, las risas.
A los 57 años, además de los recuerdos quedaba la amargura. Es que desde que Jimmy Salcedo murió en 1995 después de una agonía de dos años, nadie creyó en el Culebro. Los últimos años fue como ir a la deriva, un náufrago de una televisión que cambió por completo desde que irrumpieron los canales privados. Era una leyenda pero no tenía futuro, era como un preciado objeto de museo sin vigencia, con tanto valor que ya no tenía precio. Y por eso tuvo que vivir de lo que le daba su familia, llamar a los viejos amigos que siempre le respetaron su anarquía, sus siete vidas. Es que la primera vez que esta fuerza de la naturaleza le vio la cara a la muerte tenía 30 años, venía manejando al lado de José Gámez, otro actor y en una curva se chocaron. En el accidente murió Gálvez y el Culebro salió del coma en el que estuvo durante dos semanas con otra piel, dispuesto a convertirse en Eutimio Pastrana Polanía, el guámbito más duro de todo el Huila.
Pero era tan mortal como cualquier rumbero desbocado. Una cirugía de corazón abierto le sobrevino arrancando el 2002 y le dejó un dolor que sólo se apagó el 23 de octubre del 2002. Tenía 58 años. Su hijo, el cineasta Nicolás Casanova, nos recuerda las noches viendo películas de Al Pacino –su ídolo-, y la pena que siente él y todo un país por no volver a ver nunca más un programa del Culebro Casanova.